Entrevista

“Los niños deberían estar en el centro de las decisiones para proteger, cuidar y asegurar su bienestar”

Mónica de la Fuente, periodista, CEO y fundadora de Madresfera
Por María Huidobro González 9 de junio de 2022
monica de la fuente maternidad
Mónica de la Fuente tiene una familia numerosa muy especial: sus dos hijos; Madresfera, la plataforma de blogs, blogs y podcasts de crianza de la que es fundadora y CEO; y ‘Adiós expectativas, hola realidad’, el libro que acaba de publicar con Zenith donde aborda con humor chispeante la maternidad, sus mitos y verdades. Una gran familia que, como todo, tiene “su parte positiva y de humor y de desvelos, sacrificio y lucha”. Hablamos con ella, por supuesto, sobre maternidad.

¿Debemos llevar la maternidad con humor?

La maternidad y la vida. Si pierdo el humor, es que estoy muy enferma. Y no quiero olvidarlo y que no sea uno de mis puntos cardinales para poder sobrevivir en el día a día como madre, trabajadora, pareja, persona… El humor es imprescindible y el que me salva, junto al café, todos los días.

La maternidad tiene momentos surrealistas. Es una aventura: no sabes cómo empieza el día ni cómo acaba. A veces es gratificante, y otras, desesperante, caótica, como la pinta en su libro. Con perspectiva, ¿tan tremenda es? ¿Cómo la definiría?

Cada maternidad es distinta. La ilustradora Amaia Arrazola la define como un meteorito y me parece una buena metáfora. Porque arrasa con todo lo que tenía antes con un nivel interesante de destrucción y caos, pero, como pasó con el que cayó en nuestro planeta, renacen muchas cosas, te regenera, produce cambios muy ricos, fructíferos e intensos, y te permite descubrirte de una manera diferente.

¿Qué ha aprendido? ¿Qué pensaba que iba a ser la maternidad y cuál ha sido la realidad? ¿Qué le ha decepcionado o sorprendido?

Me chocó que no fuera tan natural, aunque suene muy contradictorio. Porque sí que la maternidad es un proceso natural, que no necesita de gran esfuerzo por tu parte en el embarazo, por lo que esperaba que después me saliera solo el instinto, que la faceta de mamífero lo facilitara todo y que apareciera ese espíritu maternal que necesitas para no desesperarte cuando llora el bebé a las tres de la madrugada, para no perder la paciencia, para tener la respuesta perfecta o para estar siempre dispuesta y disponible para tus hijos. Y eso no se da. No podemos basar todo en la biología, porque en realidad la maternidad te está retando todo el rato a salir de ti misma, a pensar en qué es lo que tienes que hacer, a dar con la respuesta correcta… Pensaba que iba a encontrar en mi misma todas las respuestas y que iba a ser una maternidad más fluida en la que vas viviendo etapas.

Y estamos solas. En su libro asegura que la maternidad de hoy en día es muy compartida (en las redes sociales), pero a la vez solitaria. ¿Falta la tribu de carne y hueso?

Hoy en día vivimos absolutamente aislados y estamos todo el día trabajando o en casa. Hay menos vida de comunidad: tenemos a nuestras familias lejos y no hacemos vida de vecinos, ni en las calles —estamos aterrados por dejar salir a los niños—. Pero el entorno no favorece y las ciudades no se hacen para vivir, sino que todo está pensado para el coche y la producción. Y estamos solísimas. Pero no nos damos cuenta de ello, porque vivimos en el trabajo. Y cuando sales de este sistema productivo y te quedas produciendo tu bebé, eres consciente de que la red de cuidados montada no funciona bien y de que no existe esa tribu grande que antes había.

La tenemos virtual.

Es verdad que ahora con las redes sociales, los blogs, Internet… lo hemos compensado un poquito. Vivimos buscando comunidades virtuales y encontramos muchísima información, expertos que nos apoyan y nos dan respuestas a consultas instantáneas. Pero seguimos estando muy solitas. Necesitamos fortalecer redes reales a la puerta de casa y tener gente con la que poder contar para, por ejemplo, dejar cinco minutos al bebé y poder ducharte. Necesitamos no estar solas o dependiendo de externalizar los cuidados, porque, si no, es imposible llegar a todo.

¿Y la pareja o el padre dónde está?

(Risas) Pues haciendo lo suyo. Avanzan en paternidad responsable, pero se lo tienen que ir trabajando. Hace muchísima falta que estén presentes, aunque también es una cuestión de educación, de sociedad. Lo veo, visibilizo, comparto y celebro que cada vez haya más padres concienciados de que si no están, se van a perder una parte maravillosa de la vida y, a la vez, de que la pareja necesita esa apariencia paternal para poder mantenerse. Bienvenidos sean los padres que se van dando cuenta de que todavía tienen mucho por hacer.

Lleva más de 10 años al frente de Madresfera. En este tiempo ¿ha cambiado la forma de ver la maternidad?

Se está empezando a visibilizar la importancia y la relevancia que tienen los cuidados. Lo hemos visto especialmente durante la pandemia: quienes han soportado más esa carga de trabajo y crianza han sido de nuevo las madres, pero los padres y la sociedad han visto lo que supone. Y se está hablando más de cuidados, conciliación, maternidad…, aunque se hace poco.

¿Por ejemplo?

Se ha extendido la baja de paternidad, pero seguimos con una baja de maternidad de los años 80. Hasta que no la tengamos como mínimo de seis meses, no vamos a estar en unas condiciones dignas para vivir una maternidad adecuada, respetando los procesos naturales y biológicos, y una maternidad gozada, disfrutada, cuidada… con la que la criatura esté atendida y así no tener que recurrir a la escuela infantil a los tres meses, que es una barbaridad. Pero es lo que se está implementando: tenemos las escuelas infantiles de 0-3 institucionalizadas. No creo que se esté ayudando a la maternidad. A los políticos se les llena la boca de conciliación, pero las ayudas reales no reman en esa dirección y no se ayuda desde la precariedad en la que viven muchas familias y muchas madres con acceso a la Seguridad Social, trabajos dignos, horarios laborales flexibles que permitan cuidar, trabajos que permitan tener excedencias, permisos retribuidos… Se trata de generar una sociedad en la que las criaturas estén en el centro, y no el trabajo.

Todo eso supone mucho dinero.

Todas las decisiones políticas tienen presupuesto de fondo, y es cuestión de elegir prioridades, como se hace en otros países con políticas de protección de familia mucho más sólidas. Aquí se protege a los empresarios, el negocio, las jornadas de 12 horas, tiendas abiertas hasta las 10 de la noche… totalmente incompatibles con la vida familiar. Hasta el prime time de televisión empieza a las 10. Vivimos a la contra. No se potencia el horario reducido, que en otros países se ha demostrado que es muy eficaz, eficiente y que protege y cuida vivir en familia y el cuidado de las criaturas.

Y apenas tenemos hijos. ¿Los hermanos están en peligro de extinción?

No te los puedes permitir. Es que no los vas a ver. Tendemos hacia las jornadas infinitas y los van a criar otras personas.

¿Podemos desprendernos de la carga mental como madres?

Es una cuestión cultural heredada de nuestras madres y abuelas que tenemos muy incrustada. Cuesta quitarse del ADN ese rol de madre abnegada que se tiene que encargar de todo y que, a la vez, tiene que estar bien vestida, depilada, tener la tarta hecha, saberse las extraescolares de los hijos y ayudarles con los deberes. Y es una lucha, como digo en el libro, contra ti misma, contra la imagen que tienes de ti misma de que tienes que encargarte de todo, y aceptar que eso no te hace ni mejor persona ni mejor madre. Abrazar eso es el camino para irte desprendiendo de la culpa que te supone ver que no llegas a todo, pero que no pasa nada.

Todas nos hemos jurado “esto yo nunca lo haré” cuando sea madre, y hemos caído. ¿Nos perdonamos?

De repente, aquello que has escuchado hacia la saciedad y que odiabas de tus padres es como un espíritu que te posee, te sale y te encuentras repitiéndolo. Es ley de vida. Tenemos que saber ver que aquello que hicieron nuestros padres, y que en su momento pensábamos estaba mal y ahora entendernos, quizá lo hicieron con la mejor voluntad y la mejor intención posible, como ahora nosotros. Y también es sanador: nos reconcilia con nuestros padres. Te quedarás con sus aciertos y descartarás lo que no va contigo y afortunadamente va cambiando, como el tema de la violencia contra la infancia, el cachete y los castigos físicos y mentales que en ocasiones se han aplaudido. Tenemos la responsabilidad de mejorar aquello que generaciones anteriores pensaban que lo estaban haciendo de la mejor manera posible y ahora está demostrado que no.

Ir al súper o a un restaurante con niños se las trae. ¿Algún consejo?

No soy muy de dar consejos, pero, por mi experiencia, la anticipación. Si vas viendo que a las 20:00 horas, tus hijos se convierten en Gremlins, porque están cansados, no les lleves. O si no ha dormido siesta, o esa situación le va a provocar o suponer un estrés añadido, mejor evitarla. A lo mejor te supone un sacrificio, porque implica no hacer lo que querías u dejarles en otro sitio, pero te evitarás una situación tensa, violenta o incómoda. Se trata de respetar sus ritmos biológicos, ponernos en su lugar y cambiar esta sociedad tan adultocéntrica que solo se estructura en función de nuestras prioridades y necesidades y poner a los niños en su lugar y entender cuáles son sus necesidades y no las nuestras.

¿Entiende la «niñofobia»?

La base está en la adultocracia, el adultocentrismo y el individualismo más atroz. Los niños deberían ser aquello que estuviese en el centro de las decisiones para proteger, cuidar y asegurar su bienestar, pues ellos, junto con las personas mayores, son los más vulnerables. Y vivimos dando la espalda a eso. Y, por supuesto, en una sociedad tan individualista, centrada en el yo, los niños molestan, porque implica tener que mirar al otro y no tener nuestras necesidades y prioridades en primer lugar: a mi me molesta que un niño llore, me conteste, me importune… Y por eso hay establecimientos que prohíben la entrada a los niños y se va apartando a la infancia y reduciendo sus espacios. Entiendo la circunstancia y el contexto que da lugar a la «niñofobia», pero la combato firmemente todos los días.

Y después de la crianza, viene la adolescencia. ¿Estamos preparadas?

Es un reto mayor que estoy afrontando ahora con mis hijos, pues te supone cambiar la mirada de una manera mucho más intensa que en la infancia. La adolescencia implica adaptarse, ir dejando espacio a ese ser humano que has criado y que te das cuenta de que no es tuyo, sino del mundo y de la vida. Sabes que lo tienes que empezar a abandonar y permitir que se vaya formando con su entorno y sus amigos. Y esa parte de dejar ir es muy complicada, porque implica generosidad, confianza en esa persona y en ti misma para estar a la altura. Hay que vivirla sin miedo y a la vez con mucha cautela, estando muy presente. Y afortunadamente, tenemos mucha información a nuestro alrededor de libros, blogs y expertos sobre la adolescencia. Sabemos que es una cuestión cerebral y cómo les dominan las hormonas. Por lo que tenemos que usar esa información también entendiendo lo que estamos viviendo y siendo conscientes de que esto va a pasar y que van a ir tranquilizándose y convirtiéndose en adultos. Esto da para otro libro.

¡Y tanto! Una última pregunta: las madres necesitamos autocuidado, ¿alguna fórmula que funcione?

Con el autocuidado tengo mis recelos. Nos lo están vendido como si fuese una obligación, pero es más una cuestión comercial. Se están creando necesidades autoimpuestas en esa necesidad de encontrar excusas para seguir vendiendo cosas; son como trampas. A veces se puede sacar tiempo para cuidarse a una misma y otras veces no. Y no hay un autocuidado único. Hay circunstancias que permiten darte una serie de lujos, y otras que ni se lo pueden plantear. Cada persona tiene que encontrar qué es lo que le hace sentir mejor, dentro de sus circunstancias, situación, recursos y tiempos. A mi me ayuda levantarme pronto y tener un rato de paz mirando por la ventana con mi café. Pero para otra puede ser estar con su familia, charlar con la pareja o hacer un puzle. Hay que mirar el autocuidado con relatividad.

Leer un libro como el suyo puede ser una forma de autocuidado.

¡Espero que sí! Para mi leer es fundamental, un placer inmenso. Una vez que se asientan las neuronas después de los primeros años, ya puedes recuperar el ritmo de lectura.

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