Los problemas a la hora de comer son bastante frecuentes en la etapa infantil. Suelen aparecer manías o situaciones en las que el niño se niega a alimentarse adecuadamente, tanto en cantidad como en calidad. ¿Qué hacer? ¿Obligarlo a que coma por la fuerza? ¿O dejarlo sin comer, poniendo en riesgo su correcta nutrición? La respuesta -como casi siempre- es: ni una cosa ni la otra. Lo que debe procurarse es un equilibrio para que el niño coma lo apropiado sin convertir en un pequeño infierno el cotidiano momento de sentarse a la mesa.
El niño no come
Antes que nada, se debe tener en cuenta que, en la época en que el bebé aprende a caminar, su interés por la comida disminuye. ¿Es eso normal? Sí que lo es. En parte porque su ritmo de crecimiento se reduce, y en parte porque empieza a obedecer a otros estímulos. Así que, de entrada, no hay que preocuparse por este primer cambio.
Ahora bien, al margen de otras cuestiones, es verdad que muchas veces los niños manifiestan un rechazo persistente ante determinados alimentos. La salida más fácil, y por ende uno de los mayores riesgos ante este tipo de situaciones, radica en sustituir el alimento que no es de su agrado por uno que sí le gusta. Actuar muchas veces de esta manera puede promover un carácter dominante, propio de niños consentidos y sobreprotegidos, lo cual puede generar dolores de cabeza a los padres en el futuro, cuando pretendan (sin éxito) que estas situaciones se repitan en otros ámbitos de su vida social.
Un buen método puede consistir en condicionar lo que el niño quiere a que, al menos, coma una mínima cantidad de lo que no le gusta. Es decir, negociar con el niño sobre la comida que rechaza. Siempre con cuidado: las formas deben ser distendidas, sin imposiciones, evitando perder los nervios, emplear amenazas o levantar la voz. Cualquiera de estas situaciones, o -en el peor de los casos- obligarlo a comer, puede generar que el momento de la comida se asocie a la idea de algo incómodo, conflictivo y desagradable.
Algunos consejos
- Eliminar del ambiente factores que pueden generar que el pequeño se distraiga. Desde la televisión y los juguetes a los hermanos o los amigos. Todo esto puede usarse luego como pequeños «premios» por haber comido correctamente. Dicho esto, también es cierto que muchos padres y madres emplean el «recurso de la distracción» para que los niños coman: canciones, juegos, etc. Esto dependerá de cada niño… ¡y de la capacidad de cada adulto para lograr que sus «trucos» sean efectivos!
- Usar la creatividad: con poco de ingenio, se pueden decorar los platos para que sean más atractivos a la vista… y se conviertan así en más apetitosos. Esto ayudará a que el niño asocie la hora de la comida con un momento agradable.
- No regañarlo excesivamente ante actitudes inapropiadas, pero sí elogiarlo y exteriorizar la alegría ante sus avances y su buena conducta.
- Si cuando todavía es muy pequeño (sobre todo durante el primer año o poco más) quiere tocar los alimentos con las manos, hay que dejar que lo haga. Es una etapa de exploración y descubrimiento. Luego él mismo querrá empezar a usar utensilios y recipientes, a medida que vaya desarrollando su sentido de la independencia.
Hay que tener en cuenta que la actitud de los padres y las madres frente a los alimentos condiciona los hábitos de los niños; por lo tanto, los adultos deberán tratar de adquirir al menos unos conocimientos básicos en cuestiones de alimentación adecuada a la edad infantil, que les sirvan para fomentar hábitos saludables.
Se debe recordar que cantidad no equivale a calidad. No siempre que un niño coma mucho quiere decir que coma bien. Una buena medida para controlar esto puede ser que los padres lleven un registro de lo que el niño ingiere (y también lo que bebe, parte fundamental de su dieta): cantidad, tipo de comida y bebida, lugar, qué come entre horas, etc. De este modo, al cabo de un tiempo podrán trazar un mapa de la alimentación del pequeño, lo cual les permitirá saber si es adecuada o deben delinear estrategias para mejorarla.
Y, por supuesto: es el pediatra quién determinará siempre qué le conviene al niño en cuanto a nutrición y peso. Muchas veces los padres tienden a pensar que su hijo come poco y a querer siempre que coma más. Todos los excesos son malos, y será el médico quien sepa decir qué le conviene a cada pequeño.