El labio leporino, que en muchas ocasiones se acompaña por el paladar hendido, es el más común de los defectos congénitos. En Europa, uno de cada 700 niños nace con este problema. Sin embargo, pese a los avances de la ciencia y las investigaciones, todavía no se han podido establecer con certeza sus causas, ni tampoco si existen maneras eficaces de prevenirlo. En este artículo se dan detalles acerca del labio leporino y cómo afecta a quienes lo padecen, se describen estudios acerca de factores genéticos asociados con este problema y se explican las principales características de su tratamiento.
Labio leporino: qué es y cómo afecta
El labio leporino es un defecto congénito que consiste en una hendidura en el labio, a veces pequeña y que en otros casos puede representar una fisura completa entre la boca y la base de la nariz. A menudo va acompañado de otro problema: el paladar hendido, también llamado fisura palatina, una hendidura que puede afectar a uno o ambos lados en el interior de la boca. Los científicos estiman que el labio leporino, cuyo nombre técnico es fisura labio alveolo palatina (FLAP), afecta a uno de cada 700 niños en Europa.
Entre los problemas que ocasiona, además de los relacionados con la apariencia (con las consecuencias que esto tiene sobre la autoestima de los pequeños), hay también cuestiones alimentarias (sobre todo flujo de leche a través de las fosas nasales y otros conductos durante la alimentación), las cuales derivan en retardo del crecimiento, infecciones en el oído, dientes desalineados y retraso en la adquisición del habla.
Las causas de las fisuras labio-palatinas todavía no están del todo claras. En general se habla de herencia genética, por un lado, y del papel de elementos externos (consumo de drogas por parte del padre o la madre, virus, toxinas, etc.), por otro.
Factores genéticos asociados con el labio leporino
«Puede haber cierta influencia genética en un tercio de los casos -señala una ‘Guía para padres‘, editada por el Servicio de Salud de la Comunidad Foral de Navarra-, pero más veces son factores externos los causantes de la malformación sin que se pueda llegar a saber en cada caso concreto cuál ha sido la causa». «Se ha hablado de la influencia de la toma de algunos medicamentos, infecciones víricas o radiaciones, pero mayormente son conjeturas y no hechos probados«, añade el texto.
Por su parte, un estudio realizado por científicos de la Universidad de Bonn (Alemania) aportó algunos datos que parecen comenzar a arrojar luz en este sentido. Los investigadores hallaron una variante genética en el cromosoma 8, que aparece con una frecuencia «signitificativamente mayor» en las personas afectadas por labio leporino, comparadas con personas que no lo han padecido.
Según Elisabeth Mangold, directora del trabajo publicado por la institución alemana en 2009, «sin este factor genético en el cromosoma 8, las probabilidades de que un niño de nuestro medio padezca de labio leporino sería mucho menor que uno entre 700». Si estos datos se confirman -son necesarios nuevos estudios sobre el tema- equivaldrán, según los investigadores alemanes, a «buenas noticias» para las madres, que en muchos casos se sentían culpables por sospechar que habían hecho «algo mal» durante el embarazo. «No puedes ayudarte a tener los genes que tienes», señala Mangold.
¿Se puede prevenir el labio leporino?
Debido a estos motivos, no está claro si se puede prevenir de alguna forma el labio leporino, más allá de la recomendación de evitar la ingesta de alcohol, la exposición a gases tóxicos o una nutrición insuficiente durante la gestación. Diversos estudios han hallado indicios de que un suplemento de vitaminas sería útil para prevenir deformidades en el embrión, pero es algo que también está por demostrar.
Si bien el labio leporino se puede detectar ya durante el embarazo, a través de las ecografías, el único tratamiento posible, al menos de momento, es la cirugía. La web de la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos explica que la primera intervención suele realizarse cuando el niño tiene entre seis semanas y nueve meses de edad. Sin embargo, como apunta el documento del Servicio de Salud de Navarra, “no es posible hacer toda la cirugía necesaria durante los primeros años de vida”.
El mismo texto detalla que la tarea que deben hacer los médicos “es algo así como montar un puzzle e implica recolocar las distintas estructuras anatómicas en su lugar correcto, con especial cuidado en la reconstrucción muscular del labio y paladar”. El objetivo es lograr que ambas partes puedan cumplir con sus funciones.
El tratamiento puede extenderse hasta la adolescencia. “Hacia los 15 años, algunos pacientes necesitan de pequeños retoques de la estética nasal o del labio y un pequeño porcentaje precisa de intervenciones mayores para corregir la oclusión dental” (es decir, la forma de morder). A estas alturas, las decisiones acerca de la modalidad y el momento oportuno para las operaciones y otros detalles del tratamiento ya no las toman solo los profesionales y los padres, sino también los propios menores.