Fomentar la lectura en los niños es algo que interesa a los padres. Sin embargo, muchos dudan de si merece la pena leer un cuento o un poema cuando aún son bebés. ¿Se enterarán, servirá de algo? La respuesta es afirmativa. El aprecio por los libros se puede estimular desde la cuna. Ahora bien, es preciso tener algo presente: tan importante como el qué es el cómo. En esta etapa de la infancia, el papel de los padres, su entusiasmo y su creatividad al leer cuentos es fundamental para captar la atención de los pequeños y hacer de la lectura una experiencia divertida.
Cuenta Santiago Alba Rico en su ensayo ‘Leer con niños’ (Caballo de Troya, 2007) que un día, presa de la desesperación porque su hija de seis meses lloraba a un volumen ensordecedor, se le ocurrió echar mano de la ‘Divina comedia’; sí, la obra de Dante. En un brazo se colgó a su hija y en la mano del otro se colocó el libro en cuestión y comenzó a caminar mientras daba grandes zancadas por la casa y leía en voz alta.
Según escribe este filósofo y guionista de los legendarios electroduendes de ‘La bola de cristal’, esa solución improvisada le funcionó. «La combinación tuvo un efecto ansiolítico inmediato, para ella y para mí, y pocos minutos después pude seguir leyendo sentado al lado de la cuna, desde donde Lucía me miraba, atontada por mi voz y con un brochazo ya de sueño en las pupilas», asegura en su libro. A partir de entonces, cada vez que Lucía lloraba, recibía una ración de la ‘Divina comedia’, de cualquier otro clásico que su padre tuviese a mano o unos poemas de Fernando Pessoa. Antes del año, Lucía hablaba con la misma energía con que antes lloraba.
Hasta cierto punto, importa menos el libro que su ritmo, el tono de voz y el entusiasmo con que lo leamos
La moraleja de la historia anterior no es que debamos leerles clásicos a los niños. Más bien sería que los padres conectan mejor con sus hijos cuando intentan contagiarles y compartir algo que les causa placer a ellos. Entre otras razones, porque los bebés no leen, tienen un vocabulario muy restringido y solo comprenden mensajes sencillos; así que corre por cuenta del adulto convertir en algo divertido esa nueva experiencia de escuchar una historia. De ahí que, hasta cierto punto, importe menos qué libro elijamos que el ritmo del texto en cuestión, el tono de voz con que lo leamos, el entusiasmo que demostremos o el «espectáculo» que montemos alrededor. Al fin y al cabo, se busca transmitir emociones, algo que el bebé comprende mucho mejor que las palabras.
Libros para bebés de 0 a 2 años
Por ese motivo, los libros pensados para los bebés de 0 a 2 años son, sobre todo, artefactos sensoriales. A una edad donde la literatura puede ser de tela o incluso meterse en la bañera, el continente pesa más que el contenido. Son libros que se caracterizan por ser objetos atractivos a la vista, resistentes al trajín cotidiano -y a la boca del lector-, fácil de manipular por manos diminutas y coloridos, muy coloridos. En cuanto al contenido, lo usual es que contengan ilustraciones y frases elementales -«el patito hace cuá», «ya no me hago pis» y similares- relacionadas con objetos, animales o situaciones cercanos al niño (flores, colores, juguetes, un perro, etc.).
Además, muchos libros contienen elementos extra que apelan al sentido del tacto o del oído. Algunos incluyen un cuadrado y un triángulo con texturas diferentes y que emiten sonidos distintos cuando el bebé los pulsa. También los hay que integran ventanas o solapas que se deben retirar para ver quién o qué se esconde detrás. O los hay con vacas que mugen y caballos que relinchan, o con preciosas casas desplegables en tres dimensiones, y hasta con elementos giratorios que estimulan la motricidad, a la par que lanzan algún sonido característico. En fin, se pueden encontrar todo tipo de libros, hasta con un CD de canciones que los complemente.
Ahora bien, también hay libros muy sencillos y eficaces, que apuestan solo por la baza visual. En ellos, la historia se cuenta solo con imágenes, sin palabras, y suelen tener éxito en la medida en que el bebé identifica en los dibujos algo que capte su atención y que esté relacionado con su vida cotidiana. ¿Por ejemplo? Si ha empezado ya la guardería, quizá descubrir a dos niños que juegan le fascine… O si ve a una madre y a un hijo abrazarse, puede que reconozca esa acción y abrace al adulto. Pero eso es impredecible: cada niño es un mundo.
Cómo dar vida a los libros infantiles
Eso sí, en lo que coinciden todos es en necesitar a un adulto cómplice, paciente y con energía suficiente para asumir el desafío de leer. De algún modo, gran parte del éxito de esta experiencia depende de su capacidad para recrear las historias y dotarlas de intensidad, de magia. Una nariz postiza, un muñeco de trapo que habla mientras pasa las páginas, una pluma que hace cosquillas, percutir un triángulo con una varilla o una canción pueden dar mucho juego al captar y mantener la atención. Nunca está de más recordarlo: conocemos el mundo a través de los cinco sentidos, no solo de las palabras, y los bebés no son una excepción.
Y es que hay que saber dar vida a los libros para que ellos puedan entregarnos la que está contenida en sus páginas. Ese es el contrato entre libro y lector, tenga este la edad que tenga. De ahí que muchas veces lo más complicado no sea si los bebés entienden o dejan de entender lo que les contamos, sino si los adultos entramos en el juego, nos dejamos llevar y fantaseamos con la seriedad con que ellos lo hacen. Quien haya dado voz a un oso de peluche, se haya puesto un parche en el ojo o se haya convertido en una gallina que mueve las alas corriendo por el pasillo mientras cacarea… sabrá en qué consiste lo anterior.
Un último (pero valioso) consejo: conviene apagar la tele -y cualquier otra pantalla- mientras se lee. Cuesta captar la atención del bebé y esta no dura mucho más de 20 minutos, así que es mejor evitar otras distracciones.