Durante la infancia, los juegos no son una mera actividad recreativa. Se trata de una actividad fundamental para la maduración y aprendizaje de los niños. Si hablamos de bebés que llegan al año de vida, momento en el cual empiezan a andar -y por tanto a ganar autonomía-, los juegos son una manera de que amplíen su mundo y, al mismo tiempo, se sientan de manera plena parte de él.
A esta edad, el niño está andando o a punto de empezar a andar, por lo cual «los juegos que le pueden venir bien son del tipo de buscar cosas, seguir un objeto que se mueve, tirarle una pelota y que vaya a por ella y te la devuelva, etc.», indica la logopeda Almudena Valle, responsable de la clínica de neurorrehabilitación Emérita Neuro, de Mérida. También le interesan mucho los juguetes que van de un lado al otro, como los correpasillos y triciclos. Así que también es momento de acompañarlo en sus primeras aventuras de aquí para allá.
Estos juegos no deben limitarse a interiores: una actividad muy interesante, si el tiempo acompaña, es la exploración al aire libre. Puede constituir una ocasión fenomenal para que el pequeño experimente con sus cinco sentidos la relación con el mundo exterior. Que gatee o camine sobre el césped, mientras la madre o el padre lo acompañan, le nombran los objetos o elementos por los que demuestre interés, lo guían en su recorrida.
El desarrollo cognitivo
Además del crecimiento a nivel motor, en este momento al niño lo estimulan mucho también las actividades relacionadas con su desarrollo cognitivo, y le encantan las actividades que estimulan su capacidad de coordinar movimientos. Por ejemplo, introducir objetos en cajas o recipientes y luego sacarlos y volverlos a meter, lo mismo que construir torres con objetos apilables. Se recomiendan juguetes como juegos de encastres, en los que tenga que meter piezas con formas (círculos, cuadrados, triángulos, etc.) en el lugar correcto, juguetes con puertas para abrir y cerrar, teléfonos para marcar, etc.
Otra cosa que lo atraen mucho en esta etapa son los sonidos: al tiempo que él mismo dice sus primeras palabras, se queda enganchado a cualquier elemento que emita melodías, como instrumentos o cajitas de música. Por tal motivo, es bueno motivarlos con pequeños xilofones o teclados infantiles, y también con juguetes con sonidos, como muñecos o coches. «Es muy bueno contarle un cuento, que juegue con teléfonos de juguete, porque ya empieza a tener más importancia el lenguaje? Por ejemplo, lo típico de jugar con el teléfono: ‘Diga, diga, ¿hola?, ¡ay, que te llama mamá!’, cosas así», apunta la doctora Valle.
Un juego muy interesante es el de buscar los orígenes de un determinado sonido. Además de estimular su capacidad auditiva, promueve el desarrollo de sus conexiones mentales. Es muy sencillo: hay que buscar una cajita de música, un despertador a cuerda (siempre que el sonido sea agradable) o cualquier artefacto similar. Luego se debe hacerlo sonar, y el adulto imitar su sonido con su propia voz, tarareando la melodía o repitiendo alguna onomatopeya (por ejemplo, «tic-toc» o «lalalá»). Después de repetirlo varias veces, se ocultará la fuente de sonido debajo de un cojín o una manta, y se incitará al niño a que lo busque, haciéndolo sonar y repitiendo el sonido con la boca. Una vez que el niño lo encuentre y entienda el juego, querrá repetirlo muchas veces…»
Es también una buena época para dar al niño sus primeros libros. Se recomiendan los de cartón duro, con muchas y coloridas imágenes. Hay que tener en cuenta que el niño está todavía reconociendo formas, por lo cual el libro será solo un objeto más; si recibe un libro «normal», lo más probable es que experimente con él de la forma en que sabe hacerlo: rompiéndolo, arrancándole páginas, llevándoselo a la boca, etc. Lo bueno de darle libros en esta etapa es que comenzará desde bien pronto a familiarizarse con ellos, aún antes de descubrir toda la magia que contienen.
¿Qué papel desempeñan las madres y los padres en el juego de los bebés? La logopeda Almudena Valle destaca cómo han cambiado al respecto las costumbres culturales en los últimos tiempos: “Mis padres pasaban mucho tiempo jugando conmigo; ahora en cambio se pasa mucho menos tiempo con los niños. Lo que suelen hacer los adultos es dejar al niño tumbado en el parque o la alfombra sensorial y ‘que juegue’. El niño por sí mismo no va a ir a tocar las cosas… pero una vez que el padre o la madre van y le dicen ‘mira, Manolito, ¡mira cómo suena!’, el niño a lo mejor ya sí que se desplaza”. La especialista define la función de los padres como “mediadores para que el niño descubra las cosas; el adulto debe ser el eje regulador, el que modela y le enseña a jugar”.
También es muy importante que el bebé tenga momentos de estar solo en su cuna o corralito: allí se inventará sus propios juegos, experimentará con los juguetes que le dejemos, descubrirá con sus sentidos lo que ocurre a su alrededor… “Hay que dejarle su espacio y su tiempo, porque la sobreprotección hace el efecto contrario -apunta Valle-. A lo mejor con dedicar 20 minutos al día para jugar con el bebé puede ser suficiente. Pero deben ser por completo dedicados a él, sin estar pendientes de la comida ni de ninguna otra cosa: 20 minutos de tirarte al suelo y estar jugando en su nivel”.
La logopeda agrega que si un adulto dedica un tiempo que el niño ve que es solo para él, se convierte en ‘su héroe’. Cuenta que las madres de los niños del centro de rehabilitación temprana en el que trabaja le dicen: “Yo creo que te quiere a ti más que a mí”. “Pero es que los 45 minutos de sesión yo solo estoy con ellos, no me estoy dedicando a nada más -explica-. Por eso, más que la cantidad, lo importante es que ese tiempo sea de calidad”.