¿Planeando una escapada en Semana Santa con los niños? Pues atentos. La exclusión de los menores en trenes, hoteles o restaurantes es una práctica creciente. Según varias encuestas, la mitad de los usuarios de avión preferiría que hubiera zonas separadas para los niños en las aeronaves y, para tenerlas, llegarían a pagar un plus. Las quiet zone (zona tranquila) son una realidad de éxito en compañías como Malaysia Airlines, AirAsia X y Scoot. También el tren aplica el “solo adultos”, como el vagón silencioso del AVE, que no admite a menores de 14 años. Y a ellos se unen cada vez más hoteles (el 5 % de los ubicados en España ya se publicitan como solo para adultos) y hasta restaurantes. ¿Discriminación por edad o derecho del adulto a relajarse?
Entornos sin niños, ¿son legales?
¿Qué pensaríamos de un hotel donde las personas con ojos azules no estuvieran admitidas? ¿Y qué decir de un restaurante en el que solo pudieran entrar hombres o solo mujeres? «Imagino que saldría en todas las portadas con calificativos no muy elegantes», expone Juan José Millán, psicólogo y director del gabinete área 44. En cambio, proliferan los hoteles, medios de transporte o locales donde no se permite la entrada de niños. ¿Se ajusta esta práctica a la legalidad? En opinión de la abogada Antonia Cortés, «no, pues es discriminación por edad, anticonstitucional, aunque algunos se escuden en el derecho de admisión» que, en su opinión, no es aplicable en este caso.
Al margen de lo estrictamente legal, el psicólogo tiene claro que los pequeños son parte de las sociedades y su futuro. «Todos hemos sido niños y nos han dejado serlo. ¿Por qué no íbamos a dejar a nuevas generaciones que lo sean? Me resulta complicado de comprender», asegura. La actitud de desterrar a los menores de determinados entornos es, en su opinión, una muestra más de nuestra sociedad actual, «con muchas luces, pero también con bastantes sombras y con ciertas conductas inesperadas que de pronto se observan como válidas y lógicas».
«Si buscamos una sociedad donde las bases sean la inclusión, la tolerancia, la igualdad y la convivencia global, ¿qué hacemos excluyendo a los niños, siendo intolerantes con ellos, generando diferencias entre padres con y sin hijos e impidiendo la convivencia de niños con adultos? Deberíamos darle una vuelta a qué sociedad queremos dentro de 20 años y si esta medida nos ayuda a lograrla», reflexiona Millán.
Iniciativa con éxito… ¡entre los propios padres!
¿Por qué tiene tanto éxito la iniciativa? Los hosteleros tienen la clave: la rutina diaria nos impone un ritmo que «nos devora» y ellos proponen un tiempo de descanso y relajación a todas las personas estresadas, que buscan el silencio y la tranquilidad. Y con niños cerca no es del todo posible… Lloran, tienen una rabieta, corren por los pasillos del hotel, se ríen a carcajadas durante un viaje por algo que están leyendo, juegan y hacen ruido… «Si esto molesta a algunos padres, hay que imaginarse cómo puede ser para quien no tiene hijos y tiene que vivir eso de los hijos de otro», explica el psicólogo. Sin embargo, apunta que el problema es, precisamente, que nos moleste que los niños sean niños. Pocas veces nos centramos en las necesidades evolutivas que presentan los pequeños: experimentar, caerse, gritar, correr…» y no les dejamos hacerlo porque nos molestan».
Imagen: mojpe
Los espacios «sin niños» no son tal en realidad, pues lo hacen «sin excluir», según arguye el hostelero Jesús Bravo, ya que simplemente dirigen su publicidad y servicios a un segmento específico (con lo que logran que las personas que van con menores se sientan incómodas: sin cunas, sin tronas, sin comida infantil…). Sin embargo, indican que muchos de sus clientes son padres: «parejas que rondan los 45 años, que dejan a los hijos con los abuelos unos días y quieren desconectar».
Reservar hotel y llevar al perro o al gato es cada día más fácil en España, pues el número de establecimientos que acepta que sus clientes se alojen con sus mascotas ha crecido de forma notable. Asimismo, los animales de compañía son aceptados en el metro y, en breve, en el autobús en ciudades como Madrid. Si la sociedad se felicita por ser cada vez más permisiva hacia las mascotas y sus dueños… ¿por qué un padre tiene que sentir tanta presión al subirse a un tren o pasar unos días en un hotel con dos o tres hijos?
¿Por qué molestan los niños, y no un perro o un gato? Juan José Millán, psicólogo, lo tiene claro: “Una mascota nos saluda siempre contenta al vernos, le damos un par de caricias, algo de comer y con sacarla a pasear un ratito ya hemos cumplido. No nos despertará a media noche con dolor de tripa o llorando porque ha tenido una pesadilla”.