Entrevista

«La mejor edad para iniciarse en el uso de los dispositivos y las redes sociales es cuanto antes y en compañía de una persona adulta»

Sara Desirée Ruiz, educadora social y experta en adolescencia
Por Verónica Palomo 23 de mayo de 2022
Sara Desiree Ruiz educadora social
La sociedad no entiende al adolescente, a pesar de que todos lo hemos sido. Sara Desirée Ruiz descubrió hace ya dos décadas que en parte estábamos estancados en este conflicto intergenacional, porque eran pocos los profesionales que acompañan a las familias en este viaje repleto de grandes cambios cerebrales que es la adolescencia. Esta educadora social nos da las pautas sobre cómo acompañar a las personas adolescentes y entender esa relación tan estrecha, compleja y no exenta de riesgos que mantienen con las nuevas tecnologías.

Leemos muchos estudios que vinculan el abuso de las pantallas con todo tipo de problemas en los jóvenes: desde la baja autoestima hasta el sedentarismo, el fracaso escolar, el bullying o la depresión. ¿Todas estas conclusiones están verdaderamente fundamentadas?

El abuso de pantallas, como el abuso de cualquier cosa, puede tener consecuencias indeseables para nuestra salud y nuestro desarrollo. A pesar de esta realidad que sustentan ya los resultados de muchas investigaciones, atribuir exclusivamente al uso de dispositivos todos esos efectos me parece arriesgado. Las pantallas tienen riesgos, sí, pero también son muy útiles y hay muchos otros factores que pueden incidir en que una persona adolescente sea sedentaria, no rinda académicamente o esté deprimida.

Por poner un ejemplo sencillo, puede llegar a ser más peligroso que una adolescente se sienta incomprendida, juzgada y criticada por su madre que que pase tiempo en Instagram. Si esta adolescente no se siente valorada en casa, puede correr un riesgo mayor del que corre subiendo un post a cualquier red social y puede que todo lo que haga responda a la necesidad de ser valorada, escuchada o vista.

Además, en mi opinión y según mi experiencia, muchos de los riesgos que se derivan del uso de los dispositivos tienen que ver con la mezcla entre la ineficaz, y casi inexistente, educación digital que damos a las personas en desarrollo, la brecha digital generacional que mira con desconfianza la tecnología y las características de la adolescencia, que ya de por sí dificultan el autocontrol sobre muchas de las cosas que hacemos, más que con los dispositivos en sí.

¿No cree que a veces los adultos usamos un lenguaje un tanto injusto al acusar a los jóvenes de ser adictos, de estar enganchados a los dispositivos?

Creo que las personas adultas nos precipitamos muchas veces y etiquetamos injustamente las conductas adolescentes. Que una persona adolescente quiera pasarse horas jugando a un videojuego o mirando vídeos en YouTube no necesariamente quiere decir que se haya generado una situación de dependencia de los dispositivos. Puede que esté abusando de ellos, que los use más tiempo del recomendable para la salud, pero si no hay una afectación mayor y sigue adelante con el resto de actividades de su vida de forma regular, se relaciona con otras personas, va sacando adelante sus estudios y no abandona su deporte favorito, por ejemplo, no deberíamos poner el grito en el cielo.

Hay familias que han optado por prohibir el uso de cualquier tipo de pantalla. ¿Qué opina?

En mi opinión, aislar a una persona de la realidad no es muy recomendable. De hecho, suelo sugerir precisamente todo lo contrario: introducir la tecnología de forma progresiva y con un acompañamiento muy consciente para desarrollar unos hábitos de uso lo más autoprotectores posible. Hacer esto cuando la persona adolescente tiene 15 años es, como poco, arriesgado y puede ocasionar grandes conflictos y mucha tensión en casa.

¿Somos un mal padre o una mala madre por comprar un móvil a un niño de 10 años?

En absoluto. De hecho, yo invito siempre a que empecemos cuanto antes mejor a acompañarlas en el uso de los dispositivos móviles. En mi opinión, la mejor edad para iniciarse en el uso de los dispositivos y las redes sociales es cuanto antes y con una persona adulta que les presente el mundo digital y las acompañe paso a paso en el proceso de aprender a moverse en él. Es importante que no les entreguemos el móvil como si fuera un objeto más, igual que no les daríamos las llaves de un coche sin enseñarlas a usarlo y certificar que pueden hacerlo.

¿Por qué es tan importante el vocabulario que usamos cuando hablamos con los jóvenes? ¿Por qué cualquier comentario les hiere tanto o les puede llegar a ser tan susceptibles?

La amígdala, que forma parte del sistema de nuestro cerebro encargado de las emociones, está muy reactiva en esta etapa. Además, nuestro cerebro, al no poder disponer en todo su esplendor de sus funciones ejecutivas, que se están desarrollando, tiende a interpretar cualquier estímulo, por pequeño que sea, como un ataque y esto puede dar lugar a reacciones impulsivas. El objetivo de estas reacciones es defenderse. En este momento, en el que la familia pasa a un segundo plano por necesidades evolutivas, cualquier cosa que se les pueda decir en casa, aunque para nosotras sea insignificante, puede desembocar en una reacción desagradable por su parte. No es algo que tengan contra nosotras; sencillamente, no pueden evitarlo. Por eso suelo decir que “no es personal, es cerebral”, y por eso invito siempre a las familias a aprender sobre la etapa y a comunicarse con ellas de la forma en la que lo necesitan en este momento.

¿Qué podemos hacer los padres para evitar los conflictos cuando llega el momento de poner límites? ¿No es un tanto contradictorio que nosotros, con móvil en una mano, les digamos que no pueden estar todo el día conectados?

Las familias tienen que establecer límites claros y concretos en relación con el uso de la tecnología. Sugiero que lo hagan mediante acuerdos que involucren al máximo a las personas adolescentes, en lugar de hacerlo de forma unidireccional. La adolescencia es muy reactiva a la autoridad, así que todo lo que podamos hacer de forma cooperativa va a hacer que se impliquen más que si lo hacemos de forma imperativa. Es necesario mantenerse firmes a la hora de cumplir los acuerdos y ahí es donde se encuentra uno de los mayores retos. También sugiero, como bien apuntas, que usemos el ejemplo e intentemos hacer lo que queremos que hagan. Esto implica que los acuerdos los cumple toda la familia, es decir, que si se acuerda que durante las comidas no hay móviles en la mesa o que a las 23:00 horas se apaga el wifi, esto se lo aplica toda la familia. Las personas adolescentes suelen detectar las incoherencias adultas al vuelo y cualquier incoherencia puede dificultar el cumplimiento de los acuerdos.

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