“No quiere compartir nada”, “es imposible que preste sus cosas”. Algunos padres se desesperan ante esta actitud egoísta de sus hijos con los demás, en especial, con otros niños de corta edad y con sus hermanos. Sin embargo, este comportamiento no es anormal. Más bien es una actitud generalizada entre los pequeños de dos a tres años, que responde a una etapa evolutiva específica por la cual todos deben pasar.
El egocentrismo infantil
«Es mío». Después de «papá» y «mamá», este pronombre posesivo es una de las primeras expresiones que aprenden a pronunciar los más pequeños. En torno a los 18 meses, surge en los niños un fuerte sentimiento de posesión, tanto de los objetos como de las personas más cercanas, que hace que se nieguen con rotundidad a prestar o compartir sus cosas con los demás. Esta actitud no es anómala, ni representa un motivo para que los progenitores se preocupen de forma excesiva porque sus hijos se muestren como auténticos «egoístas».
Según el psicólogo Jean Piaget, el egoísmo es una conducta pasajera, que muestra su grado más elevado hasta los 24 meses
Por el contrario, es algo generalizado, que responde a lo que el prestigioso psicólogo Jean Piaget denominó como «etapa de egocentrismo infantil», durante la cual el niño considera que todo gira a su alrededor y que el único punto de vista que existe es el suyo. Por lo tanto, todas sus acciones están orientadas a satisfacer sus deseos, no los de los demás. Según el psicólogo suizo, esta es una conducta pasajera, que muestra su grado más elevado hasta los 24 meses, aunque se puede prolongar hasta los cuatro o cinco años.
Se puede enseñar a ser generoso
La generosidad también se aprende. Distintas investigaciones sobre la capacidad de los niños de comportarse de forma altruista, o de mostrar la voluntad de compartir con los demás, evidencian que se les puede enseñar a prestar sus cosas. Aunque haya una predisposición natural a no querer compartir, un ambiente en el hogar, el colegio y en otros círculos sociales en los que predominen las situaciones de empatía y generosidad con los demás puede influir de forma significativa en los pequeños, ya que son capaces de absorber e imitar el modelo de conducta que aprecian a su alrededor.
Por eso, durante esta etapa natural y hasta que los niños adquieren la percepción de que compartir es algo divertido (ya que más que un «problema» supone una excusa perfecta para jugar con otros niños y hacer más amigos), es preciso que los padres les muestren ciertas pautas de comportamiento que le ayudarán a superar su «egoísmo» de una forma menos traumática y le enseñarán el camino para ser una persona generosa en el futuro.
Aprender a compartir: cinco consejos para los padres
Diferenciar entre compartir, turnarse y prestar: si se dice al niño que tiene que compartir y esto implica que tiene que quedarse sin su juguete de forma obligatoria para que otro juegue con él en su lugar, es evidente que asociará esta actitud con una situación de pérdida. Sin embargo, si se le explica que pueden establecer una sesión de turnos (de modo que el otro niño jugará un rato con el objeto «de deseo» y luego este volverá a él), asociará el préstamo a una experiencia menos desagradable.
Incentivar los juegos en grupo: si el niño se aísla o juega siempre con juguetes individualistas, es difícil que se den situaciones propicias para modelar su comportamiento hacia una actitud más generosa. Para conseguirlo, es preciso fomentar que participe en actividades y juegos con más niños, ya sea en casa o en el parque, que impliquen en muchos casos compartir un mismo objeto (pelota, cuerdas, balones…) para que el juego sea divertido.
Enseñarle lo que es suyo y lo que es de todos: en algunos casos, el sentimiento de posesión lleva a que el niño perciba como suyo no solo lo propio, sino también objetos comunes e incluso los de los demás. Los padres deben ayudarle a distinguir estas diferencias entre las propiedades. Si se sube a un columpio y no deja que lo use ningún otro niño, es preciso explicarle que ese objeto no le pertenece, que puede usarlo un rato, pero luego debe dejarlo libre para los demás, no compartirlo o prestarlo, ya que no es suyo.
No obligarle: obligar al niño a prestar su objeto más preciado a otro niño (incluso a uno desconocido) puede ser un gran acto de crueldad, pues la orden además se la da alguien a quien él quiere por encima de todo y representa para él la máxima autoridad. Es necesario, por tanto, distinguir entre los objetos o cosas que pueden representar una fuerte carga emocional para ellos y otros que son más fáciles de compartir o prestar.
No amenazar: «Si no lo prestas, no te dejaré jugar a ti», «si no compartes, ya no te quiero». Amenazas de este tipo no tienen por lo general ningún efecto positivo sobre el niño. Por eso, es mejor evitarlas. Ante las situaciones en las que se niega a compartir, resulta más efectivo explicar al pequeño las consecuencias positivas que se pueden derivar de su comportamiento y no las negativas: «si lo prestas, te prestará su juguete y podrás cambiar de juego», «si lo compartes, podréis jugar los dos juntos» o «déjaselo, que se pondrá muy contento».