La natación ofrece numerosos beneficios psicomotores, sociales y cognitivos para las personas. Si bien los niños no pueden aprender a nadar hasta alrededor de los cuatro o cinco años, cuando su cuerpo alcanza una cierta madurez, familiarizarse con el medio acuático a partir de los pocos meses de vida les brinda mayores habilidades físicas para el futuro. Este artículo ofrece información acerca de la práctica de la natación y sus beneficios en los bebés, del riesgo de contraer enfermedades respiratorias por nadar en piscinas públicas y de los niveles de cloro que estas instalaciones acuáticas pueden contener.
Practicar natación y aprender a nadar
La natación supone muchos beneficios para el desarrollo físico e incluso intelectual de las personas. Se puede practicar desde que el niño es casi un recién nacido, pero «aprender a nadar» no se consigue hasta a partir de los cuatro o cinco años de edad, ya que solo entonces su cuerpo está lo bastante maduro y desarrollado para hacerlo. De todos modos, desde muy pequeños pueden comenzar con sus prácticas para familiarizarse con el medio acuático.
La Asociación Española de Pediatría (AEP) aconseja, de hecho, que los menores aprendan a nadar a partir de los cuatro años, aunque aclara que «la decisión de cuándo un niño debe iniciar dichas clases debe ser individualizada». La misma asociación señala que «existen estudios que afirman que iniciar las clases entre los uno y cuatro años disminuye el número de ahogamientos«.
Beneficios de la natación en bebés
Pero los beneficios de un comienzo temprano no se limitan a reducir el peligro de padecer un ahogamiento. Un estudio realizado por investigadores noruegos reseñó algunas ventajas de que los bebés aprendan a nadar desde muy pequeños. El trabajó comparó dos veintenas de niños de cinco años de edad y de características similares en cuanto a nivel socioeconómico de sus familias, educación de sus padres, etc. La única diferencia entre ambos grupos consistía en que los pequeños de uno de ellos habían asistido a sesiones de matronatación entre los dos o tres y los siete meses de vida, mientras que los del otro grupo no lo habían hecho.
El trabajo concluyó que los menores que habían nadado desde bien pronto tenían más equilibrio y mayor destreza física que los otros. En concreto, podían mantenerse de pie sobre una sola pierna, saltar una cuerda, caminar de puntillas, dar a un balón y realizar otras actividades con mayor habilidad que los niños que no habían practicado natación desde bebés.
Además de los beneficios que comporta para el desarrollo psicomotor, también se han señalado ventajas tanto a nivel social como cognitivo. Por eso la matronatación -que es como se conoce a la práctica de la natación de los pequeños acompañados por un adulto- ha ganado tanta aceptación en los últimos años.
Piscinas públicas y riesgo de enfermedades respiratorias
Sin embargo, también se han apuntado algunos riesgos relacionados con la natación para los bebés y niños pequeños. ¿Cuáles? Las posibles consecuencias del cloro y otras sustancias utilizadas para la higiene del agua de las piscinas.
Una investigación publicada en Bélgica en 2003 alertó sobre la posibilidad de que productos derivados del cloro, que el menor inhala al nadar, pudieran dañar su epitelio bronquial y, de ese modo, favorecer el desarrollo de enfermedades pulmonares en bebés y niños pequeños, en particular en aquellos con una historia familiar que les hiciera propensos a contraer asma. El artículo tuvo mucha repercusión, porque desalentaba el comienzo temprano de la práctica de la natación.
Sin embargo, al año siguiente, científicos británicos publicaron una revisión de estudios relacionados con el tema. En ella, además de criticar la metodología del trabajo belga, indicaron que no hay demostraciones claras de una asociación entre la asistencia a piscinas y el riesgo de asma.
Los pediatras Javier Elorz y Carlos González, miembros de la AEP, han señalado que «no hay evidencia» de un mayor riesgo de padecer asma en los niños que acuden a piscinas, «siempre que en estas existan unos niveles de cloración del agua dentro de los límites establecidos y que la aireación de las instalaciones sea adecuada».
Es la cuestión de los niveles de cloración del agua la que hace que puedan existir o no riesgos para la natación de los bebés y a la cual, por ende, hay que poner mucha atención. Así lo ha apuntado de manera reciente la asociación Neumosur, un organismo sin ánimo de lucro que reúne a expertos en neumología y cirugía torácica de Andalucía, Extremadura, Ceuta y Melilla: «Nadar en piscinas con exceso de cloro puede aumentar las posibilidades de que un niño desarrolle síntomas de asma«. El riesgo se incrementa cuanto menor sea el pequeño, más tiempo permanezca en el agua, más agua de la piscina ingiera, menos higiene personal se exija y mayor sea la temperatura del agua.
El Ministerio de Sanidad explica que la presencia de unos ciertos niveles de cloro residual es una “garantía de desinfección”, aunque aclara que “un nivel excesivo de cloro o sus derivados puede generar irritaciones en los ojos e incluso problemas respiratorios, sobre todo en niños y en ambientes cerrados, como pueden ser las piscinas climatizadas o spas”.
La normativa vigente -actualizada por el Real Decreto 742/2013, de 27 de septiembre- establece que los niveles permitidos de cloro libre residual se encuentran entre 0,5 y 2 miligramos por litro (mg/l). Si los controles arrojan resultados superiores a estas cifras, se hacen presentes los riesgos citados. Si la cantidad de cloro supera los 5 mg/l, la ley prevé cerrar la piscina “hasta la normalización del valor”. Además, en el caso de piscinas cubiertas, “se intensificará la renovación del aire”.
El mismo decreto establece que los responsables de las piscinas deben poner “a disposición de los usuarios, en un lugar accesible y fácilmente visible”, los resultados de los últimos controles y las sustancias utilizadas para el tratamiento del agua, así como material divulgativo sobre prevención de ahogamientos y lesiones.