El recién nacido tiene en sus genes toda la información necesaria para dirigir su desarrollo, pero el proceso es largo y delicado. Para que llegue a buen término, no solo es preciso que todos los órganos y estructuras implicados funcionen correctamente, también deben recibir la estimulación adecuada. La detección precoz de un retraso en el desarrollo psicomotor es de enorme importancia. Por eso conviene que, además del control que hace el pediatra en las revisiones periódicas, los padres conozcan el calendario de progresos de un bebé normal. Es decir, que sepan cómo se comporta un bebé al nacer, al mes de vida, a los dos meses y a los tres.
La normalidad
El desarrollo psicomotor es un proceso continuo; un camino donde el niño adquiere progresivamente distintas habilidades que le permiten relacionarse con su entorno de manera plena. Esto significa que es:
- Secuencial, porque las distintas capacidades se adquieren siguiendo un orden determinado y cada una ayuda a que se alcance la siguiente.
- Progresivo, porque va aumentando la complejidad de las funciones que se adquieren.
- Coordinado, porque interactúan distintas áreas para alcanzar una determinada habilidad.
Sin embargo, el concepto de normalidad es siempre problemático o difuso. ¿Por qué? Porque el hecho de que un niño no haga lo que la mayoría de sus compañeros de la misma edad son capaces de hacer -que es lo que en definitiva se comprueba cuando se valora su desarrollo- no significa necesariamente que tenga algún defecto o le falten estímulos.
Cada niño tiene su propio ritmo de maduración. Hay bebés que, sin carencias de ningún tipo, evolucionan más lentamente que otros y pueden llegar tanto o más lejos que ellos. Y también puede suceder al revés: que un niño cuyo desarrollo psicomotor se halle dentro de los márgenes de la normalidad esté sufriendo algún problema que le impida evolucionar tan rápidamente como debería.
En todo caso, las padres deben advertir al pediatra de cualquier posible anomalía en el desarrollo psicomotor del bebé. Aunque lo más frecuente es que no haya problemas, en este terreno, más vale pecar por exceso que por defecto.
Incentivar el desarrollo
La falta de estímulos afectivos, sensoriales, físicos y ambientales producen retrasos en el desarrollo que podrían llegar a ser irreversibles. A partir de esta evidencia, en la década de los 70 se demostró que el pronóstico de los niños con problemas en su desarrollo psicomotor mejoraba con la aplicación temprana de una intensa estimulación sensorial y motora, que hoy se considera fundamental en el tratamiento de estos bebés.
De este modo, cuando un niño presenta un retraso, se le remite a centros especializados (hoy llamados «de atención precoz»), que además de completar el diagnóstico y tratar sus causas si es necesario y posible, inician unos ejercicios y actividades de estimulación para potenciar al máximo sus capacidades.
Tan pronto como esta estrategia fue de dominio público, casi de modo espontáneo se empezó a aplicar también a niños sin problemas, pensando que también ellos podrían obtener beneficios con una estimulación especial. Pues bien, no hay pruebas de que esto sea así. Es cierto que la estimulación adecuada es imprescindible, pero también lo es que su exceso aplicado sin criterio es contraproducente: puede aturdir al bebé, frenando su propia iniciativa e incluso llegar a causarle lesiones físicas, como en algún caso ha sucedido.
El exceso de estimulación aplicada sin criterio es contraproducente para un bebé normal
Es más, incluso si es correctamente efectuada, con una estimulación «técnica» se corre el riesgo de relegar a un segundo plano la afectividad espontánea, que es un factor mucho más importante para el desarrollo del bebé que el fortalecimiento de cualquier habilidad motora. Por otro lado, tras el mismo empeño por lograr lo mejor para el hijo, algo lógico y encomiable, se esconden a veces unas expectativas desmesuradas, lo que acaba resultando negativo para el niño y frustrante para sus padres.
El niño sin problemas especiales no necesita más estímulo que el que recibe al ser atendido normalmente, cuando se responde a sus demandas y se le trata con todo el afecto que suscita. Desde el nacimiento, el mismo bebé se encarga de provocar con sus gestos la respuesta que le estimula. ¿Por ejemplo? Cuando la mirada que dirige a sus padres induce y encuentra una mirada al otro lado, o cuando más adelante estira la mano casi pidiendo explícitamente que le pongan un sonajero entre los dedos. Hablarle, cantarle, tocarle, abrazarle, moverle arriba y abajo, jugando y riendo con él, son reacciones normales, que, sin pretender nada, estimulan naturalmente al bebé: tienen por sí mismas el valor de la comunicación afectiva.
Muchas veces se puede acertar con la actividad que más conviene al niño simplemente dejándose llevar por los propios sentimientos y observando el comportamiento y la respuesta del bebé. En cualquier caso, las funciones que se pretendan estimular serán obviamente aquéllas para las que va estando capacitado a medida que su sistema nervioso madura. Por eso es tan importante conocer los hitos de su desarrollo psicomotor.