La fecundación in vitro (FIV) es una técnica que consiste en la unión de un ovocito con un espermatozoide en el laboratorio, es decir, fuera del cuerpo de la madre. Es un procedimiento complejo y, en general, se emplea cuando han fallado o no es posible aplicar otros métodos de fecundación. Los ovocitos se extraen de los ovarios maternos y, en un medio líquido, se promueve su fecundación por parte del espermatozoide. Una vez formado el cigoto (ovocito fecundado), se transfiere al útero de la mujer para iniciar el embarazo.
Fecundación in vitro en detalle
Para realizar una FIV, se ejecuta un proceso de estimulación ovárica más intensa que la realizada en la mayoría de los casos de inseminación artificial. El objetivo es desarrollar varios folículos (unidad básica de la biología reproductiva femenina), entre 8 y 13, según los expertos. Cuando los folículos están maduros, el especialista administra una hormona, gonadotropina coriónica (HCG), con el fin de que el ovocito acabe de madurar. Pasadas unas 36 horas, lleva a cabo una punción folicular, un proceso por el cual se extraen los óvulos.
La punción folicular es una técnica quirúrgica relativamente sencilla. Incluye una pequeña sedación y, por ende, resulta indolora. En general, no dura más de 5 minutos, según explica Isidoro Bruna, jefe de la Unidad de Medicina de la Reproducción del Hospital Universitario Montepríncipe de Madrid. Mediante un transductor vaginal, el médico guía una aguja -que se puede ver con claridad en la ecografía-, con la cual pincha cada folículo y aspira el líquido folicular. Luego este líquido se analiza en el laboratorio, para establecer la cantidad de óvulos obtenida.
El siguiente paso es el fundamental: en cultivos individualizados, cada uno de los óvulos se pone en contacto con cientos de miles de espermatozoides «capacitados» (que han quedado tras someter el semen a un proceso según el cual se eliminan detritus, restos celulares o espermatozoides muertos, inmóviles o lentos). Por último, los embriones obtenidos se transfieren al útero de la mujer.
Algunos números
Debido a las extensas listas de espera, la mayoría de los interesados en la fecundación in vitro acude a centros privados
La fecundación in vitro es la principal técnica a la que se apela cuando no han dado resultado los intentos de inseminación artificial en el cuerpo de la madre. Si bien en algunos países -España entre ellos- estos tratamientos están cubiertos por la Seguridad Social, en la práctica, las listas de espera son tan extensas y obligan a tanta demora, que la mayoría de los interesados decide acudir a centros privados, pese a lo elevado de los costes (el precio base de un tratamiento en nuestro país ronda los 3.000 euros). Además, la Seguridad Social española no admite para la FIV a pacientes mayores de 40 años y, entre las mujeres que buscan el embarazo por este medio, muchas superan ese límite de edad.
Esta técnica no solo es válida para casos en que se hayan probado sin éxito otras, sino que se convierte en imprescindible cuando la pareja que busca el embarazo sufre de factor masculino severo (esterilidad por parte del hombre), factor tubárico (trompas de Falopio obstruidas, dañadas o ausentes) o algunos otros problemas que hacen imposible la fecundación en el interior del cuerpo de la madre. En el caso del mencionado factor masculino severo, no solo es recomendable la FIV, sino una modalidad en particular, llamada Inyección Intracitoplasmática de Espermatozoides (ICSI), al igual que cuando haya fracasado algún intento previo de FIV convencional o se cuente con un número limitado de ovocitos o espermatozoides.
Las probabilidades de que una pareja conciba un bebé tras un proceso de FIV es de 1 sobre 5, una cifra similar a la concepción natural
En los últimos años, el éxito de la fecundación in vitro se ha incrementado de manera notoria, debido a los avances científicos y a la mejora en las condiciones de los laboratorios. Un informe realizado por el Comité Internacional para el Monitoreo de las Técnicas de Reproducción Asistida (ICMART), difundido en 2008, ha estimado en más de tres millones la cantidad de bebés nacidos a través de estos tratamientos, aunque otras estadísticas mencionan cifras mayores -hasta 4,5 millones-. En la actualidad, las probabilidades de que una pareja infértil conciba un bebé tras un proceso de fecundación in vitro es de una sobre cinco, similar a la que tiene una pareja sana de concebir de forma natural. El éxito depende de una serie de factores, entre los cuales se destacan la edad de la paciente, el número de embriones transferidos y la experiencia del centro médico encargado del tratamiento.
A los niños nacidos mediante esta técnica se les denomina “bebés probeta” o “bebés de probeta”. La primera de ellas, llamada Louis Brown, nació el 25 de julio de 1978, en Oldham, Inglaterra. Tras su nacimiento, se sometió a múltiples estudios para determinar que su estado era normal y corroborar que la FVI era un método de fecundación tan seguro como el natural. Los padres de Louis volvieron a apelar a esta técnica cuatro años después y tuvieron a otra niña, Natalie, quien en 1999 se convirtió en la primera “bebé de probeta” en dar a luz, de manera natural, a un niño.
Los responsables del primer tratamiento exitoso en este campo fueron dos médicos de la Universidad de Cambridge: el fisiólogo Robert Edwards y el ginecólogo Patrick Steptoe. Entonces llevaban, al igual que muchos de sus colegas en distintas partes del mundo, casi una década de intentos de perfeccionar la técnica de la FVI. El primer embarazo por medio de esta técnica se había logrado tres años antes, en 1973, por parte del ginecólogo australiano Carl Wood. Este embarazo no prosperó y se interrumpió pocos días después, pero sus experiencias fueron fundamentales para el desarrollo de estos trabajos. Wood -quien en 1983 fue responsable del nacimiento del primer “bebé de probeta” a partir de un embrión congelado- falleció hace muy poco, en septiembre de 2011.