Como su nombre indica, la conjuntivitis es la inflamación de la conjuntiva, es decir, de la capa transparente que recubre la parte blanca visible del ojo y la cara interna de los párpados. Esta afección puede ser causada por bacterias o virus, pero también por irritantes físicos o químicos o por mecanismos alérgicos, aunque en el bebé esto último no es todavía posible. Las conjuntivitis infecciosas se manifiestan por enrojecimiento de la conjuntiva, lagrimeo y secreciones purulentas. Las más graves son precisamente las que puede adquirir el niño al pasar a través del canal del parto; para evitarlas, se les aplica a todos un colirio nada más nacer.
Es normal encontrar esporádicamente alguna legaña en el ojo del niño, que no requiere más que ser lavado con una gasa empapada en suero fisiológico, pero si la secreción es abundante o persistente, seguramente requerirá tratamiento antibiótico local, con las gotas o la pomada que el pediatra prescriba.
Lagrimeo constante
Cuando las conjuntivitis se repiten muy a menudo en un bebé, es muy probable que padezca una «dacrioestenosis», que es la estrechez del conducto a través del que las lágrimas desaguan en la nariz. En estos casos, el niño empieza a lagrimear continuamente a partir de las tres o cuatro semanas de vida (antes no produce lágrimas) y con mucha frecuencia aparece con secreciones purulentas que pueden indicar infección y requerir tratamiento.
El conducto se va canalizando con el paso del tiempo y solo es preciso recurrir a la intervención del oftalmólogo cuando el problema persiste más allá de los 8 o 10 meses de vida. La curación puede acelerarse por medio de unos masajes con los que se pretende forzar el paso de las lágrimas./p>