Una suerte de polémica retorna cada cierto tiempo a los debates sobre la alimentación más adecuada para los bebés: ¿es acertada la recomendación de no dar miel a los niños menores de un año o se trata de una exageración que solo conduce a crear alarmas innecesarias?
Esta historia comenzó en 1976, cuando en California, Estados Unidos, se produjeron varios casos de bebés afectados de botulismo infantil y se identificaron como causa las esporas del microorganismo Clostridium botulinum. Dos años más tarde, un estudio epidemiológico analizó numerosos alimentos y sustancias del entorno para hallar la fuente de ese microorganismo: las esporas aparecieron en cinco muestras de tierra, una de polvo de una aspiradora y nueve de miel. Inmediatamente, la miel se convirtió en el riesgo oficial para los niños, ya que es la única de esas variables que se puede controlar.
Sin embargo, algunos especialistas consideran que este riesgo está sobrevalorado. Es el caso de Bee Wilson, autora del libro «La colmena: historia de la abeja y nosotros» y de un artículo publicado en 2005 por el periódico británico The Guardian, que reencendió la polémica.
Las cifras del botulismo infantil
En Gran Bretaña, los botes de miel y los envases de productos que la contienen llevan una muy llamativa etiqueta blanca con letras negras, en la que se advierte del riesgo de botulismo para los niños menores de un año que la consuman. «Conozco un padre que sufrió un ataque de pánico tras haber dado por error a su hija de 11 meses un dulce de fruta que contenía un poco de miel», escribió Wilson en el citado texto. Pero los riesgos, afirmó, no son «tan obvios» como la etiqueta sugiere y «la historia que hay tras la advertencia es ambigua e irónica».
Los argumentos que se esgrimen para bajar la consideración de los riesgos que la miel representa para los bebés se centran, sobre todo, en tres elementos:
- los pocos casos detectados
- las altas probabilidades de curarlo si se trata a tiempo y
- su baja tasa de mortalidad.
En concreto, es en California donde la miel y el suelo contienen más esporas de botulismo que en cualquier otra parte. Sin embargo, en ese Estado de la costa oeste norteamericana «solo entre un 10% y un 13% de las muestras de miel contienen esporas», asegura Bee Wilson en su artículo.
¿Y cómo afectan las esporas de Clostridium botulinum a los niños? Por lo general las afecciones se dan en bebés de menos de 6 meses. Como aún no tienen un sistema digestivo maduro, las esporas consiguen germinar, multiplicarse y colonizar el intestino, donde empiezan a producir la neurotoxina del botulismo. Unos treinta días después de la ingestión aparecen los primeros síntomas: estreñimiento, el bebé no tiene la fuerza habitual para llorar o mamar…
Los primeros síntomas del botulismo aparecen unos 30 días después de ingerir las esporas
No obstante, si el bebé recibe el tratamiento médico adecuado, el pronóstico es bueno. El botulismo infantil (salvo escasas excepciones) es bien distinto del botulismo que afecta a los adultos al consumir la toxina preformada de Clostridium botulinum, y que tiene peor pronóstico. De hecho, el índice de mortalidad del botulismo infantil también es muy bajo: 1,3 %. «Si uno es un progenitor angustiado, la mera frase ‘mortalidad baja’ es aterradora -escribe Wilson-, pero la actual advertencia parece sobrevalorada».
La necesidad de prevenir
Todos estos datos parecieran, en efecto, hablar de una sobreestimación de la gravedad real del problema. Y vienen bien para que los padres no sean presas del pánico ante una situación como la del hombre que dio a su hija un dulce que contenía miel.
Pero, más allá de eso, el mencionado informe de la EFSA insiste en la necesidad de prevenir. Advierte que, ante la imposibilidad de garantizar la ausencia total de esporas en la miel, lo conveniente es no suministrarla a niños menores de un año. Y esto incluye no solo su consumo directo sino también otras vías, como las costumbres de untar un poco de miel en el pezón de la madre antes de dar el pecho al niño o la de untar con miel los labios del bebé.