Los primeros meses del bebé son difíciles para sus padres, sobre todo para los primerizos: demandan mucho tiempo y esfuerzo, además de que hay que aprender muchas cosas a toda velocidad. También por estos motivos, es un periodo que pasa rápido. Cuando quieren darse cuenta, su hijo ya no es un bebé, sino un niño pequeño. Pero ¿qué factores determinan este cambio? Este artículo ofrece detalles sobre esa transición y describe cuáles son los aprendizajes que hacen al niño: andar, comer, hablar, abandonar el pañal e incluso una etapa de “mini-adolescencia” infantil.
La transición de bebé a niño pequeño
¿Hasta cuándo un bebé sigue siendo un bebé? ¿Cuándo comienza a ser un niño pequeño? No hay una respuesta precisa para esas preguntas, pero es una cuestión que genera curiosidad y que, de hecho, puede llamar la atención en algún aspecto.
Como es natural, el cambio no ocurre en un momento concreto: no sucede que el bebé se duerme una noche y a la mañana siguiente se despierta siendo un niño. Es un proceso. Y si bien este paso está menos relacionado con la cronología -es decir, con la edad del pequeño- que las distintas etapas del desarrollo y el aprendizaje por las que atraviesa, esta transición comienza hacia el primer año de vida.
Andar, comer, hablar: aprendizajes que hacen a un niño
Una de las más importantes tiene que ver con la movilidad. Los niños se ponen de pie y comienzan a andar -primero sujetados a la pared o a algún mueble, hasta que luego se animan solos- en ese momento, en torno a su primer cumpleaños, por lo general después de «prepararse» con el gateo a partir del primer semestre. En inglés, de hecho, existe una palabra que designa este periodo: el baby (bebé) se convierte en un toddler, un niño que anda de manera insegura porque está dando sus primeros pasos.
Otro de los temas centrales es el de la comida. Hasta los seis meses de edad, la Organización Mundial de la Salud, la Asociación Española de Pediatría (AEP) y otros organismos recomiendan -siempre que sea posible- la lactancia materna en exclusiva y, luego, seguir dándole el pecho, junto con la introducción de alimentos sólidos, al menos hasta el año de vida. A partir de entonces, en teoría, puede comer, con muy pocas excepciones, lo mismo que una persona adulta. Este sería otro de los rasgos del paso de bebé a niño.
Cuando cumple un año, el bebé también suele estar comenzando a pronunciar sus primeras palabras. Como explica la logopeda y psicopedagoga Claustre Cardona, miembro de la Asociación Española de Logopedia, Foniatría y Audiología, esos primeros vocablos se refieren a los conceptos que le dan más satisfacciones, mamá y papá, y también otros como teta, agua, más o no. La pronunciación no siempre es clara, pero -más allá de los balbuceos previos- es entonces cuando se puede afirmar que empieza la etapa del habla.
Abandonar el pañal, otro momento clave
Estas habilidades, combinadas con otras (desarrollo del control de la psicomotricidad fina, el niño comienza a disfrutar de otra clase de juegos, de que le lean cuentos, etc.), hacen que, en un sentido, ya se pueda hablar de otra etapa. Sin embargo, por varios aspectos se les considera todavía bebés hasta que alcancen otros aprendizajes.
Uno de ellos es abandonar el pañal y comenzar a utilizar el orinal o el váter. Esto se produce por lo general entre los dos y los tres años de edad, aunque hay menores que incluso desde el año y medio avisan cuando tienen ganas de «ir al baño». Esta transición constituye un paso fundamental en su desarrollo, ya que les permite ganar mucha autonomía y refuerza su autoestima.
Hay que tener en cuenta que, como explica la AEP, para que el niño pueda dejar el pañal debe contar con suficiente preparación física (andar sin ayuda, coordinar el movimiento de las manos, bajar y subir sus pantalones) y ser capaz de seguir instrucciones y, desde luego, controlar la vejiga. Todas estas capacidades ya hablan de un desarrollo importante.
Hay una fase que puede interpretarse como un quiebre “definitivo” entre la etapa del bebé y la del niño pequeño: la etapa del “no, no quiero”. Es una especie de “mini-adolescencia”, que la mayoría experimenta también entre los dos y tres años, un momento en el que contestan con negativas a casi cualquier cosa que les dicen los mayores. Se trata de un periodo breve donde los pequeños afianzan su identidad: ante el desarrollo de la conciencia del yo y de la existencia de las demás personas, ellos reaccionan con obstinación y terquedad.
“Aunque resulte cansino y, en algún caso, desesperante, no hay que perder de vista que es una fase necesaria”, explica la ‘Guía para el desarrollo de competencias emocionales, educativas y parentales‘, editada por el Ministerio de Sanidad. Este momento de mayor autonomía y, en consecuencia, mayor capacidad de explorar el mundo, junto con un desarrollo del pensamiento simbólico, tiene como resultado que el niño sienta la misma necesidad de sus padres pero, a la vez, expresar de alguna forma su necesidad de “independencia”.
Superada esta fase del “no”, el bebé ya habría quedado atrás para dejar paso al niño. Aunque, por supuesto, esta división en etapas no deja de ser solo simbólica, sin consecuencias ni aplicaciones prácticas. Además, para muchos padres y madres, aunque pasen los años, sus hijos siempre siguen siendo, de alguna manera, sus “bebés”.