La educación alimentaria es un hábito que deben aprender adultos y niños juntos en casa. Para ello, como se recoge en este artículo, los padres deben conocer la regla del diez para introducir nuevos alimentos, así como tener persistencia con los alimentos más complicados para el pequeño. También deben tener en cuenta que en cualquier caso, ni los premios ni los chantajes con la comida funcionan: no se debe castigar con la comida.
Incluir alimentos nuevos en la dieta de los niños es esencial, pero difícil. Antes de tirar la toalla, los expertos recomiendan hacer hasta diez intentos con cada alimento. Pero sobre todo, es clave no dejarse guiar por los gustos propios, ya que se corre el riesgo de contagiar malos hábitos al niño.
La resistencia de los más pequeños a probar sabores y texturas nuevas es normal. No se quiere abandonar lo conocido y no siempre la primera vez que se prueba un nuevo alimento gusta. Además, el primer año de vida, cuando se comienza a ampliar el menú, también es el momento en el que el apetito se reduce, puesto que los requerimientos nutritivos son menores. Son meses delicados pero muy importantes, cuyo éxito dependerá en gran medida de los progenitores. A los tres años, se deberá haber expuesto al niño a la gran mayoría de alimentos.
Enseñar y aprender a comer, los padres y los hijos
Enseñar a comer es una gran lección que se ofrece a los hijos. También una manera de prevenir la obesidad infantil, puesto que los alimentos rechazados son, a menudo, los más sanos. El niño que come de todo se alía con pautas saludables y puede disfrutar de un amplio abanico de posibilidades. La oportunidad de educar buenos hábitos alimentarios a un niño lo es, también, para toda la familia. El momento de enseñar puede ser aprovechado por los adultos para reaprender a comer.
El momento de enseñar a comer saludable puede aprovecharse para reaprenderTener que plantearse la alimentación infantil es una ocasión para reflexionar sobre el menú de los adultos. Hay que estar dispuesto a cuestionarse gustos y manías. Conforme se crece, se adoptan hábitos y se reafirman caprichos. Cuando se es padre, además, esas pautas son ejemplarizantes, por lo que se debe estar atento.
Desayunar mal, o no hacerlo, es la peor lección que puede recibir un hijo. Por el contrario, si se comparte una pieza de fruta, se nombra a los pequeños encargados de hacer las tostadas y se añade la leche, la miel o cacao a la primera comida del día, se cumple la teoría de los vasos comunicantes: lo que es bueno para mí, lo es para ti. Lo mismo ocurre con la cena: si el niño ve que sus padres se sientan en la mesa y optan por raciones ligeras, que incluyan las verduras, los cereales, la fruta y, si hiciera falta, una porción de proteína, así actuará él mismo.
La regla del diez para introducir nuevos alimentos
La primera vez que un niño prueba unas natillas es difícil que las rechace. El sabor dulce es el más primario y desde pequeño se ha familiarizado con él: la leche, también la materna, es rica en lactosa, es decir, en azúcar. Sin embargo, la primera vez que ingiere verduras es fácil que muestre resistencia: el sabor es extraño y ajeno, a pesar de que la lactancia materna facilita que el niño haya probado de manera sutil sabores que la madre ingiere. Conforme se acostumbra el paladar, se admite lo nuevo e, incluso, se recuerdan sabores lactantes. Por eso, algunos estudios apuntan a que la alimentación de la madre lactante condicionará los gustos futuros del niño.
Se debe intentar hasta diez veces que el niño admita un alimento rechazado
Hay una regla sencilla de recordar. Conviene intentar hasta diez veces que un alimento rechazado se admita. De diferentes maneras, en diferentes momentos, nunca mediante la obligación, pero sí con insistencia y, por supuesto, nunca como sustitución de un plato por otro que gusta más.
La aceptación se debe lograr con todos los alimentos. Nunca hay que descartar ni renunciar a ninguno porque entonces se cuestionará la norma de que todos son válidos. Si al niño le cuesta admitir los espárragos, igual que las verduras crudas, como el tomate o las lechugas, se puede atrasar el momento de incluirlas, pero no olvidarlas. A los tres años, el niño deberá haber probado de todo.
Persistencia con los alimentos más complicados
Hay fórmulas que refuerzan el objetivo de enseñar a comer. Si se es consciente de que las legumbres deben estar presentes en la dieta infantil, se puede recurrir a diferentes combinaciones, pero jamás renunciar a ellas. Los garbanzos pueden acompañar a la sopa, las lentejas estar mezcladas con arroz, las judías rojas decoradas con jamón y las blancas con verduras.
Con las frutas, además de elegir las mejores, las más sabrosas y de temporada, hay que insistir en que son sabrosas y concebirlas como un aperitivo goloso. Tampoco conviene azucarar el yogur para que sepa más rico, ya que así solo se logra engañar durante por un rato.
Es posible lograr que un niño coma de todo. Incluso es posible reeducar a un mal comedor y convertirle en bueno. Pero no es fácil. Es necesario esforzarse. Requiere tiempo y tolerancia. En ocasiones es más eficiente no prohibir alimentos insanos y hacer hueco a los sanos.
Si el niño rechaza algunos de manera sistemática, de nada sirven los gritos, los enfados o los castigos. Hay que tener coherencia y los padres han de comer lo mismo que el pequeño. Si no se consigue, se retira el plato una vez finalizado el tiempo acordado y se le presenta en la próxima comida.
No tiene sentido chantajear o castigar al niño para conseguir que coma. Los niños que comen menos en una comida, a menudo, lo compensan, al comer más en la siguiente. Así se convencen de que alimentarse como se debe es una obligación, guste o no guste.