El Haemophilus influenzae tipo b (Hib) es una bacteria que, por lo general, causa otitis e infecciones en las vías respiratorias altas. Sin embargo, puede ser más agresiva con los bebés y producir peligrosas epiglotitis (es decir, inflamaciones de la entrada de la laringe), neumonías, septicemias, infecciones óseas y articulares, y también meningitis. En los más pequeños el bacilo puede provocar la muerte o causar daños neurológicos irreversibles, por ello es importante protegerlos vacunándolos. Si bien el compuesto no evita las infecciones de las vías respiratorias altas, sí previene contra las formas más graves de infección, que se han reducido de forma espectacular entre los lactantes desde que comenzó a aplicarse.
Más del 95% de eficacia
El Haemophilus influenzae (Hib) es un patógeno exclusivamente humano y puede alojarse en una persona sin infectarla. Por esta razón, el papel de los portadores sanos es fundamental para mantener la enfermedad: se producen muchos ciclos de transmisión a partir de personas colonizadas antes de que aparezca un caso de enfermedad.
La importancia de esta patología radica, sobre todo, en que afecta a los más pequeños y en que sus consecuencias pueden ser graves. El pico de incidencia se encuentra entre los 6 y los 9 meses de edad, y la mitad de los casos ocurren en el primer año de vida. De ahí que la vacuna comience a administrarse 2 meses después del nacimiento. En España, aunque se producen casos de Hib durante todo el año, la incidencia más elevada se registra entre noviembre y enero.
La vacuna Hib conjugada con toxoide tetánico muestra una respuesta de anticuerpos de 90% después de dos dosis y de 98% a 100% después de tres, todas ellas administradas en los primeros seis meses de vida. La eficacia clínica de las vacunas conjugadas está entre el 95% y 100%, de modo que la enfermedad invasiva por Hib es muy rara en una población infantil completamente vacunada.
La recomendación general es aplicar cuatro dosis en total, administradas a los 2, 4, 6 y 18 meses de edad. Las reacciones generales (como fiebre, irritabilidad, somnolencia, pérdida de apetito, inquietud, vómitos, diarrea y llanto no habitual) y las locales (como dolor, eritema o induración) son infrecuentes y de escasa o moderada intensidad. Apenas se registran en el 10% de los casos y desaparecen en 24 horas.