Si para los adultos la muerte de un ser querido es el episodio más difícil de sobrellevar, mucho más aún lo es para los niños pequeños, quienes todavía no tienen claro el significado de la muerte ni están maduros a nivel emocional para poder afrontarla. Este artículo describe cómo entienden la muerte los niños en función de su edad y propone algunas claves para acompañarles en situaciones de este tipo, como tratar de preservar todas las rutinas posibles, no evitar hablar de la muerte con el pequeño si él lo desea, no apresurarse para tomar decisiones que le afecten y observar su comportamiento con mucha atención.
Acompañar a los niños en la pérdida de un ser querido: preguntas, respuestas y claves
Afrontar la muerte de personas queridas y cercanas es el momento más difícil en la vida de cualquier persona, y más aún en la de los niños. Durante bastante tiempo, los psicólogos y otros profesionales sostuvieron ideas como que los pequeños no sufrían o no necesitaban atravesar un momento de duelo. Por fortuna, esas creencias quedaron descalificadas desde hace mucho y, hoy en día, se entiende la necesidad de acompañar a los menores para que puedan vivir esas situaciones de la manera más apropiada.
Ante todo, es importante saber cómo entienden los niños el concepto de la muerte:
- En una primera etapa, que abarca hasta los dos años de edad, la muerte es solo una palabra. El bebé desarrolla, alrededor de los seis u ocho meses, una «noción de permanencia de objeto» que le permite sentir la ausencia de las personas importantes para él, es decir, aquellas con las que ha establecido un vínculo fuerte. Sin embargo, es un periodo en el que, como explica la Asociación Española de Pediatría (AEP), «el niño reacciona con incomprensión e indiferencia ante la muerte«.
- Entre los dos y los seis años de edad, por su parte, el pequeño «entiende la muerte como un hecho transitorio, algo mítico«, señala la AEP.
- Hacia los cinco o seis años, comienza a aceptar la universalidad de este hecho. En su intento por entender, hace preguntas acerca de cómo son las cosas en el lugar donde está la persona que ha fallecido («¿hace frío?», «¿cómo duerme?», «¿vendrá a traerme mi regalo de cumpleaños?») y sobre su propio cuidado y bienestar («¿voy a seguir yendo a fútbol los miércoles?», «¿quién me recogerá ahora?»). También expresa la preocupación de que la muerte afecte a las personas que le rodean («¿vosotros os vais a morir?» o «si os morís, ¿quién me va a cuidar?»). Así lo detalla la guía ‘Hablemos de duelo. Manual práctico para abordar la muerte con niños y adolescentes‘, editado por la Fundación Mario Losantos del Campo (FMLC).
Esta guía apunta que es fundamental responder siempre con la verdad y tener en cuenta la «edad cognitiva», ya que «hay niños de cuatro años que entienden prácticamente todo y otros de 10 que necesitan explicaciones más sencillas». También recuerda que al hablar del tema con él, se deben dejar en claro cuatro conceptos clave: que la muerte es irreversible, que todos los seres vivos mueren, que todas las funciones vitales paran tras la muerte y que esta tiene una explicación y es física. Ser claro y concreto evita que el menor desarrolle fantasías que lo perjudicarán en el futuro.
La AEP señala algunas recomendaciones concretas para acompañar a los niños que sufren la pérdida de alguno de sus padres u otra persona muy cercana. Se enumeran a continuación.
1. Preservar todas las rutinas que se puedan
Tratar de que los cambios en la rutina cotidiana y en los ambientes en los que se mueve el menor sean los menos posibles. En este sentido, si la muerte se puede prever, es bueno anticiparla. Se puede cambiar a los cuidadores, los horarios y otras rutinas para que la transición sea progresiva «en colaboración con la persona que vaya a fallecer», explica la guía de la FMLC. Añade que, de esa forma, «primero estarán con el niño los dos cuidadores juntos, luego el cuidador principal irá dando paso al que vaya a quedarse y se irá retirando lo máximo posible de las rutinas centrales del bebé». El nuevo cuidador debe atender todas las necesidades del pequeño.
2. Hablar de la muerte con el niño
No hay que eludir el tema de la muerte en las conversaciones con el niño siempre que este lo desee. El psicólogo Sergio Martín Tarrasón, miembro de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente (SEPYPNA), cita en el artículo ‘Muere un padre: desarrollo evolutivo del concepto muerte’ que el afán por evitar ciertos temas por una supuesta «protección» para el pequeño «no es otra cosa que la expresión del mecanismo de identificación proyectiva a través del cual el adulto se desprende de sus propios aspectos infantiles y los adjudica al niño». La AEP sugiere incluso animar al pequeño a hablar sobre la persona fallecida y a compartir con él la tristeza y los recuerdos, además de darle apoyo para sobrellevar la situación.
3. Evitar las prisas con las decisiones importantes
Evitar que los padres, durante su propio duelo, tomen decisiones importantes que afecten a la vida del menor. Martín Tarrasón explica que, en esas situaciones, «el adulto se encuentra con que también él mismo ha de afrontar el dolor de la pérdida de una persona querida, con toda la dificultad que ello supone y, además, ayudar al niño en su aflicción: una doble y difícil tarea». Por ello, deben dejar pasar un tiempo prudencial antes de tomar medida que puedan acarrear consecuencias negativas en el pequeño.
4. Observar al niño con atención
En el proceso del duelo, el primer año es clave. La AEP detalla que se deben realizar entrevistas entre cuidadores y maestros, observar su conducta durante el juego, su rendimiento escolar o si el niño sufre regresiones (es decir, si tiene conductas que ya había dejado atrás, como orinarse en la cama, tener miedo a la oscuridad, etc.). Los aniversarios —sobre todo el primero— también son fechas importantes en las que conviene estar muy cerca del pequeño.
El duelo es una parte fundamental en la tarea de asumir una pérdida. En términos psicológicos, es “un trabajo, un proceso simbólico, intrapsíquico, de lento y doloroso desprendimiento, que supone un reordenamiento representacional, la elaboración psíquica sobre el estatuto de un objeto que ha devenido ausente”. Así lo define el psicólogo Gabriel Donzino en un artículo titulado ‘Duelos en la infancia‘.
En los niños, el duelo no asume la misma forma que en los adultos. Las reacciones de los pequeños, apunta el psicólogo Martín Tarrasón, pueden incluir “la negación inconsciente y a veces consciente de la realidad de la muerte“, así como un descarte de todas las respuestas afectivas relacionadas con la muerte, una mayor identificación con la persona fallecida o su idealización, descenso de la autoestima, sensación de culpa y fantasías de una relación con la persona muerta o de un encuentro futuro con ella. En este sentido, es importante insistir en la irreversibilidad y universalidad de la muerte.
Y también son diferentes las formas en que el pequeño expresa su tristeza, en función de su edad. Regresiones, caída en el rendimiento escolar, pesadillas, irritabilidad, juegos violentos y enfados con los miembros de la familia son algunas de las formas en que el pequeño puede manifestar su pena, las últimas sobre todo, dice la AEP, “cuando la persona fallecida era esencial en la vida del niño”. Cuando estas situaciones tienen mucha intensidad o se extienden más allá de los primeros seis meses tras el deceso del familiar, los pediatras aconsejan acudir a un psicólogo infantil u otro especialista.