Trastorno del aprendizaje: qué es y ejemplos
Distraerse constantemente con el vuelo de una mosca, arrastrar durante todo el curso la confusión entre las letras “p” y “d” o la amnesia súbita ante una operación matemática que días atrás ocupó horas de estudio. Son situaciones habituales de la vida con un trastorno del aprendizaje, definido como una dificultad académica, independiente del cociente intelectual, edad o nivel educativo.
El reciente y pionero estudio ‘Los factores que influyen en el fracaso escolar’, llevado a cabo por los hospitales de Sant Joan de Déu y Vall d’Hebron —que hicieron un seguimiento durante 10 años a 7.000 alumnos de entre 5 y 17 años— sitúa en un 18,3 % el porcentaje de alumnos españoles con algún tipo de trastorno del aprendizaje. Hablamos de problemas como la dislexia, materializada en un ritmo de lectura más lento y dificultoso que el de los compañeros de clase; una discalculia, con barreras permanentes para comprender operaciones matemáticas curriculares; o la falta de atención constante debida a un déficit de atención con o sin hiperactividad.
Detección temprana para evitar el abandono escolar
Los autores del estudio apuntan a la atención temprana —antes de los 12 años— como clave para corregir los estragos de estas lagunas educativas, fuente de infelicidad que muchas veces van acompañadas de trastornos de ansiedad o depresiones. Estas alteraciones son a menudo puerta de entrada del abandono escolar temprano, un problema de gran calado en España, ya que, según la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), el nuestro es el segundo país de la Unión Europea con mayor índice de abandono escolar temprano.
Una de las peculiaridades de los TA reside en la enorme variedad de síntomas que provocan, haciendo que cada diagnóstico difiera enormemente entre los menores. Todo queda supeditado a largos procesos con evaluaciones neurológicas y exploraciones neuropsicológicas, con test de inteligencia, de memoria, de lenguaje, atención o de funciones ejecutivas, así como cuestionarios tanto a las familias como a los docentes y la valoración de los resultados académicos.
Si antaño los trastornos del aprendizaje quedaban en el ámbito del tutor y el departamento de orientación, hoy se busca el enfoque interdisciplinar en el que interviene el pediatra —y en algunos casos el neurólogo y/o neuropsicólogo—, la familia y el equipo docente.
En el caso de España, el contexto de infradiagnóstico complica aún más el panorama. El 66 % de los escolares con trastornos en el aprendizaje que participaron en el estudio no había sido diagnosticado, a diferencia de países como Finlandia, donde la detección triplica el porcentaje español.
El informe de los hospitales barceloneses descubre una brecha que afecta a la enseñanza pública, en la que el diagnóstico llega al 10 % de los alumnos, frente a la concertada, que alcanza al 30 %. La menor dotación de recursos en la enseñanza pública podría estar detrás de esta diferencia. Pero no es la única disparidad.
Pistas para detectar en casa un trastorno del aprendizaje
Los criterios establecidos de detección podrían no tener la misma eficacia en niños que en niñas. “En los chicos son más fáciles de detectar, porque tienden a expresar sus dificultades siendo más disruptivos. En cambio, las niñas tienden a ser más aplicadas y suelen intentar compensar las dificultades invirtiendo mucho tiempo y esfuerzo, por lo que pasan más desapercibidas. Pero la prevalencia en ambos sexos es la misma”, comenta Roser Colomer, neuropsicóloga de la Unidad de Trastornos del Aprendizaje del Hospital Sant Joan de Déu.
Educadores, personal docente y pediatras coinciden en recomendar a las familias dar la voz de alarma tanto en la escuela como en el pediatra cuando:
- escuchen a su hijo manifestar un serio desinterés o desmotivación hacia el colegio.
- si comentan que se sienten “tontos” en algunas materias.
- expresan dificultad para seguir el ritmo de la clase.
- muestran cambios conductuales y una bajada en el rendimiento escolar.
¿Qué pasa en el cerebro de un niño con trastorno del aprendizaje?
Aprender es un proceso escalonado en el que influyen la salud física y mental, pero también los recursos pedagógicos disponibles y el entorno sociocultural. La adquisición durante la infancia de las habilidades imprescindibles para adaptarnos y sobrevivir es lo que llamamos neurodesarrollo, un proceso directamente relacionado con la maduración y con cómo se van formando las distintas áreas cerebrales.
¿Qué pasa cuando existe un trastorno del aprendizaje? Las dificultades se explican por una anomalía en las redes neuronales de base genética que imposibilita la automatización de ciertos procesos relacionados con la lectura, el cálculo o el lenguaje. Una circunstancia que, como coinciden todos los expertos, es independiente del cociente intelectual, por lo que también puede afectar a menores con alta puntuación en los test de inteligencia.
Sin embargo, los TA sí están relacionados con el perfil cognitivo, en el que coexisten nuestras habilidades y nuestros puntos débiles. Según esta perspectiva neurobiológica, la premisa arraigada en el sistema educativo de que todos los individuos tienen un perfil cognitivo similar y, por lo tanto, deben alcanzar los mismos objetivos de la misma manera, sería errónea.
“Cada vez somos más conscientes de que cada persona, en el ámbito del aprendizaje, tiene unas características propias”, apunta Cristina Boix, neuropsicóloga del Hospital Sant Joan de Déu. Por su parte, Montse Guitet, neuróloga pediátrica en el mismo centro, recalca que “es muy importante el concepto de maduración cerebral. Si enseñamos una habilidad antes de que el cerebro esté preparado, podemos provocar que el menor se agobie y acabe desmotivado. Los profesores y las familias han de encontrar el modo de ayudarlo y esto solo se consigue entendiendo sus características individuales”, explica.
Dislexia, el más frecuente en las aulas
Uno de los trastornos del aprendizaje más frecuentes, con una prevalencia entre el 5 % y el 17 %, según la Universitat Oberta de Catalunya, es la dislexia. “Es un trastorno del neurodesarrollo, con una clara base genética, que se caracteriza por dificultades en el reconocimiento preciso y fluido de las palabras y por problemas de ortografía y decodificación (comprender de manera automatizada el sonido al que corresponde cada letra)”, señala Anna López, neuropsicóloga del Hospital Sant Joan de Déu.
Los menores con dislexia manifiestan una dificultad para identificar las rimas, reconocer los sonidos de cada letra e identificarlas. “El diagnóstico requiere de una evaluación extensa en la que se pueda observar que el niño obtiene resultados más bajos en lectura respecto al resto de funciones evaluadas. Hoy en día sabemos que la intervención precoz es mucho más eficaz que la tardía y, por ello, se pone el foco en la detección a finales de la educación infantil o el primer curso de primaria”, analiza López.
Los investigadores recalcan que la dislexia no tiene nada que ver con una mala orientación espacial o con la propensión a escribir las letras del revés, lo que se conoce como “caligrafía en espejo”, un fenómeno que la literatura científica no considera sintomático de ningún trastorno.
➡️ Señales de alerta
Aunque existen perfiles muy variados de menores con dislexia, las pistas para las familias podrían estar en una tardía adquisición del lenguaje, la confusión entre letras gráficamente similares —como la “b” y la “d” o la “p” y la “q”—, así como palabras fonéticamente parecidas. En este sentido, la neuropediatra Noelia Moreno, del Hospital de Arganda del Rey (Madrid), cita como ejemplo la confusión entre palabras de similar pronunciación. “En lugar de decir ‘los helados están fríos’, una persona con este trastorno podría decir ‘los pelados están críos”, señala.
Y la dislexia puede ir acompañada de otras alteraciones. Moreno señala a un estudio de la Universidad de Yale (EE. UU.) que estima que un 33 % de alumnos con dislexia presentarían también un trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH).
➡️ Recomendaciones para su tratamiento
La finalidad de la intervención pedagógica en dislexia es que esta condición crónica no incapacite académicamente a ningún alumno. Pero, uno de los principales problemas del abordaje es la abundante oferta de intervenciones sin aval científico. “El tratamiento debe basarse en el fortalecimiento del vocabulario y en las actividades de dictado, en el conocimiento fonológico y en la decodificación de la correspondencia entre letra y sonido”, comenta la neuropsicóloga Anna López.
El Colegio de Logopedas de Euskadi recuerda que intervenciones que se ofrecen con frecuencia a personas con dislexia —como el entrenamiento auditivo (el llamado “método Tomatis”), las terapias optométricas, el Brain Gym, la kinesioterapia, la musicoterapia o el método Doman— no han demostrado eficacia en su tratamiento.
Disgrafía: despacio y mala letra
Otro trastorno frecuente entre los más pequeños es la llamada disgrafía. “Es un trastorno del neurodesarrollo que implica a la motricidad fina dirigida a la escritura. Para el diagnóstico no hay herramientas tan claras como con otros trastornos del aprendizaje, pero con un estudio completo se deben detectar estas dificultades específicas”, comenta Anna López.
➡️ Señales de alerta
Las pistas nos las aportan cuadernos con renglones excesivamente torcidos, tachones, faltas de ortografía frecuentes, confusión entre mayúsculas y minúsculas y caligrafía ininteligible.
➡️ Reeducación temprana
Una vez más, los expertos insisten en la importancia de la reeducación temprana. “Sabemos que un entrenamiento en escritura en las primeras etapas sí es efectivo, pero a partir de los 8 o 10 años se aconseja hacer uso de la letra de imprenta y escribir con hojas pautadas, si bien en casos más graves se recomienda el uso de aplicaciones que pasan la voz a texto”, afirma la neuropsicóloga. Las consecuencias son crónicas, pero, como en el caso de la dislexia, la reeducación va destinada a que la disgrafía no incapacite académicamente al alumno.
Discalculia: deshaciendo números
“Es que soy de letras”, dice siempre alguien cuando toca hacer una operación de cálculo tan básica como dividir el montante a pagar en una cena o al aplicar un porcentaje de descuento. Más que a una preferencia por el latín, la justificación puede encubrir un trastorno de discalculia. Varios estudios arrojan una prevalencia que alcanzaría al 10 % de la población.
➡️ Señales de alerta
Los expertos señalan que no todas las personas que manifiestan dificultad con las matemáticas la padecen. También pueden ser debidas al conocido fenómeno de la “ansiedad por las matemáticas”, que no se considera un trastorno del aprendizaje, pero que se define como la falta de confianza de un alumno en sus habilidades con los números y puede estar presente incluso en universitarios de ramas científicas, según un estudio publicado en el Journal of Stem Education.
Las señales de que un menor padece discalculia están en una especial dificultad para entender la hora o los signos matemáticos, para memorizar las tablas de multiplicar, además de constantes errores en operaciones aritméticas o no entender los conceptos de escalas decimales.
Además de repercutir en la escuela, este trastorno puede dificultar la vida adulta planteando impedimentos para una correcta planificación financiera o entender las condiciones de un producto bancario.
➡️ Detección y tratamientos educativos
La discalculia es un trastorno de reciente identificación, por lo que proliferan test online para el autodiagnóstico, pero, como recuerdan en la Unidad de Trastornos del Aprendizaje del Hospital Sant Joan de Déu, el diagnóstico debe realizarlo un profesional especializado en trastornos del neurodesarrollo.
“Existen muy pocas herramientas e instrumentos específicos para su detección y los tratamientos educativos están muy lejos de la realidad del aula”, apunta Sara Rodríguez-Cuadrado, profesora e investigadora de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Madrid en el estudio ‘Discalculia: manifestaciones clínicas, evaluación y diagnóstico’. Cuadrado destaca diferentes opciones de tratamiento, que van desde la adaptación curricular de las matemáticas mediante un plan de trabajo individualizado, a aplicaciones tecnológicas lúdicas, como Number Sense, desarrollada por el Instituto de Educación de Londres.