El olfato es considerado el sentido más primitivo de los seres humanos. Al nacer, el bebé ya lo tiene desarrollado por completo. Su conocimiento del olor del líquido amniótico es clave en los primeros momentos tras el parto: el contacto piel con piel y sentir el olor de su madre son fundamentales para que alcance el pecho y comience con la lactancia. Este artículo explica la importancia del olfato del recién nacido en la relación con su madre y con otras personas durante las primeras semanas de vida.
El contacto piel con piel y el olor de la madre
El sentido del olfato ya se encuentra desarrollado a las 20 semanas de gestación. Solo el gusto lo hace antes: entre las semanas 12 y 15. Cuando el bebé nace, su olfato está muy agudizado, y esto tiene un objetivo claro: la supervivencia. El instinto -a través de los sentidos, en particular el olfato y el tacto, y los reflejos- hace que la criatura llegue hasta el pecho materno. «Irá reptando hasta él, lo olerá, lo tocará con las manos y luego con la boca y finalmente será capaz de agarrarse al pecho de forma espontánea», describe el Comité de Lactancia Materna de la Asociación Española de Pediatría (AEP) en sus ‘Recomendaciones sobre la lactancia materna‘. La clave radica en que el primer olor que perciben los recién nacidos es el del líquido amniótico que los rodea durante la gestación.
Un estudio publicado en 2012, realizado con ratones, sugiere que el olor del líquido amniótico (el olor de la embarazada) impulsa el instinto de los bebés a buscar el pecho de su madre. Por ese motivo, desde hace años se promueve el «contacto precoz de la madre con el recién nacido piel con piel».
Colocar al pequeño sobre el abdomen o el pecho de la madre justo después del parto fue lo normal en la mayoría de las culturas. «De esta forma el niño conseguía calor y alimento y comenzaba a interactuar con la madre para poner en marcha el proceso de vinculación», tal como explica un artículo elaborado por varios expertos de la AEP. Sin embargo, la tendencia a instrumentalizar el parto, desarrollada a lo largo del siglo XX, llevó a la práctica de separar al recién nacido de la madre tras el parto, valorarlo, secarlo, vestirlo y, solo después, devolverlo con su progenitora.
Los pediatras recomiendan el contacto piel con piel durante al menos 50 minutos sin ninguna interrupción, siempre que el estado de la madre y el bebé lo permitan, y apuntan que «quizá sea deseable que el tiempo se prolongue hasta 120 minutos». Y que esto se debe ofrecer a todas las madres, incluso a quienes no tengan intención de alimentar a sus hijos con leche materna.
El olfato del bebé y su relación con su madre y otras personas
En los primeros días después del nacimiento, el bebé conoce a fondo el olor de su madre. Durante mucho tiempo, percibirlo le proporcionará tranquilidad y seguridad. Además del pecho, el olor que con mayor rapidez los niños aprenden a reconocer es el del cuello de su madre, ya que es en él donde descansan sus fosas nasales cuando ella lo sostiene en brazos. El pequeño aprenderá del mismo modo a reconocer a su padre, hermanos u otras personas que participen de la crianza.
Por eso, se desaconseja el uso de colonias u otras sustancias con un aroma demasiado intenso. En su ‘Guía Práctica para Padres‘, la AEP destaca que un «cambio en el olor de la madre, por el empleo de nuevos jabones, perfumes o desodorantes» puede ser la causa de que el bebé rechace ambos pechos durante la lactancia.
En las primeras semanas, el niño reconoce como agradables ciertos olores dulzones, en particular los de frutas, como el plátano y las fresas, y también el de la vainilla. Y también desde bien pronto encuentra desagradables ciertos olores, como el de la carne en mal estado, sustancias tóxicas o sus propios excrementos. Muchos especialistas creen que este sería un «regalo» de la evolución que nos permite evitar acercarnos a productos que pueden resultar nocivos. La misma hipótesis se esgrime al intentar explicar por qué el olfato de las mujeres se dispara durante el embarazo, sobre todo durante el primer trimestre. Se trataría de un mecanismo natural de defensa ante productos que pueden afectar a la gestación, en una etapa durante la cual a menudo todavía la persona no sabe que se encuentra en estado.
Desde un punto de vista evolutivo, el olfato es el sentido más primitivo de los mamíferos. Está vinculado de manera muy directa con necesidades elementales: el hambre, la sed y el deseo sexual. De algún modo, eso podría explicar que los seres humanos, al nacer, tengamos ese sentido ya desarrollado por completo, a diferencia de la vista, que todavía es inmadura en esos primeros días. Con el tiempo, la vista alcanza su plenitud y se convierte en el sentido dominante, al mismo tiempo que el olfato queda relegado.
Hace poco, por otro lado, un estudio reveló que el olor de los bebés es “adictivo” para las madres. Al percibir aroma a bebé, en el cerebro de las mujeres que habían tenido hijos se activaban los mismos circuitos que cuando comían una comida que deseaban mucho o cuando practicaban relaciones sexuales, y que son los mismos que están involucrados en la adicción al tabaco y otras drogas. En las mujeres que no habían sido madres, estas respuestas eran mucho más bajas. Según los investigadores, el olor a niño pondría en marcha un “mecanismo de recompensa potencial”, el cual causaría “respuestas maternas emocionales y motivacionales”.