En su libro menciona que las familias, además de tener un equilibrio entre el tiempo dedicado a las pantallas y a otras actividades sin ellas, deben que tener claro cuál es la intención que buscan con el uso de estos dispositivos. ¿A qué se refiere exactamente?
Tenemos que asegurarnos de que sabemos el motivo por el que estamos usando la tecnología, y no que sea la tecnología la que nos use a nosotros. Debemos saber qué queremos hacer con ella y qué papel queremos que tenga en nuestra vida.
¿De qué manera podemos hacerlo?
Hay que preguntarse qué intereses tiene nuestra familia y para qué la vamos a utilizar en casa. Algunos la usarán como herramienta creativa (para editar blogs, crear sus propios vídeos, experimentar con la fotografía), otros para la resolución de problemas, para mantenerse en contacto entre familiares y amigos (con el envío de vídeos, fotos o mensajes), también para descubrir cosas nuevas (desde aprender un idioma a descubrir rincones del mundo, tradiciones) o simplemente para divertirse (ver películas, documentales, jugar a videojuegos, leer, escuchar podcasts). Es bueno que los padres, en lugar de estar pegados al móvil sin decir lo que estamos haciendo y que nuestros hijos lo interpreten como que el uso del móvil es algo secreto y privado, den explicaciones sobre su uso. Por ejemplo: “Voy a coger el teléfono para comprobar el tiempo que va a hacer mañana o voy mirar mi e-mail para ver si esta persona me ha contestado, etc.”. Si tenemos claro para qué se usa en esa la tecnología, nuestros hijos se percatarán de ello.
Según la American Family Survey, una encuesta que realiza cada año la Universidad de Brigham Young, la mayor preocupación de las familias con respecto a la educación de sus hijos es la adicción a las nuevas tecnologías. ¿Hay motivo para ello o es más bien la prensa la que causa este terror en los padres?
Es cierto que se publican estudios que vinculan el consumo de tecnología con depresión, bajo rendimiento académico, violencia en las aulas, etc. Pero la realidad es mucho más complicada. Aunque sí que puede existir cierta correlación entre las horas de videojuegos y la estimulación de cierta agresividad (gritos, voces, empujar) o entre la luz de las pantallas y la pérdida de sueño, aún no se ha podido comprobar que se trate de una regla aplicable a todos. Casi todos los niños disfrutan con el uso de los dispositivos electrónicos y, sin embargo, la mayoría de ellos no tienen estos problemas. Prueba de ello es que los investigadores no han podido encontrar una fuerte conexión causal entre su uso y ningún problema en particular. En cambio, sí que está comprobado que los niños que ya tienen problemas de déficit de atención o depresión previos al consumo de la tecnología son más propensos a tener una relación negativa con las pantallas y a necesitar estímulos para realizar otras actividades, como hacer ejercicio y jugar al aire libre.
Muchos adultos pasan la mayor parte del día conectados a sus ordenadores o teléfonos móviles, sin embargo, no permiten que sus hijos los usen. ¿No es contradictorio?
Como padres, nuestros actos hablan más que nuestras palabras. Te pongo un ejemplo. Como parte del trabajo de investigación del libro, realicé una encuesta a 500 padres y de todos ellos, solamente 15 admitieron que se limitaban el tiempo que ellos dedicaban a sus redes sociales. Los hijos se dan cuenta de que quieres limitar su tiempo, pero que el tuyo es ilimitado. Tenemos que ser un modelo de unión y respetar a nuestros hijos prestándoles toda nuestra atención. Si obtenemos beneficios de la tecnología, como disfrutar de una canción favorita, de un vídeo divertido, al buscar algo sobre lo que tenemos curiosidad y estar conectados con los amigos y la familia, o ser productivos y hacer un trabajo, debemos compartir esos beneficios y ver con buenos ojos que nuestros hijos hagan las mismas cosas.
¿Cree que el uso de la tecnología cuando son pequeños influirá en su carrera profesional?
Hay muchos casos increíbles de niños que han descubierto su pasión por la ciencia, la tecnología, las matemáticas o sus dotes creativas y empresariales gracias a Internet. Creo que hacemos un flaco favor a nuestros hijos si no les damos ese espacio para explorar (con controles, por supuesto) y profundizar en sus intereses.
Una familia que juega unida permanece unida. ¿Esto es valido también si se juega a través de una pantalla?
Jugar juntos es un hábito positivo. Cuando cada miembro de la familia está en la misma habitación y cada uno está ocupado con su propio dispositivo, es difícil pensar en eso como un momento de unión. Pero sí creo que es bueno comprometerse juntos con la tecnología, ya sea viendo una película, el programa de televisión favorito o jugando a un videojuego juntos.
¿Cómo se puede convencer a un adolescente de que use las pantallas para algo constructivo?
La clave es tener un diálogo continuo con nuestros hijos en el que les preguntemos qué hacen o qué es lo que buscan en Internet y escuchemos realmente sus respuestas. Si se encuentran con algo molesto o inapropiado, tienen que ser capaces de poder hablar con nosotros sin sentirse juzgados. Si confían en nosotros también confiarán en nuestras recomendaciones.
No todos los padres controlan y manejan las nuevas tecnologías. ¿Es fundamental hacerlo?
Tenemos que dejar claro que la atracción que sienten nuestros hijos por la tecnología no es culpa de los padres por regalarles un dispositivo electrónico. Las pantallas llegaron hace relativamente poco y lo hicieron de golpe, casi de repente, y las trajeron las compañías tecnológicas, los colegios, la propia cultura. Ante esta irrupción es normal que muchos padres se hayan encontrado muy perdidos y hay que reconocer que han estado muy solos en esto. Pero podemos aprender de nuestros hijos, escucharlos y hacerles preguntas. A ellos les encanta ser nuestros mentores y tomar la iniciativa.
En cuanto al límite de tiempo que deben estar conectados… ¿cuánto es demasiado?
Soy partidaria de observar los hábitos generales de los niños. ¿Duerme lo suficiente? ¿Pasa tiempo al aire libre? ¿Hace ejercicio a menudo? ¿Está al día con las tareas escolares? ¿Pasa tiempo en familia? ¿Cena con el resto de los miembros de la familia todos los días? ¿Ve y juega físicamente con sus amigos? Estas son rutinas imprescindibles y que te dan una pista de si tu hijo tiene un problema con las pantallas. Si son capaces de equilibrar el tiempo que pasan solos con las pantallas, están ocupados y comprometidos con otras actividades y, sobre todo, disfruta de la vida, es muy poco probable que estén utilizando en exceso la tecnología.