El mundo se deberá enfrentar a disturbios sociales y desastres medioambientales si la agricultura no se reforma radicalmente. Así lo asegura un informe presentado recientemente y auspiciado por el Banco Mundial y las Naciones Unidas. Por su parte, Greenpeace detallaba hace unos meses en otro estudio los negativos efectos del actual modelo agrícola sobre el cambio climático.
La Evaluación Internacional de las Ciencias y Tecnologías Agrícolas para el Desarrollo (IAASTD), una iniciativa adoptada por el Banco Mundial y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), ha dado a conocer un informe que repasa el estado de la agricultura en el mundo, y se detiene en aspectos como los biocombustibles, los organismos genéticamente modificados (OGM), o el cambio climático.
El estudio, en que han participado durante tres años 400 científicos internacionales, expertos institucionales y representantes de la sociedad civil y el sector privado, afirma que si se continúa con la tendencia actual de producción y distribución agrícola, «se agotarán nuestros recursos y se pondrá en peligro el futuro de nuestros hijos».
Los responsables del estudio reconocen que el desarrollo de la agricultura moderna ha mejorado considerablemente la productividad en los últimos cincuenta años, pero sus beneficios se han repartido de forma muy desigual. Además, aseveran, ese progreso ha ocasionado un costo social y ambiental «considerable».
«Si se continúa con la tendencia actual de producción y distribución agrícola, se agotarán nuestros recursos y se pondrá en peligro el futuro de nuestros hijos»El aumento global de los precios de alimentos básicos se encuentra también entre las graves consecuencias de este modelo de producción, según el informe, lo que podría significar que haya países que no puedan asumirlos. Por ejemplo, desde marzo de 2007 los precios de la soja y el trigo han aumentado respectivamente en un 87% y 130%, mientras que las reservas mundiales de cereales están bajo mínimos. Asimismo, alertan, se prevén mayores subidas en los precios del arroz, el maíz y el trigo.
Por ello, los expertos de este estudio recomiendan que la agricultura combine estrategias de productividad con la protección de los recursos naturales y con las prácticas «agroecológicas». En este sentido, se aconseja utilizar abonos naturales y semillas tradicionales, intensificar los procesos naturales, o acercar más la producción agrícola y los consumidores a los que va destinada.
Asimismo, el informe analiza las consecuencias de la agricultura moderna por regiones del planeta. Así, asegura que en África del Norte y Asia Central y Occidental la biodiversidad agrícola está desapareciendo y podrían sufrir escasez de recursos hídricos en los años venideros; en Asia Meridional y Oriental y el Pacífico la contaminación debido al nitrógeno se va a agravar y el agua disponible se reducirá dos tercios dentro de una década; en América Latina y el Caribe la pobreza afecta al 37% de la población a pesar del aumento de la productividad agrícola, y la importación de productos alimentarios ha creado una dependencia del exterior, trastornando al mismo tiempo la producción local; en el África Subsahariana la escasez de agua en el 80% de las tierras cultivadas o la disminución de la diversidad genética representan también serios problemas.
Impacto en el cambio climático
Greenpeace presentaba a principios de año un informe en el que detallaba los efectos directos e indirectos de la agricultura sobre el cambio climático. Su responsable, Pete Smith, profesor de Ciencias Biológicas de la Universidad escocesa de Aberdeen, subraya el enorme potencial del modelo intensivo actual para convertirse en uno de los mayores productores de gases de efecto invernadero (GEI).
En este sentido, el informe explica que el uso masivo de fertilizantes, la deforestación y destrucción de ecosistemas para la obtención de nuevas tierras, la degradación de los suelos y el modelo de ganadería intensiva provocan entre 8.000 y 16.000 millones de toneladas de emisiones de CO2 (entre el 17% y 32% de todas las producidas por el ser humano). Por su parte, la ganadería, a la que también va destinada buena parte de la producción alimentaria agrícola, produce grandes cantidades de metano, un GEI más potente que el CO2.
El estudio ofrece también soluciones para reducir este impacto ambiental, como la generalización de prácticas agrarias sostenibles que fijan carbono en el suelo, la reducción del uso de fertilizantes o la disminución del consumo de carne y derivados animales en los países desarrollados.
El profesor de Población, Ecología y Ambiente de la Escuela de Ingenieros de la Universidad de Navarra en San Sebastián (Tecnun) Luis Echarri explica que la agricultura siempre ha supuesto un impacto ambiental fuerte, sólo que el actual modelo ha multiplicado estos efectos.
En este sentido, este experto detalla hasta siete tipos de impactos ambientales de la agricultura moderna: erosión del suelo, salinización y anegamiento de suelos muy irrigados, uso excesivo de fertilizantes y plaguicidas, agotamiento de acuíferos, pérdida de diversidad genética, deforestación y consumo de combustibles fósiles y liberación de gases invernadero.