La preeclampsia -llamada también toxemia del embarazo– es una enfermedad caracterizada por la hipertensión arterial y la proteinuria (es decir, la presencia de proteínas en la orina), así como una elevada retención de líquidos. Es una de las más frecuentes complicaciones del embarazo: afecta a entre el 6% y el 8% de las mujeres en los países desarrollados.
Si se detecta la afección a tiempo, los casos leves no suelen ocasionar mayores problemas, pero en los de más gravedad (mucho menos frecuentes) los riesgos para la madre y el bebé se incrementan.
¿Cómo se detecta?
A menudo, las mujeres que padecen la preeclampsia no se sienten enfermas, ya que los síntomas de la preeclampsia -al menos los iniciales- suelen confundirse con trastornos normales del embarazo: aumento de peso e hinchazón de la cara, manos y párpados. La manera de detectarla en estos casos, pasa por dos herramientas:
- Control de la tensión arterial. Se la considera elevada cuando supera los 140/90 mmHg (o sea, cuando es mayor de 14/9 en términos coloquiales). Como es habitual que las cifras varíen a lo largo del día, para hablar de hipertensión es necesario que los resultados se hallen por encima de los valores normales en, al menos, tres controles.
- Test de proteínas en la orina. Se puede realizar con una tira reactiva similar a la de los tests de embarazo. La tira arroja el resultado tras ser sumergida en la orina. Como los niveles también pueden variar durante el día, habrá que recoger la orina durante 24 horas para realizar pruebas de confirmación en caso de que se sospeche que puede existir un problema.
En casos de preeclampsia un poco más severa, aparecen también otros síntomas:
- Dolores abdominales intensos, nauseas y/o vómitos.
- Cefaleas agudas y persistentes.
- Alteraciones en la visión: aparición de puntitos luminosos, visión borrosa y/o doble e intolerancia a la luz.
Si existen además convulsiones, es posible que la enfermedad haya derivado en una eclampsia, con riesgos más elevados. Esto ocurre en pocos casos: menos del 0,3% de los embarazos (aunque la cifra puede alcanzar el 15% en países subdesarrollados).
¿Cómo actuar?
El nacimiento del bebé representa la cura de la enfermedad. Por lo tanto, si se le diagnostica preeclampsia leve a una mujer en su semana de embarazo 37 o posterior, lo normal es inducir el parto. Si los médicos creen que el bebé aún no está en condiciones de soportar el parto, se realiza una cesárea.
Si en cambio, aparece antes de la semana 37, habrá que tener en cuenta el grado de severidad de la afección. En casos leves, se recomendará reposo especial para la madre, con al menos un control diario de la tensión y la proteinuria (además, por supuesto, de todos los demás controles habituales).
En casos más graves, por lo general se apela al ingreso hospitalario y medicación de la madre; por lo general se aplica sulfato de magnesio intravenoso y drogas antihipertensivas, las cuales se suelen continuar aplicando durante un tiempo después del nacimiento del bebé.
En casos extremos, se recomienda el nacimiento del bebé, aun cuando deban afrontarse los riesgos de un nacimiento prematuro.
Causas y consecuencias
Las causas exactas de la enfermedad no están claras todavía, aunque sí se puede hablar de grupos más propensos a contraerla:
- Mujeres que padecen hipertensión arterial, diabetes, enfermedades de coagulación (como trombofilias) o trastornos autoinmunitarios (como el lupus eritematoso).
- Mujeres en su primer embarazo.
- Madres adolescentes o mayores de 35 años.
- Mujeres que padezcan obesidad.
- Embarazos múltiples.
- Mujeres con antecedentes genéticos de preeclampsia, es decir, que hayan sufrido la enfermedad su madre, hermanas y/o ellas mismas en algún embarazo anterior.
- Según han confirmado varios estudios, en las mujeres de raza negra se duplica el riesgo de padecer este problema.
El principal efecto que puede tener la enfermedad es el angostamiento de las arterias de la placenta, por lo cual se reduce el flujo sanguíneo hasta ella. Es decir: llegan menos oxígeno y alimentos al bebé (lo cual impide su normal desarrollo), se reduce el líquido amniótico y en casos extremos, puede derivar incluso en el desprendimiento prematuro de la placenta, lo cual genera numerosos riesgos (incluso de vida) en la salud del niño y por extensión, también de la madre.
Sin embargo, no hace falta encender ninguna alarma. Basta con estar atentos a las medidas de control mencionadas anteriomente (en especial los grupos señalados como de riesgo) para poder actuar a tiempo. De ese modo, los riesgos de que una preclampsia complique el embarazo de forma importante son realmente muy bajos.