El diálogo, el deber, la paciencia, el hábito… se pueden fomentar en nuestros hijos con el apoyo de los filósofos clásicos. Pero también podemos recurrir a los superhéroes como Superman o Wonder Woman para inculcar valores como la empatía o la generosidad. El filósofo y profesor de la Universidad de Córdoba José Carlos Ruiz (Córdoba, 1975) habla de ello en su libro ‘De Platón a Batman. Manual para educar con sabiduría y valores’ y también en esta entrevista, donde invita a los padres y a las madres a que ayuden a sus hijos a no perder la perspectiva filosófica con la que todos nacemos y a desarrollar su pensamiento crítico.
De niños somos pequeños filósofos: somos curiosos, nos asombramos por todo, no nos importa preguntar lo que sea… Pero luego perdemos esta capacidad. ¿Qué ocurre?
No se sabe ni cuándo ni el motivo, pero es cierto que, a medida que vamos creciendo, desaparece lo que yo denomino el protopensamiento, esa capacidad que tenemos todos desde niños de asombrarnos de lo cotidiano, de ser curiosos e investigar y, después, de cuestionarnos las cosas. En muchas ocasiones, hemos perdido esa capacidad de asombrarnos por la sobreestimulación que recibimos. Pero también ocurre en la etapa infantil, pues desde bien pequeños andan con pantallas. Ahora parece más complicado que se asombren de lo real y del mundo que gira en su entorno cotidiano y físico. Y falta educación de la mirada, de ese análisis del propósito de la mirada en torno a recuperar la esencia de lo real. Ya sé que muchos no tenemos ni tiempo ni perspectiva para recuperar ese filósofo que llevamos dentro. Y es verdad una frase del filósofo francés Michel Onfray: “Todos nacemos filósofos, pero solo unos pocos logran permanecer”. Por eso creo que el gran reto en filosofía que tiene la civilización por delante es no perder esa perspectiva filosófica con la que nacemos, esa necesidad de comprender el mundo y, por tanto, la curiosidad y el cuestionamiento.
Entonces ese protopensamiento se puede recuperar…
En el libro ‘El arte de pensar para niños’ potenciamos que los tres elementos del protopensamiento sigan unidos, porque muchas veces asombro, curiosidad y cuestionamiento se separan. Pero se puede recuperar, empezando por volver a asombrarnos en lo cotidiano, mirando lo real con una perspectiva distinta. Por ejemplo, si te paras a analizar cómo funciona el día a día, ves que es asombroso desde que te levantas hasta que te acuestas. Y el objetivo es que esa recuperación del protopensamiento sea el inicio del pensamiento crítico. Porque, a medida que crecemos, nuestra capacidad de cuestionar y profundizar en la realidad empieza a ser insuficiente, y más en la realidad tan compleja que tenemos. Acudimos cada vez más a manuales de autoayuda o a orientaciones externas para que nos ayuden a comprender el mundo, porque no somos capaces de realizar las preguntas adecuadas, ni de comprender de una manera personalizada. Nadie nos enseña a realizar buenas preguntas. No hay una pedagogía de la pregunta, y las mismas cuestiones que hace un niño de 14 años las hace un joven de 25 y un adulto de 50.
¿Qué podemos hacer entonces los padres?
La base principal a nivel pedagógico es que no pierdan esa capacidad de asombro de lo cotidiano y que vayan profundizando cada vez más en el cuestionamiento; es decir, que vayan mejorando su capacidad de hacer preguntas. Trabajar con ellos el cuestionamiento es muy sencillo. No conlleva un trabajo forzoso diario ni tampoco estructurado, pero sí implementar en su realidad cotidiana, de manera natural, esa capacidad de mirar lo real con los ojos del niño. En el libro hablo de la mayéutica, de no dar al niño nunca la respuesta, sino de devolverle una pregunta para que él se esfuerce en justificar sus argumentaciones y que también vaya profundizando en la pregunta.
¿Les dejamos pensar, reflexionar?
Aunque no les dejen, lo van a hacer ellos. Lo bonito es que, a medida que reflexionen, nosotros les hagamos las preguntas adecuadas para que en su reflexión se vean forzados a revisarlas, a hacerlas cada vez mejor, más profundas.
De su libro ‘De Platón a Batman. Manual para educar con sabiduría y valores’, ¿qué enseñanzas de los filósofos destacaría para que los padres pudiéramos tener en cuenta de cara a la educación de nuestros hijos?
En los filósofos hay muchísimas enseñanzas. De Kant es importante implementar que nuestros hijos vayan asimilando el concepto de deber, de tal manera que ellos mismos aprendan que el deber no se premia, sino que es una obligación que se impone con un criterio de sociabilidad; es decir, que tienen que cumplir con una serie de deberes porque forman parte de una sociedad, una comunidad, una familia, una clase… y esto implica reciprocidad para que todo funcione.
¿Otra enseñanza interesante?
De Sócrates, el arte de conversar. Creo que quizá en el siglo XXI la conversación es de las más importantes de todas: el diálogo en vivo y directo, con todos los elementos que implican que la sensibilidad entre en contacto con el aprendizaje. ¿Por qué? Porque ya pasamos padres e hijos mucho tiempo con los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. Y para que sea enriquecedora, una conversación implica que podamos dialogar con nuestros hijos de manera constante. En muchos casos sustituimos la comunicación por el diálogo, y no es lo mismo. En el diálogo se ven obligados a poner el foco de atención en el tema y en ti, para ver si lo estás comprendiendo. Hacerlos dialogar en torno a las temáticas que les interesen y esforzarlos a que se expliquen bien para que vean que el interlocutor se está enterando es una de las riquezas de las enseñanzas filosóficas más importante. Otra de las que hablaba en el libro es la importancia del hábito y de las costumbres en Hume, de cómo se podía sistematizar un hábito.
¿Y qué sacamos de la alegoría de la caverna de Platón?
Es un tipo de enseñanza muy difícil. Si a nuestros hijos los educamos como si fuesen el esclavo de la caverna, serán conscientes de que el esfuerzo a medio plazo tiene una recompensa infinitamente superior que cualquier cuestión inmediata. Esa educación pedagógica de sacarlo de la caverna con esfuerzo, y a veces, en contra de su libertad, les hace ver que hay un bien superior en este proceso de sufrimiento que tienen que esperar para recibirlo. Ese cultivo de la paciencia, que no se está haciendo en los procesos educativos, me parece fundamental en este mito de la caverna. Yo creo que Platón es una de las esencias de la pedagogía contemporánea.
Sí, parece que la paciencia está de capa caída. Todo está a golpe de clic y se quiere todo para ya. ¡Qué difícil es saber esperar!
Es educar. La paciencia antes era una virtud y se trabajaba, por ejemplo, con el aburrimiento. Esta idea viene de la filosofía estoica, que decía que la recompensa final llega, siempre que seas capaz de superar el sufrimiento. Pero ahora en el siglo XXI la persona paciente parece que está perdiendo la capacidad de aprehender la vida, de captar la esencia de la experimentación. Y, de repente, la paciencia pasa de ser una virtud a convertirse en el enemigo del progreso. El impaciente parece que es la persona hiperactiva, proactiva, creativa, inquieta, emprendedora, que rompe su zona de confort buscando la novedad constantemente. Y al paciente se le ve como un ser pasivo, que no produce, que está a la espera, un ser que la sociedad contemporánea ha estigmatizado. Sin darnos cuenta, le hemos dado la vuelta a la tortilla y estamos generando una sociedad de impacientes.
Y de insatisfechos, porque si no se puede hacer o tener lo que queremos…
Pero se tiene. En la sociedad de impacientes, el que quiere llamar, llama; el que quiere que le contesten rápido y no le contestan, llama y lo exige. Educar a medio-largo plazo una recompensa que lleva trabajo, tiempo y esfuerzo cada vez es más difícil, porque la gente se genera deseos para satisfacer de inmediato. Lo hemos visto con la pandemia: ha aumentado el consumo de ansiolíticos, el número de divorcios… El impaciente ha tenido que meterse en casa, y lo ha pasado mal, porque no estábamos educados ni acostumbrados a estas cuestiones.
A los niños les apasionan los superhéroes de los que habla en su libro. ¿Qué pueden aprender padres e hijos de ellos?
La pedagogía del cómic y los distintos superhéroes puede ser el báculo sobre el que pueden apoyarse los padres para educar. Así, podemos aprovechar una película para entablar un diálogo con los hijos en torno a qué cualidades tiene un superhéroe o superheroína, y ver cuáles son las más interesantes de cara a implementar en el día a día. Hay muchas. Cada uno tendrá que elegir cuáles son las más oportunas en su contexto.
¿Y de los héroes más cotidianos?
Siempre recomiendo que en los procesos pedagógicos los niños tengan un referente cercano en el que fijarse, y no hay mejor heroína o héroe que una madre, un padre, una abuela o un vecino como referente. Pero para que nuestros hijos empiecen a tenerlos como tales, los progenitores debemos mostrar nuestra admiración por esos auténticos héroes (por ejemplo, sus abuelos) y destacar quiénes son, las dificultades que pasaron, lo que hacen… con el fin de que vean que la realidad del héroe está a su alrededor y que no hay que ser excepcionales para ser un verdadero héroe. El objetivo es muy sencillo: que los referentes de nuestros hijos sean reales y lo más conocidos posible por ellos para que la virtualidad, esos avatares que consumen, no coma el terreno a lo real.
Una de las frases preferidas de los superhéroes: Todo va a salir bien. Pero no siempre pasa lo que nos gustaría, y aparece la frustración.
Hay que educar a los hijos para tolerar la frustración. Pacificar en el plano de lo real no es educar; es vivir en una ilusión, y tarde o temprano el hijo se va a caer del guindo y va a ser peor. El hecho de que se frustren es consustancial al género humano y tiene que ver con cómo hayan proyectado el concepto de ilusión que han tenido o que esperan o qué hemos hecho sus progenitores para satisfacer sus inquietudes y sus deseos de una manera constante e inmediata con tal de que no se frustren demasiado. Cada uno tiene que hacer una evaluación de su maternidad y paternidad, pero inevitablemente la frustración llega. Me parece tan ridículo no educar en tolerar la frustración o desnaturalizarla…
¿Falta filosofía en TikTok?
Falta filosofía en todos los sitios, no solo en TikTok. De todas formas, no creo que la filosofía tenga mucha cabida en las redes sociales, a excepción de las que dan la posibilidad de hacer explicaciones largas, como YouTube, donde puedes meter en un vídeo de una hora y media una clase de filosofía o explicar la filosofía a nivel teórico. Pero los vídeos cortos de TikTok, se podrían aprovechar para promocionar, para estimular; se puede dar una pildorita, para que luego uno investigue.