Hay cosas que no cambian: cada día amanece, cada semana juega nuestro equipo de fútbol y cada otoño caen las hojas de los árboles y comienza la temporada de recogida de setas. Pero también ocurren otras cosas: cada semana las calles contemplan asombradas cómo algún pardillo es víctima de un timo más popular que la paella mixta. Sí, timos, porque aún hoy se dan, tantos años después de su edad de oro. Fueron los años sesenta y setenta, en los que la estafa de la estampita y el tocomocho formaban parte del acervo cultural, en grotesca manifestación de la picaresca que tanto predicamento tuvo en nuestro país (y retuvo: la sección de noticias lo confirma a diario), a modo de dique de contención de la modernidad. Lo cierto es que, con mayor o menor grado de elaboración en las artes del engaño, el objetivo de los timos y estafas casi siempre ha sido el mismo: engatusar y engañar a incautos que, en una situación propicia, no pueden reprimir el muy humano sueño de convertirse, de repente y sin esfuerzo, en una persona rica. Bien lo saben los promotores de loterías, quinielas, primitivas, cuponazos y otros sistemas de juego cuyo principal atractivo y gancho argumentativo es la enorme cuantía del premio, su capacidad de alterar -de golpe- la vida del afortunado, de cambiar los cotidianos problemas económicos por un futuro que destierra para siempre los números rojos a fin de mes: “efectivamente, hay pocas posibilidades, pero ¿y si toca?”
Con la crisis, aumentan robos y timos
Los delitos contra el patrimonio, categoría que comparten los timos con los hurtos y los robos, han aumentado este último año un 9%, lo dice el Ministerio de Interior. Por su parte, la Fiscalía General del Estado informa en su última memoria anual que las diligencias iniciadas por delitos de estafa llegaron durante el año pasado a casi 100.000, mientras que en 2007 las denuncias no alcanzaron las 80.000, con la particularidad de que el número de denuncias registradas por timos y estafas se tiene siempre por menor de la cifra real de los delitos perpetrados.
Las diligencias iniciadas por delitos de estafa llegaron durante el año pasado a casi 100.000
Las razones para no acudir a la policía una vez se ha comprobado el engaño son varias, y no es la menor la vergüenza que siente el estafado por haber caído en una trampa tan burda que pone en cuestión su inteligencia. Otra razón: la posibilidad de que la participación de la ‘víctima’ en el delito sufrido pueda constituir otro o, al menos, un acto moralmente reprobable. No debería hacer falta insistir en que nadie regala duros a cuatro pesetas, pero es un lema inmejorable para insistir en que no se puede bajar la guardia y en que hay desconfiar de cualquier propuesta que prometa ríos de dinero sin esfuerzo ni riesgo.
La estampita: un clásico
El ‘modus operandi’ de las estafas se basa en dos pilares. El primero es que el timador crea un contexto favorable y de confianza de cara a las víctimas, a menudo con el recurso de una situación de necesidad o ignorancia que finge él mismo. Discapacitados intelectuales, inmigrantes sin papeles o adolescentes son los personajes que los estafadores más gustan de representar. El otro sostén es el “gancho”, un segundo delincuente que surge de la nada, como si fuera un transeúnte más, cuyo cometido es dotar de realismo y veracidad a la escena y, en última instancia, terminar de convencer a la víctima para que aproveche la oportunidad única e irrepetible que se abre ante sus ojos.
En la versión clásica de timo de la estampita, una persona que parece sufrir una discapacidad aborda a la víctima y le muestra, con la ingenuidad característica de quien carece de malicia, una bolsa llena de billetes a los que no concede importancia alguna porque son “estampitas” o “cromos”. El segundo estafador, que aparece de pronto y simula ser un ciudadano que pasa por allí de manera casual, acaba por convencer a la víctima para que compre la bolsa al discapacitado e incluso se ofrece para acompañarlo al banco a sacar una importante cantidad de dinero, siempre muy inferior a la que en apariencia contiene la maleta. Una vez hecho el intercambio del dinero por la maleta y desaparecidos los timadores, el “primo” descubre que le han engañado: la bolsa sólo contiene unos pocos billetes; en realidad está repleta de recortes de periódico. Aunque cueste creerlo, este timo, por otra parte tan conocido como elemental, todavía funciona y hay ingenuos (que no inocentes; el timo se basa en un acuerdo para engañar a un discapacitado) que “pican”.
El tocomocho revisado
Aunque se conocen diversas versiones del timo del tocomocho, la que más estropicios económicos causa en sus víctimas es la de la lotería extranjera, que consiste en enviar a la “víctima” una carta en la que se le informa de que le ha tocado un jugoso premio en una lotería de otro país. Y, aquí está clave. Aunque el receptor del mensaje no haya participado en sorteo alguno, menos aún en el extranjero, le acaban convenciendo de que el dinero le pertenece. El argumento es atribuir el premio a una promoción de este tipo de lotería en España y a que la suma de dinero le ha correspondido al azar. Para cobrar el dinero del premio, el afortunado no tiene más que pagar por anticipado el coste de la transferencia o los impuestos con los que está gravado el premio en el país de origen. Una vez que se ha caído en la trampa, los estafadores pueden conformarse con el dinero recibido o pedirle una segunda cantidad, normalmente superior a la primera, para sufragar otros gastos.
La versión del tocomocho que más estropicios causa en sus víctimas es la de la lotería extrnajera
Hay quien cae hasta en esta segunda burda manipulación, sí. Aunque puede parecer impensable que alguien pueda picar un anzuelo con el engaño tan visible, numerosos ciudadanos europeos han caído en la trampa; es más, el éxito de este renovador formato del tocomocho de toda la vida ha llegado incluso a obligar a las autoridades de EEUU y Corea (aviso español) a dar la voz de alarma a la población. La versión antigua del timo, por mucho que pasen los años, funciona y se practica con éxito en lugares de mucho tránsito, como estaciones y cajeros automáticos: una persona se acerca a la víctima con un billete de lotería premiado que no puede cobrar porque su tren está a punto de salir, razón por la que se lo ofrece a la víctima por bastante menos dinero de lo que vale. En ese momento, entra en acción el gancho, que observa el décimo y corrobora que, en efecto, es un billete premiado; para demostrarlo, le muestra un periódico antiguo en el que aparece el número premiado. La víctima accede, le entrega el dinero y cuando llega a cambiarlo en la administración de lotería descubre que no estaba premiado.
Un ingeniero muy listo
Una de las variantes del tocomocho, el timo del ingeniero inglés, encuentra en Internet su escenario idóneo. Aparecen en la Red anuncios de venta de vehículos de alta gama o de alquiler de pisos ubicados en España, siempre a precios irrisorios. La persona de contacto se presenta como un ingeniero inglés que ha vivido en nuestro país. En el caso de los vehículos, el estafador proporciona un motivo muy creíble para ofrecerlo a tan bajo coste. El más común es que el utilitario es español y al residir el ingeniero en el Reino Unido le resulta muy difícil conducirlo por la izquierda, y, claro, venderlo allí resulta imposible por la posición del volante. En las casas, los pretextos son igual de peregrinos: el supuesto ingeniero ha trabajado en España el tiempo suficiente como para comprarse un piso, pero por motivos laborales debe volver a vivir al Reino Unido y permanecer una larga temporada allí, y es por eso que decide poner en alquiler su piso. El modo de proceder es el mismo en las dos situaciones. El timador sólo acepta el email como forma de contacto y escribe sus mensajes en un mal castellano. Una vez que las víctimas muestran interés por el vehículo o la vivienda, pide que realicen una transferencia y asegura que una empresa intermediaria les hará llegar el vehículo o el contrato de arrendamiento ya firmado con las llaves del inmueble. Por supuesto, aquí termina la historia y la víctima ha perdido su dinero sin recibir nada a cambio.
Aunque la inmensa mayoría de las transacciones en la Red se realizan con total seguridad y legalidad, Internet da cobijo también a estafadores que ponen a la venta artículos o servicios inexistentes a precios muy tentadores. Para evitar problemas, conviene comprar siempre en webs de confianza y, cuando se haga en sitios no conocidos, antes de comprar y de adelantar el dinero, consultar las políticas de protección al comprador de esas páginas y recabar toda la información posible acerca del vendedor.
Desde Nigeria con Amor
Detrás de una inofensiva carta o mail se esconde, en la herencia nigeriana, un timo como la copa de un pino. Recibe este nombre porque los remitentes se hacen pasar por ciudadanos de este país. En estos correos que se reciben de forma inesperada en el buzón del domicilio y, desde hace pocos años, también en el correo electrónico, el estafador se hace pasar por un abogado o por el familiar de un miembro del Gobierno o de un importante hombre de negocios que ha perdido la vida durante una revuelta política. En las cartas se asegura de manera insistente que antes de fallecer la persona depositó una gran cantidad de dinero en una cuenta bancaria a la que el remitente tiene acceso. La cuestión es que desean sacar la herencia del país de forma discreta para lo que necesitan una cuenta bancaria extranjera a la que poder transferir el dinero.
Muchas víctimas no acuden a la policía por temor a que la participación en el delito sufrido pueda constituir otro
Los delincuentes dicen a la víctima que se dirigen a ella por recomendación de otra persona y porque consideran que es la única persona que puede ayudarles a transferir el dinero. A cambio de su colaboración y discreción le prometen un jugoso porcentaje del total del dinero. Sólo debe abrir una cuenta en el banco que le indiquen y seguir sus instrucciones. Ya después, le envían documentación falsificada imitando a la oficial y extractos de movimientos bancarios que certifican que la transferencia está en proceso. Mediante el intercambio de faxes o de más cartas, los timadores se ganan la confianza de la víctima y siempre le aseguran que está a punto de recibir el dinero, aunque es imprescindible que antes pague unas tasas o los honorarios de un abogado. No contentos con esto, solicitan más y más dinero hasta que la víctima se cansa de pagar. Cuando el engañado deja de enviar el dinero, todo se acabó.
Timo de las tarjetas de crédito
Clonadores de tarjetas, microcámaras y lectores de banda magnética son sólo una pequeña muestra de los inventos que las bandas de timadores utilizan para desvalijar las cuentas bancarias. Una de las técnicas más usadas es el “lazo libanés”: los estafadores aprovechan las horas en las que las entidades bancarias no trabajan para colocar en sus cajeros un dispositivo de plástico que simula la ranura donde se introduce la tarjeta. La parte final del invento está rodeada por un lazo creado con cinta magnética, de las de los vídeos VHS, que retendrá las tarjetas. Cuando un usuario introduce su tarjeta en el cajero, ésta se atasca y en ese preciso instante aparecen los amables estafadores. Dicen haber sufrido los mismos problemas con sus tarjetas, tras lo cual ofrecen a la víctima su teléfono móvil para que se comunique con el servicio de información del cajero. El número marcado es del móvil de un cómplice que se hace pasar por personal del banco.
En la conversación telefónica le comunica a la víctima los pasos que debe seguir para recuperar su tarjeta. Entre ellos, le indica que marque en el cajero una combinación de números, seguido de asterisco o almohadilla y el número clave de la tarjeta. La víctima no recupera su tarjeta, y sin ser consciente de ello, acaba de proporcionar a los timadores su número secreto. El falso operador de la entidad bancaria le comunica que el procedimiento no ha dado resultado y que debe pasarse por la sucursal al día siguiente para que le entreguen la tarjeta. Cuando la víctima abandona el lugar, los estafadores recuperan la tarjeta y, con la clave que ya conocen, extraen todo el dinero que pueden de las cuentas de la víctima.