La muerte es un tema complicado. A menudo los adultos responden con evasivas o cambian el tema de conversación cuando los hijos hacen preguntas sobre ese asunto, porque creen que así les protegen. Sin embargo, los expertos recomiendan un diálogo claro y concreto sobre la muerte, porque, de lo contrario, los pequeños inventan sus propias teorías que, por lo general, son más angustiosas y traumáticas. Este artículo ofrece detalles sobre el surgimiento de la curiosidad sobre la muerte, las preguntas y las fantasías de los niños y qué conviene responderles. También da algunas recomendaciones sobre el duelo en los menores.
El surgimiento de la curiosidad del niño hacia la muerte
El momento en que un niño comienza a preguntar por la muerte constituye una situación difícil. Y en particular lo es, cuando esas cuestiones no se derivan de la pérdida de una persona querida o cercana, sino por simple curiosidad. En esos casos, los padres se encuentran más desprevenidos. A veces, quieren saber dónde está ese abuelo o esa abuela que solo aparecen en fotos pero nunca en persona, qué ha pasado con cierta mascota u otros interrogantes que se les presentan con la mayor inocencia. ¿Qué responderles? Para ello, es importante saber cómo conciben o qué idea tienen los menores de la muerte.
En una primera etapa, desde el nacimiento y hasta alrededor de los dos años de edad, «la muerte no es más que una palabra«, según explica la Fundación Mario Losantos del Campo (FMLC) en ‘Explícame qué ha pasado‘, una guía «para ayudar a los adultos a hablar de la muerte y el duelo con los niños», editada en 2011 y que se ha convertido en una auténtica referencia en la materia.
Entre los seis y los ocho meses, los pequeños ya desarrollan una «noción de permanencia de objeto» que les permite sentir la ausencia de la persona con la que han establecido más fuerte vínculo (en general, la madre). En consecuencia, si muere una persona muy cercana, el niño sentirá su falta. Pero más allá de eso, la muerte es solo una palabra. «No hay comprensión cognitiva de su significado», apunta la guía.
Las preguntas y las fantasías de los niños en torno a la muerte
En la etapa siguiente, la que abarca desde los tres hasta los seis años, hay que tener en cuenta tres características de los niños: tienden a ser egocéntricos, predomina en ellos la subjetividad y el pensamiento mágico e interpretan de forma literal lo que escuchan o lo que sucede a su alrededor.
Esto los lleva, por un lado, a pensar la muerte como «un estado temporal y reversible». «Pueden asemejarlo a dormir o a una forma de sueño, por lo que imaginan que la persona que ha fallecido despertará o volverá en algún momento», explica la FMLC.
Por otra parte, como no son capaces de comprender que las funciones vitales se interrumpen de modo permanente, imaginan que los muertos comen, piensan, hablan e incluso que observan, desde donde están, el mundo de los vivos. Preguntan cosas como: ¿Dónde está? ¿Tiene frío o hambre? ¿Por qué no viene? ¿Cuándo lo vamos a ver? Además, se alternan las ideas de que personas de su entorno se pueden morir con la de que ellos mismos y sus padres «son eternos y nunca morirán». En otras palabras: todavía no entienden por completo el concepto de universalidad de la muerte.
Entonces, ¿qué decirles?
Según los expertos de la FMLC, dado que los pequeños interpretan los hechos de modo literal, lo más importante es «utilizar un lenguaje claro, preciso y real» en el momento de responder a sus preguntas relacionadas con la noción de muerte o el hecho de morir. Se debe hablar con el niño con delicadeza y cuidado, pero siempre con sinceridad y de la manera más concreta posible. Esto quiere decir que se deben evitar metáforas del tipo «el abuelo se ha ido», «está dormido», «nos está viendo desde el cielo», etc.
Los especialistas apuntan también a que, sin caer en respuestas demasiado largas o metafísicas, se deje claro que la muerte es irreversible, que las personas que mueren ya no pueden andar, sentir, respirar, etc., y que, por lo mismo, ellos ya no las volverán a ver.
En algún momento, el razonamiento del menor llegará a la conclusión de que sus padres también morirán. La respuesta recomendada es decirles que sí, pero que eso ocurrirá cuando sean «muy, muy, muy mayores». «El uso de múltiples ‘muy’ -puntualiza el documento- implica que las personas suelen fallecer cuando son ancianas, lo que implica que ellos (los niños) ya serán personas ‘adultas'», lo cual es una forma de dar seguridad a su estado ‘niño'».
De la misma forma, si la muerte de una persona del entorno del pequeño se ha debido a una enfermedad, se le debe aclarar que eso pasa cuando las personas están «muy, muy, muy enfermas», para ayudar a que entienda que las enfermedades tienen distintos grados y que estar malo cualquier día no implica un riesgo de muerte.
¿Evitar hablar de la muerte es protegerles?
La muerte es una especie de tabú en nuestra sociedad. Es un tema que, como inquieta y angustia, se evita todo lo posible. Cuando los niños comienzan a preguntar por ella -así como se interrogan por el origen (¿de dónde venimos?, ¿cómo se hacen los bebés?) también quieren saber adónde vamos-, el primer impulso siempre es contestar con evasivas o cambiar de tema. Como si, al no hablar de ella, la muerte no existiera o los pequeños la desconocieran.
Pero ellos la intuyen, observan los cambios que se dan en los seres vivos (plantas, animales, personas) y, si cuando desean saber no obtienen respuestas, inventan sus propias teorías. El problema radica en que esas teorías «son siempre limitadas» por el saber emocional y el pensamiento egocéntrico y mágico propios de su edad. En consecuencia, la angustia y el malestar del niño serán mayores, incrementadas por el hecho de no poder obtener seguridad de las contestaciones y el acompañamiento de sus padres.
Cuando la muerte afecta a los niños, ya no solo como una curiosidad sino por la pérdida concreta de un ser querido, también hay que tener en cuenta su edad para acompañarle. La Sociedad de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría ofrece algunas recomendaciones: realizar los menores cambios posibles en el ambiente y las actividades del pequeño, atender con sensibilidad a sus necesidades, animarle a hablar sobre la persona fallecida y, en general, no tratar de evitar la tristeza del niño, sino darle todo el apoyo posible para ayudarle a sobrellevar la situación.
Las manifestaciones de ira, que pueden ir desde pesadillas o juegos violentos hasta irritabilidad o fastidio hacia otros miembros de la familia, son normales en los pequeños cuando sufren una pérdida de este tipo. Otras consecuencias posibles son caídas en el rendimiento escolar o regresiones hacia conductas ya superadas (chuparse el dedo, hacerse pis en la cama, etc.). Si estos problemas son muy intensos o persisten más allá de los seis meses, se aconseja acudir a la consulta de un psicólogo infantil.