Responder con una conducta agresiva ante una frustración es un comportamiento habitual en los niños de corta edad. Si en alguna ocasión pegan o muerden a un adulto o a otro niño, no es motivo de excesiva alarma para los progenitores. Sin embargo, cuando esta actitud se repite con demasiada frecuencia y se convierte en una constante en la interacción social del pequeño, es preciso intervenir para evitar que la agresividad y la violencia perdure en edades más avanzadas. La prevención es importante. Según Richard Tremblay, profesor de la Universidad de Montreal, la edad preescolar es el mejor momento para impedir comportamientos agresivos en la juventud y en la adultez.
¿Cuándo se desarrolla la agresividad?
Muchos adultos tienden a pensar que la agresión física como actitud en los niños se desarrolla durante los últimos años de la infancia, o en la adolescencia, como resultado de las malas influencias de otras personas o del exterior. Sin embargo, las investigaciones en este ámbito apuntan a que los comportamientos agresivos comienzan por lo general a partir de los 17-18 meses y tienden a aumentar durante los primeros 2-4 años de edad. La agresión física máxima se registra en el tercer año después del nacimiento.
Por este motivo, Richard Tremblay, profesor de Pediatría, Psiquiatría y Psicología de la Universidad de Montreal y uno de los investigadores más activos sobre el área del comportamiento infantil, afirma en su estudio sobre los orígenes de la violencia en los jóvenes que «la edad preescolar representa la mejor oportunidad para impedir el desarrollo de casos de agresión física crónica».
La agresividad natural
Los especialistas apuntan que el desarrollo de la agresividad en edades tan tempranas no es algo extraño, ni los padres deben considerarlo raro, ya que es en esos momentos cuando los niños comienzan a interactuar socialmente y de forma lógica surgen los primeros conflictos, en su mayoría, relacionados con la posesión de objetos. Ante una frustración por no tener lo que desean o no poder hacer lo que ellos quieren, el niño reacciona de forma natural con un ataque físico, como morder o pegar.
Como apunta Tremblay, «a los 18 meses, la mayoría de los niños pueden pegar, morder o dar patadas a otro igual en un momento determinado», pero aprenden rápido que estos ataques pueden contestarse con uno similar y que los adultos no los toleran. Tremblay señala que la mayoría de los niños aprenden por sí mismos «a esperar a que el juguete esté libre y a pedirlo, en vez de coger los de otros para evitar así interacciones negativas».
Factores externos
Si los ataques y la agresividad son muy frecuentes y se convierten en una actitud habitual en el pequeño, los padres deben activar sus alarmas. Cuando esto ocurre, puede explicarse por las características individuales de cada niño, pero también por distintos factores externos que influyen en el comportamiento infantil.
Antonia Pelegrín, del Departamento de Psicología de la Salud de la Universidad Miguel Hernández, y Enrique J. Garcés, del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la Universidad de Murcia, afirman en su trabajo de investigación ‘Variables contextuales y personales que inciden en el comportamiento violento del niño’ (European Journal of Education and Psychology, 2008) que la conducta agresiva de los niños y adolescentes «se encuentra favorecida por una serie de variables de riesgo que le pueden predisponer a un patrón de comportamiento más agresivo«. Las más comunes son las siguientes:
- Variables personales: la agresividad es más frecuente en niños con falta de autocontrol, que muestran baja consideración y respeto hacia los demás y manifiestan inestabilidad emocional.
- Variables familiares: los niños expuestos a determinadas situaciones en el hogar, como la separación o divorcio de los padres, un clima permanente negativo o el uso de métodos educativos inadecuados, tienden a mostrar mayor agresividad ante sus iguales y los adultos.
- Variables ambientales: la influencia de los medios audiovisuales, como la televisión, o de situaciones ambientales en el entorno donde reside el pequeño, pueden ser también factores negativos que propicien un exceso de agresividad.
Cómo deben actuar los padres
En su trabajo sobre la perspectiva psicoevolutiva de la agresividad, Tomás de Andrés, del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid, resalta la destacada influencia que pueden tener los padres en el desarrollo o no de conductas violentas y agresivas. «Las manifestaciones agresivas se aprenden y el niño las aprende naturalmente del adulto», afirma de Andrés, quien puntualiza que el niño que ve a su madre irritada, o a su padre levantar la voz o dar golpes, se sentirá muy atraído por imitar ese tipo de reacciones cuando se encuentre ante una situación frustrante.
Los especialistas insisten también en que los padres deben prestar especial atención tanto a los comportamientos que muestran delante de sus hijos como al modo en que reaccionan ante las conductas agresivas o de ataque de estos. Recomiendan seguir estas pautas:
- Para mitigar la agresividad del niño, es preciso no someterse a sus ataques de furor y no acatar sus exigencias para que comprueben que no obtienen con ella ningún resultado.
- Cuando hay que reprender al niño, es aconsejable no utilizar los castigos violentos ni actuar con dureza para que no lo tome de ejemplo. La suavidad y el diálogo tienen un efecto más calmante y relajante sobre él.
- Es necesario desarrollar un ambiente familiar donde no se tolere la agresión física y se premien los comportamientos sociales positivos para que el niño compruebe que estos son los adecuados.
- Enseñarle a esperar cuando quiere algo y a utilizar el lenguaje y la negociación en vez del ataque para conseguir alcanzar su objetivo.
- No ser indiferente a sus ataques: si muerde o pega a otro niño, es preciso intervenir, separarle y reprenderle por su actitud inadecuada. Es preciso que comprenda que no se debe pegar o morder porque hace daño a los demás y que debe disculparse por su comportamiento.
- No actuar de forma exagerada ante el ataque para que no entiendan que morder o pegar es una forma de obtener atención rápida. Es mejor responder con tranquilidad, pero con firmeza.