Formado en el Royal College of Surgeons de Dublín (Irlanda), Anders Ostrem ha ejercido siempre como médico de familia en el Centro de Salud de Gransdalen en Oslo, Noruega, desde donde coordina una red de médicos de atención primaria a escala nacional especializada en salud pulmonar. Preside, además, el Grupo Internacional Respiratorio de Atención Primaria (IPCRG), y su principal cometido es la prevención de la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC).
El médico del hospital recibe los casos de mayor gravedad o de mayor complejidad diagnóstica, pero son siempre pacientes que han pasado antes por otro médico que, con mayor o menor fortuna, habrá formulado un diagnóstico y habrá tomado previamente decisiones clínicas de relevante importancia. Los médicos de familia vemos más pacientes y detectamos los problemas más graves en primera instancia. Tenga en cuenta que en Noruega el 80% de la población sólo ha requerido la intervención de un médico de familia para curar sus achaques. Los pacientes que nosotros visitamos son, por lo general, personas sanas que visitan por síntomas molestos, más que por una determinada enfermedad.
Tratar la EPOC [enfermedad pulmonar obstructiva crónica] no es sólo identificar los casos más graves y pautar un tratamiento farmacológico. Una enfermedad como esta requiere una labor preventiva de identificación precoz, educar a los fumadores con vistas a que no desbaraten su función pulmonar y causen el menor deterioro posible en sus bronquios. Cosas que encajan perfectamente en la actuación del médico de familia.
«Con fisioterapia respiratoria, los enfermos pueden gestionar el escaso flujo respiratorio de forma más relajada»
En una enfermedad como la EPOC hay mucho trabajo por hacer y están implicados todos los sectores asistenciales, incluso los medios de comunicación. A los médicos de familia no nos preocupa tanto el estudio de la enfermedad o la optimización de los tratamientos disponibles, sino satisfacer las preocupaciones de salud que nos transmiten los pacientes en primera instancia y que se refieren, sobre todo, a la prevención de complicaciones (exacerbaciones) y el apoyo a una calidad de vida digna.
Me parece una idea razonable, pero puede que entorpeciera la dinámica propia de los grandes estudios científicos, que requieren de una cierta excelencia técnica en su diseño. En el peor de los casos, también serviría contar con médicos de familia que pudiéramos intervenir como representantes de los pacientes. Rara vez se nos tiene en cuenta.
El interés de los periodistas por las enfermedades y sus tratamientos se ajusta demasiado a cánones de noticia o de moda, y reconozco que la EPOC es una enfermedad poco ‘sexy’, que no da para una buena campaña informativa. Sin embargo, los médicos les envidiamos, puesto que nuestros pacientes hacen muchísimo más caso a lo que se escribe en las revistas que a lo que nosotros soltamos en las consultas. A propósito de los tratamientos, mi única crítica es que se valore más la novedad que sus indicaciones.
Este es ciertamente un ámbito fascinante de la medicina: la interfaz entre cuánto nos ocurre y la interpretación de cuánto nos ocurre; o el modo en que dicha interpretación condiciona nuestra salud física. El bienestar mental, nuestra forma de pensar, sentir y reaccionar ante la vida configura nuestra personalidad y determina nuestras relaciones sociales; pero también define la manera en que gestionamos nuestras tensiones, interpretamos los mensajes del propio organismo y nos cuidamos.
La EPOC consta de dos presentaciones clínicas: bronquitis crónica y enfisema. Los síntomas del asma, en cambio, son de naturaleza reactiva. Una serie de alérgenos causan la inflamación del tejido que reviste los bronquios y las vías aéreas se obstruyen de forma que impiden al paciente asmático respirar.
No imagina hasta qué punto. Aquí, no obstante, entra en juego el control mental sobre la enfermedad. Mediante técnicas de fisioterapia respiratoria, los enfermos de asma o EPOC pueden aprender a no angustiarse y a gestionar el escaso flujo respiratorio de una exacerbación de forma algo más relajada. Dichas técnicas no pueden sustituir un tratamiento farmacológico pero mejoran, y de qué manera, la calidad de vida del paciente.
Para ilustrar la complejidad asistencial de la EPOC en atención primaria, Anders Ostrem pone el ejemplo de uno de sus pacientes, Ole, un celador hospitalario de 62 años de edad con EPOC diagnosticada de por lo menos siete años de duración. Ole asume que el tabaco es la causa de su enfermedad, pero ignora que si deja de fumar su condición se verá en parte aliviada; mientras que, si no deja de fumar, empeorará. Esta situación le lleva a perseverar en su atrevimiento hasta que ingresa en un hospital urgentemente por culpa de una exacerbación.
Allí recibe una pauta de antibióticos y esteroides y, tras cinco días, es dado de alta para volver a casa en un estado que juzga bien poco satisfactorio. El neumólogo cita a Ole cuatro semanas más tarde y vuelve con la sensación de que el tratamiento lo protege frente a nuevas crisis, pero también de encontrarse no tan bien como antes de la hospitalización. Ole, ahora, es incapaz de subir andando más de dos pisos y ve interrumpido su sueño todas las noches por ataques de tos.
El médico de familia noruego dice tratar a Ole con broncodilatadores y, a fin de paliar las prolongadas esperas entre una visita y otra (las listas de espera de la sanidad pública hacen mella en todas partes), programa para este paciente un motivador programa de ayuda a dejar de fumar, rehabilitación, actitud psicológica y ejercicio físico. Insiste Ostrem en que las guías y los estudios hacen poco caso de estos buenos hábitos terapéuticos, pero califica con buena puntuación el diseño del estudio UPLIFT (Understanding Potential Long-term Impacts on Function with Tiopropium), puesto en marcha por la farmacéutica alemana Boehringer Ingelheim.