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Parece que cada vez tenemos más claro que los hábitos saludables se construyen con una alimentación equilibrada, el descanso y la actividad física. Además, durante la infancia hay otra pieza importante para el correcto desarrollo físico y mental de los menores: el juego. Y esa pieza presenta cada vez más deficiencias en su estructura.
Según el ‘Estudio sobre el comportamiento de los consumidores de juegos y juguetes (8-12 años)’, elaborado por el Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universidad de Valencia, solo uno de cada cuatro niños y niñas españoles dedica más de dos horas al día a jugar; y apenas uno de cada cinco juega al salir de clase. “Al privar o reducir los tiempos de juego, les estamos privando de un derecho recogido en la Declaración de los Derechos del Niño”, afirma Silvia Sánchez, profesora en el Departamento de Estudios Educativos de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid.
Una infancia adultizada
La pregunta que surge es: ¿Qué está robando el juego a los niños? Los expertos consultados aluden a diversas razones, pero todos coinciden en señalar dos motivos esenciales.
- Por un lado, la irrupción imparable de las pantallas. Según datos del estudio ‘La falta de juego en la infancia’, elaborado por la Fundación Crecer Jugando y el Instituto Tecnológico de Producto Infantil y Ocio (AIJU), casi el 70 % de los niños y niñas españoles supera el límite de tiempo máximo de exposición a las pantallas recomendado por los expertos —60 minutos diarios—. Ese porcentaje es todavía mayor entre los niños de 1 a 3 años (84 %) y entre los de 4 a 6 años (88 %).
- Por otro lado, las agendas cada vez más cargadas de los menores, algo que Silvia Sánchez considera que es un ejemplo claro de infancias cada vez más “adultizadas”, con multitud de actividades calendarizadas —deportes, idiomas, clases de música…— que son las que ocupan el tiempo libre.
“El día solo tiene 24 horas y no hay tiempo para todo, cuando hay que elegir, parece que el juego pierde la partida. Esto ha llevado a un fenómeno en el que los menores no solo juegan menos, sino que juegan peor y están perdiendo los beneficios fundamentales que esta actividad proporciona en términos de desarrollo integral”, comenta Sánchez.
Beneficios del juego qué se están perdiendo
Perder los beneficios del juego no es algo que pueda tomarse a la ligera. “Un niño que no tiene tiempo para jugar es un niño que no va a tener tiempo para desarrollarse correctamente”, asegura la psicóloga Silvia Álava, para quien el impacto del juego en ese desarrollo es crucial. “A través del juego los niños maduran un proceso fundamental del cerebro, la función ejecutiva, que es imprescindible para tener éxito, ya que implica planificación, supervisión, memoria de trabajo, atención… Todo esto es básico y se consigue a través del juego libre”, añade.
Pero no solo eso. El juego es esencial a nivel socioemocional, actúa como protector de la salud mental, ayuda a desarrollar la psicomotricidad, la fuerza, la coordinación y el equilibrio, permite comprender el mundo y desarrollar la empatía, el vocabulario, la memoria, la atención, el razonamiento lógico o el pensamiento abstracto. “Cuando no se deja espacio al juego, lo que vemos en consulta en muchos niños y niñas es que determinados procesos que se tendrían que desarrollar sin ningún problema llevan cierto retraso”, advierte la psicóloga.
El ‘Plato de Harvard’ del juego
Para concienciar sobre esta realidad, el Observatorio del Juego Infantil desarrolló el ‘Menú del juego saludable’, una iniciativa que toma como punto de partida el famoso plato de Harvard de la alimentación y lo adapta al juego. La parte más importante del plato (40 %) corresponde al juego exterior. A continuación, con un 25 % del peso cada uno, estarían el juego libre y el reglado. Por último, con un 10 % se encuentran los juegos tecnológicos, que implican las pantallas.
“Queríamos poner en relieve la importancia de los tiempos de juego en la infancia y recalcar que deberían seguir jugando hasta edades más avanzadas, el máximo tiempo posible. Hoy, por ejemplo, a partir de los ocho años es muy habitual que te digan ‘yo ya no juego, que eso es de pequeños’; y que ese juego se desplace con pantallas. Eso no puede ser así. Con ocho años hay que seguir jugando”, explica Silvia Álava, que ha participado en el desarrollo de la iniciativa.
Las expertas consultadas destacan también la importancia de adaptar ese modelo de plato a la edad y el desarrollo de cada uno. Hasta los 3 años, destacan que las pantallas deberían quedar fuera del menú. Y a esas edades tempranas, el plato debe estar compuesto básicamente por juego exterior y juego libre.
“Fijar tiempos y porcentajes específicos puede ser arriesgado, sobre todo cuando se trata de niños y niñas en diferentes etapas de su desarrollo. En estos casos, prefiero apelar al sentido común. El menú del juego saludable es una propuesta orientativa, que puede adaptarse según la edad, las necesidades y las circunstancias de cada menor. Lo importante es mantener un equilibrio saludable entre los distintos tipos de juego, asegurándonos de que el tecnológico no monopolice la dieta lúdica”, añade Silvia Sánchez.
✳️ 40 %: el juego exterior
El juego exterior no es solo el más importante por su impacto en el desarrollo integral del niño, sino probablemente el más afectado por la pérdida de tiempo para el juego, aquel en el que la distancia entre la teoría —el tiempo recomendado— y la práctica es mayor. Una encuesta reciente así lo certifica: solo uno de cada cuatro niños juega regularmente en la calle, una cifra que no admite comparación con la generación de sus abuelos. Entonces casi tres de cada cuatro niños jugaban afuera varias veces a la semana.
Y el problema no son solo las pantallas. “Ha habido muchos cambios arquitectónicos en las ciudades. Está todo mucho más edificado, hay mucho más tráfico. Hoy en día las familias ya no dejan solos a los niños en la calle, y si los menores no tienen esa autonomía, al final sí o sí están menos tiempo jugando al aire libre”, reflexiona Clara Pons-Mesman, experta en Derecho de la Infancia y divulgadora del juego libre.
➡️ Beneficios
El problema de esta falta de juego al aire libre es que los menores dejan de disfrutar de todos sus beneficios. “A nivel físico es un juego que promueve la actividad física y el desarrollo de habilidades motoras. También están los beneficios de la exposición a la luz del sol (absorción de vitamina D, mejora del ciclo del sueño, de desarrollo ocular…) y para la estimulación del sistema inmune. A nivel emocional, cuando se juega afuera, especialmente en la naturaleza, se reduce el cortisol y, por lo tanto, los niveles de estrés. Además, a nivel social, cuando sales a jugar es mucho más fácil encontrarte con el otro y tejer relaciones”, apunta Pons-Mesman.
✳️ 25 %: juego libre y simbólico
Como explica Manu Sánchez, profesor de Educación Primaria en el CEIP Maestra Ángeles Cuesta (Marchena, Sevilla) y autor de ‘El gran libro de los juegos’, el juego libre es el primero que surge en la vida y del que se disfruta durante muchos años. “Aunque de adultos no lo hagamos de forma física, sí lo hacemos con nuestra imaginación en momentos de ocio”, afirma. Se trata de un juego que permite a los niños y niñas procesar sus experiencias y emociones a través de la imaginación .
Su mejor representación se encuentra en el juego simbólico, ese en el que los menores juegan a ser profesores, médicos o papás y mamás. “El juego simbólico es una forma en la que experimentamos roles sociales, situaciones y mundos fantásticos, lo que nos ayuda a comprender mejor nuestro entorno. Los niños y las niñas imitan lo que ven a su alrededor, ya que de esta manera se sienten seguros y aceptados por los otros. Somos seres sociales que necesitamos tener confianza y reafirmación en nosotros mismos”, sostiene Sánchez.
La psicóloga Silvia Álava, por su parte, añade que el juego simbólico también les permite “crearse una narrativa sobre su mundo, sobre lo que les está pasando”, algo que, señala, constituye un “factor protector” de la salud mental en la infancia.
✳️ 25 %: juego de reglas
Los reglados y con normas son aquellos que tienen un conjunto de reglas preestablecidas, como los juegos de mesa o los deportes. “Nos enseñan autocontrol, a perder y ganar, a aceptar normas y a trabajar de forma autónoma o en equipo”, afirma Manu Sánchez. Además, dependiendo del juego pueden trabajar otras muchas habilidades, desde el vocabulario hasta la memoria de trabajo, la atención sostenida, la atención dividida o la planificación, pasando por el pensamiento estratégico o la coordinación ojo-mano.
Para Sánchez, este tipo de juego debería ser un ingrediente con un mayor porcentaje dentro del “plato lúdico”, ya que, con sus normas y reglas que hay que aceptar y respetar, es una base para mejorar la convivencia. “Si hubiéramos jugado más tiempo y de mejor calidad, muchos de los problemas actuales se podrían solventar de una manera muy distinta. Jugar nos hace ser más respetuosos con los demás”, argumenta.
✳️ 10 %: juego tecnológico
Todos los expertos consultados coinciden en señalar que el juego tecnológico no es estrictamente necesario para el desarrollo de niños y niñas. Sin embargo, como explica Silvia Álava, hay que ser realistas: “No es razonable intentar que nuestros hijos no vean estos juegos ni en pintura”, afirma.
La psicóloga, no obstante, recomienda limitar lo máximo posible su uso para que las pantallas no canibalicen al resto de juegos. “Y, sobre todo, actuar de filtros. Antes de que tu hijo juegue, juega tú, mira los valores del juego; y a partir de ahí, decide en función del conocimiento que tienes de tu hijo. Aquí, a diferencia de otros juegos en los que la idea es promover la libertad del niño, hay que estar mucho más encima, tener más supervisión, para saber si a lo que están jugando es acorde a su edad, si el juego les altera mucho, si cambia sus rutinas…”, señala.
Su opinión la comparte Silvia Sánchez. “No rechazo las pantallas, pero sí creo que es crucial que los adultos desempeñen ese papel mediador”, apunta la investigadora, que considera fundamental que madres y padres acompañen, guíen y supervisen el uso de la tecnología para asegurarse de que esté equilibrado con otras formas de juego. “Las pantallas pueden ser una herramienta, pero no la única y ni siquiera la principal fuente de entretenimiento o aprendizaje”, concluye.