El llanto de un bebé es capaz de generar nerviosismo y angustia en sus padres, sobre todo porque no siempre es fácil determinar a qué se debe. Aunque no existen recetas infalibles para calmarle (y mantener uno mismo la calma), algunas acciones son muy útiles y suelen funcionar:
Atenderle pronto
El llanto del bebé siempre responde a una necesidad, física o psicológica, que se debe procurar descubrir y satisfacer lo antes posible. El bebé se siente vitalmente amenazado cuando pierde el bienestar y, como la experiencia todavía no le ha enseñado que lo va a recuperar enseguida, no puede tener paciencia.
Además de que siempre es más difícil calmar a un niño que lleva llorando mucho rato, al atenderle pronto no se le malcría, sino que, al contrario, se le demuestra que puede confiar en su propia capacidad para reclamar ayuda, y en que existe alguien dispuesto a brindársela, dos sentimientos básicos para el desarrollo positivo de su personalidad. Esto se demuestra muy pronto, porque los bebés que son atendidos rápida, cariñosa y eficazmente enseguida lloran menos.
Desde luego, cuando más que llorar, gruñe o se queja, o si por la noche está lloriqueando entre sueños, conviene darle tiempo para que tenga la oportunidad de resolver el problema por sí mismo. Y en todo caso, se trata de rapidez, no precipitación ni alarma, especialmente si se va descubriendo que el niño es muy llorón y se desespera ante la menor incomodidad.
Asegurar la satisfacción de sus necesidades básicas
Cuando un niño llora, en general se debe empezar por comprobar que no tenga hambre, frío, unos pañales empapados y sucios, o quiera compañía. Si parece que sólo necesita dormir, lo ideal es acostarle en su cuna. Si el llanto empeora, o a los cinco minutos no va cogiendo el sueño, es necesario volver a cogerlo.
Descartado el sueño y las necesidades básicas, la causa más probable del llanto es la tensión. Los bebés nunca lloran por llorar, pero es cierto que a veces sólo lloran para desahogarse y descargar el nerviosismo que han acumulado a lo largo del día (ruidos, excitación, un pañal demasiado tiempo mojado), de igual forma que los adultos se relajan y liberan energías, por ejemplo, haciendo deporte, a menudo gritando al golpear una pelota. Simplemente hay que tener paciencia.
Cogerle en brazos
Es un error dejar de coger al niño en brazos por miedo a que se acostumbre mal. Encontrar atención y afecto cuando se está sufriendo no significa adquirir una mala costumbre. El problema del niño que todo lo consigue llorando no se debe a que se le haya consolado cuando lo necesitaba, sino a que al hacerse mayorcito ha aprendido a utilizar el llanto como un arma, porque sus padres, «por no oírle», siempre han acabado cediendo a sus exigencias y consintiéndole lo que previamente le negaban.
Sin embargo, tampoco es acertado hacer de los brazos el remedio universal y cogerle por sistema para que calle. Conviene no olvidar que el llanto es una forma de comunicación que no se debe reprimir, sino interpretar. Cogerle en brazos, pero no para acunarle ni mecerle intentando que deje de llorar como sea, sino para observarle y para tratar de averiguar lo que quiere, es una actitud mucho más acertada y eficaz.
Descartar dolor y enfermedad
Cuando el llanto persiste pese a que el niño parece tener satisfechas sus necesidades básicas (incluyendo la compañía) y no se le puede tranquilizar de ninguna forma, se plantea la posibilidad de que llore por algún dolor o enfermedad. Esta idea genera a menudo una ansiedad en los padres que puede empeorar fácilmente la situación. Por ello, lo principal es mantener la calma para poder encontrar la verdadera causa del llanto.
Aunque el dolor les hace gritar de una forma característica, nunca está de más desnudar totalmente a un bebé inconsolable. Es posible que un pliegue de ropa le esté oprimiendo, o que la pinza del ombligo se haya puesto de punta y se le esté clavando, o incluso puede haberse pinchado con cualquier cosa. Tampoco es extraordinario hallar un pelo fuertemente enrollado alrededor del pie, o una hernia que abulta en su ingle.
Respecto a los gases, hay tendencia a atribuirles más responsabilidad de la que realmente tienen. Cuando lloran, los bebés pueden encoger las piernas y tensar el abdomen sin tener problemas en él, y que con el esfuerzo del llanto se les escape alguna ventosidad tampoco significa necesariamente que ésa fuera su causa.
Es evidente que si, además de llorar, el niño presenta cualquier signo de alerta (vómitos, diarrea, dificultad para respirar, palidez, somnolencia, fiebre, rechazo prolongado de alimento…), o si los padres piensan que puede estar enfermo, la consulta al médico es obligada y quizá urgente, especialmente si el llanto es débil y el bebé parece apagado.
Como dato importante: es raro que el llanto sea el único síntoma de una enfermedad. Una excepción serían las otitis, pero no son frecuentes en los primeros tres meses y casi siempre coexisten con signos de resfriado. Incluso la invaginación intestinal, una enfermedad más propia del segundo semestre de vida y que produce unos episodios de dolor brusco e intermitente que se traducen en un llanto muy alarmante, se acompaña pronto de vómitos y de un aletargamiento progresivo.