Necesidad imperiosa
La innumerable variedad de tarjetas de crédito que embellecen el interior de carteras y monederos no siempre es rentable para el consumidor, aunque sí lo es para el banco y empresa emisora, ya que obtienen suculentas ganancias cuando se retira dinero en cajeros de otras redes, a través de diversas comisiones, mediante los pagos aplazados y a través del pago de la cuota anual. Estas empresas pueden estar más que satisfechas con los usuarios españoles, ya que la media de tarjetas por cada familia en nuestro país es de tres de débito y dos de crédito. La mayoría de usuarios, además, desconoce las comisiones que paga y los gastos que le acarrea poseer tal número de tarjetas.
España es el segundo país con mayor número de tarjetas en circulación en Europa. Según datos de la Asociación de Usuarios de Bancos, Cajas y Seguros (ADICAE) en España hay 75 millones de tarjetas en circulación (43,5 millones de débito y 31,5 millones de crédito). Descartando a la población menor de 16 años, y teniendo en cuenta que sólo el 54% de la población de entre 60 y 70 años tiene tarjeta, como media cada español adulto dispone de 1,32 tarjetas de débito y una tarjeta de crédito. Estos datos nos invitan a reflexionar si de verdad son necesarias todas estas tarjetas. Pero, ¿se puede vivir hoy en día sin usar tarjetas ? La respuesta es un rotundo “no”, al menos en opinión de Antonio Castelo Ladra, administrador y asesor de servicios financieros. Sin embargo, aunque no sea preciso prescindir de ellas, lo que conviene hacer con el dinero “de plástico” es analizar las circunstancias personales, las necesidades reales y el uso final que se le dará a cada tarjeta.
Un elevado coste
Es difícil hablar de un número máximo o mínimo recomendado de tarjetas, ya que éste puede variar en función de las pautas de consumo o necesidades de cada usuario, pero en términos generales la tarjeta de crédito es sólo recomendable “para operaciones o compras en las que no se admita el pago directo mediante débito”, señalan los expertos financieros, como por ejemplo adquisición o reserva de billetes por Internet, el alquiler de vehículos, las reservas de determinados hoteles o los viajes por el extranjero (en este último caso, sobre todo de cara a emergencias o imprevistos). La tarjeta de débito, sin embargo, sí es útil para pagar con ella si no se dispone de dinero en efectivo a mano. Esto último es, además, un objetivo de la Comisión Europea, que está apostando por facilitar el uso de tarjetas, para lo cual está en proceso de creación la llamada SEPA (área única de pagos en la Unión Europea), que permitirá utilizar las tarjetas en cualquier país de la zona euro con las mismas condiciones y costes con que se hace en España.
Tener dos tarjetas de débito y dos de crédito cuesta, como media, casi 100 euros al año
Ante el panorama que se dibuja, será difícil no tener una tarjeta, pero lo importante, y lo que reclaman muchas asociaciones, es que las reglas sean justas y claras en cuanto a costes y comisiones. Y no se trata de un gasto menor, ya que ser titular de muchas tarjetas eleva el gasto anual de manera considerable. Como media, simplemente poseerlas implica un coste de 15 euros anuales para las tarjetas de débito y 30 euros anuales (también como media) de cada tarjeta de crédito. Es decir, se paga casi 100 euros anuales por contar con dos tarjetas de débito y dos de crédito. Por tanto, no parece rentable multiplicar el número de tarjetas de que se dispone.
Pero no todos coinciden en esta cuestión, algunos expertos estiman oportuno contar con un abanico amplio de tarjetas para poder aprovechar las ventajas que ofrecen, aunque haciendo un uso correcto de las mismas y sabiendo cuál conviene utilizar en cada momento. Así lo afirma Daniel Soto, representante de vLex, quien considera acertado el hecho de que muchas personas tengan varias tarjetas: una tarjeta principal, con la que realizan la mayoría de los gastos cotidianos; una segunda, para emergencias, y una tercera por las recompensas que ofrecen sobre ciertos tipos de productos como la gasolina.
Tarjetas y situaciones posibles
- Tarjeta de crédito: una sola tarjeta de crédito podría bastar por persona, e incluso por pareja. Numerosos gastos por comisiones de mantenimiento y riesgo de endeudamiento (con un crédito alto que incluso puede llegar a más 20% TAE) son sólo dos de las consecuencias que podría acarrear el tener varias tarjetas de crédito. Si se suele viajar al extranjero y comprar a menudo online sí puede resultar beneficioso tener una tarjeta adicional.
- Tarjeta de débito: como norma no sería recomendable contar con más de una tarjeta de débito. Es una regla simple, porque cuantas más tarjetas se tenga será más complicado controlar el gasto y el de las comisiones por uso de cajero. En el caso de ser titular de dos o más cuentas corrientes puede resultar conveniente disponer de una tarjeta de cada entidad en la medida en que se hayan analizado los costes de mantenimiento que supone.
- Tarjetas de empresa: si una persona es dueña de una compañía o una sociedad conviene disponer de dos tarjetas diferentes: una de empresa y otra personal. Es la forma más sencilla de no confundir los gastos personales con los profesionales. El inconveniente en el caso de una tarjeta de empresa, si se tiende a cierta falta de control, es el riesgo en el que se puede incurrir de cargar a esa tarjeta gastos personales, mientras la ventaja sería disponer de capacidad de compra y no tener que financiar personalmente los gastos de empresa.
- Tarjetas de fidelización: lanzadas por cadenas de hostelería, gasolineras, y compañías de transportes de viajeros especialmente, suelen ofrecer una serie de ventajas (regalos, puntos y descuentos), pero no es oro todo lo que reluce, pues se deben cumplir ciertos requisitos para obtener esta recompensa que en ocasiones puede resultar ínfima al lado del gasto que se debe realizar. Por ello, cualquier tarjeta debe ser observada, casi bajo el cristal de una lupa; se debe leer la letra pequeña con toda atención puesto que algunas, a la facilidad y gratuidad a la hora de su concesión, unen la posibilidad de contratar otra de crédito.