El cerebro humano está en continuo cambio. El de los bebés lo hace con mucha rapidez. Incluso está demostrado que se activa ante la voz de su madre de forma muy distinta a cómo lo haría al oír la de otra persona. También convertirse en padre o madre también provoca variaciones en nuestra materia gris. La ciencia ha verificado que el embarazo modifica el cerebro de la mujer. Pero tener un hijo, además, lo altera en el hombre que ejerce de padre, como veremos en este artículo. La ampliación del permiso de paternidad a ocho semanas, que entró en vigor hace un mes, ayudará a afianzar esta tendencia, además de los lazos con su vástago.
Ser padre o madre te cambia la vida, pero también el cerebro. «Casi todos los cambios producidos sobre el cerebro en relación con la paternidad y la maternidad son mediados por hormonas. Algunas entran en el cerebro y modifican su estructura y funciones», explica Ferran Martínez-García, director del grupo de investigación en Neuroanatomía Funcional (NeuroFun) de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universitat Jaume I (UJI).
La neurociencia ha estudiado en múltiples ocasiones cómo lo hace en el caso de la mujer. Una de las últimas investigaciones al respecto fue desarrollada por científicos del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM) y de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). La publicó a finales de 2016 la revista científica Nature Neuroscience.
Según este trabajo, el embarazo modifica el cerebro de la madre de un modo que la prepara para ser más receptiva a las necesidades del bebé y este cambio se mantiene por lo menos hasta dos años después del nacimiento de su hijo. En concreto, los resultados muestran cómo el córtex se reorganiza en regiones del cerebro involucradas en habilidades sociales. Sin embargo, los investigadores no encontraron que la gestación provoque cambio alguno ni en la memoria ni en otras funciones intelectuales de la mujer.
A estas conclusiones llegaron tras comparar imágenes de resonancia magnética de 25 embarazadas antes y después del parto, 20 mujeres no gestantes y la mayoría de sus parejas hombres. No obstante, ni en los varones ni en las que no habían sido madres se daban estas variaciones. Pero esto no quiere decir que en ellos no se produzca cambio alguno. Cambios hormonales y de conducta en el padre Un estudio de 2017 de la Universidad Emory (EE.UU.) publicado en Hormones and Behavior reveló que la oxitocina (la llamada «hormona del amor») condiciona el cuidado de los padres hacia sus hijos, pues activa regiones cerebrales asociadas a los sentimientos de recompensa y empatía, así como su motivación para prestarles atención.
Hasta hace unos años se pensaba que la oxitocina, segregada de forma masiva durante en el parto y la lactancia natural, era una hormona meramente materna, pero informes científicos como este y otros muchos van desterrando esta idea. Los padres también segregan oxitocina en niveles similares a los de las madres cuando interactúan con sus bebés.
Incluso la hormona masculina también se ve alterada con la llegada de un hijo, como demostró un estudio realizado por la Universidad Northwestern (EE.UU.), publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). La paternidad y los cuidados a los niños hacen descender los niveles de testosterona de los hombres y, por lo tanto, su agresividad.
Pero es que, además, cuando ellos son los cuidadores principales del bebé, los cambios son más notorios. Según un estudio realizado con 89 primerizos por investigadores del Centro de Ciencias del Cerebro Gonda de la Universidad de Bar-Ilan (Israel), los padres experimentan más actividad en el surco temporal superior del cerebro. Esta región es importante para la socialización, pues ayuda a interpretar las expresiones faciales, procesar el habla y entender cómo nos relacionamos con los demás desde un punto de vista más racional.
Pero, como apunta este trabajo publicado en PNAS, si ellos eran los cuidadores primarios había otras modificaciones. Lo vieron en escáneres cerebrales de 48 padres homosexuales que criaban a sus hijos. Observaron que se activan mucho ambas regiones: la racional de los padres cuidadores secundarios y la emocional de las madres cuidadoras primarias. Y la amígdala de estos padres se activaba prácticamente al mismo nivel que el de las madres.
¿Nos fijamos en ratones y primates? A pesar de que no hay muchas investigaciones sobre cómo cambia el cerebro del hombre cuando se hace padre, sí que con otros mamíferos como primates o ratones se están haciendo avances. «Animales mamíferos con conducta paternal hay muy pocos, pues solo se da en animales con parejas estables. En este caso, los ratones no son el animal perfecto para comparar, porque por naturaleza no establecen vínculos. Yo prefiero los primates, sobre todo el tití», sostiene Martínez-García, catedrático de Biología Celular. Y es que los machos de esta especie se encargan de las crías mucho más tiempo que las hembras, están pendientes de ellas, incluso cuando son más mayores; tienen conducta paternal.
Aun así, su grupo de investigación se ha centrado en observar con ratones la acción de la prolactina, la hormona materna relacionada con la producción de leche. «En hembras actúa sobre muchos centros del cerebro social, modulando la conducta. En la investigación se demuestra que la prolactina también entra en el cerebro masculino y puede modificar su función y su estructura. Queríamos ver si la colaboración en la crianza que presenta el macho tenía que ver con la prolactina en el cerebro, pero aún estamos en las fases iniciales», asegura Martínez-García.
Sin embargo, en los machos titíes la prolactina ha sido más estudiada. Este trabajo que revisa la evidencia de los cambios endocrinos con la paternidad en muchas especies animales, incluida la humana, habla de ello. «Al mismo tiempo que sube en las hembras, en el macho también, pero no se sabe el porqué. Solo por estar con su pareja hay cierto acoplamiento de hormonas. Y eso parece que conduce a favorecer la conducta paternal», manifiesta el experto. Además, otra hormona hace de las suyas cuando este monito se convierte en padre. Y es que cuanta más relación tiene con sus crías, la testosterona disminuye, por lo que también reduce su agresividad, se apacigua y es más sociable.
Otra de las investigaciones más recientes al caso se hizo con ratones en la Universidad de Harvard (EE.UU.) y se publicó el año pasado en la revista Nature. Los científicos descubrieron que células de 20 partes distintas del cerebro producen cambios hormonales y de comportamiento que llevan a los machos a participar en el cuidado de las crías.
Según el profesor de la universidad castellonense, «son unas fieras, muy agresivos, infanticidas; en la naturaleza un macho se encuentra con una cría y se la come», pero en el laboratorio, poco después de establecer vínculos de pareja y haberse apareado, como reconoce Catherine Dulac, neurobióloga responsable del estudio estadounidense, aparecen sentimientos paternos, pierden su agresividad y se comportan como las hembras: construyen nidos, se acurrucan junto a las crías, las limpian… ¿Por qué? «Muchos circuitos neuronales se modifican dentro del cerebro», cuenta Dulac.
Descubrieron que un grupo de neuronas en una parte del cerebro conocida como el área preóptica medial coordina estos cambios. Analizando sus conexiones, vieron que todas estas células producen una molécula de señalización llamada galanina. De esta forma observaron que el centro de crianza recibe y transmite señales de 20 regiones cerebrales diferentes. Cada neurona productora de galanina se proyecta a una de estas áreas del cerebro, lo que hace pensar que subconjuntos de células controlan diferentes funciones.
Para comprobar cómo funcionan, utilizaron herramientas basadas en la luz con las que pudieron manipular diferentes conjuntos de células. Así, al activar unas, los ratones incrementaron el acicalamiento de las crías, mientras que, si las desactivaban, se reducía esta actividad. Otro conjunto de neuronas que envían señales al centro de recompensa del cerebro, cuando se conectaban, aumentaba la motivación para interactuar con las crías: escalaban las barreras de su jaula para alcanzar a las que estaban al otro lado. El equipo también verificó que cuando las galaninas se proyectan hacia la amígdala, los padres se mantenían atentos a sus cachorros sin hacer caso a otros adultos.