¿Cómo convencer a los pacientes con cáncer de que el ejercicio puede ayudarles a reducir la fatiga que sienten, si están cansados incluso para realizar las acciones de la vida diaria? Muchos estudios anteriores se han corroborado y se confirma que la práctica de ejercicio físico, más allá de prevenir la enfermedad, aporta beneficios a quienes ya la padecen. El deporte se convierte en un aliado para afrontar mejor el camino que hay que recorrer para superar un cáncer.
Sumar el ejercicio a la quimioterapia y a la radioterapia. Es un nuevo enfoque frente al cáncer, que cada vez gana más adeptos entre los profesionales sanitarios. También es una opción terapéutica para quienes han superado la enfermedad, porque podría reducir a la mitad las probabilidades de recurrencia. Según un informe de la institución británica MacMillan Cancer Suport (bajo el título de «A moverse más»), basta con tan solo 150 minutos semanales para obtener beneficios.
Para llegar a estas conclusiones, se han revisado más de 60 estudios, se ha encuestado a 400 profesionales y se han analizado los resultados de un proyecto piloto en el que la práctica de deporte formó parte del tratamiento para el cáncer. Los resultados confirman que el ejercicio podría ser la «mejor medicina» para tratar la enfermedad, ya que el porcentaje de los beneficios son altos: en el tumor de mama, las probabilidades de morir por la enfermedad se reducen un 40%; en el de vejiga, un 50%; y en el carcinoma de próstata, un 30%.
También en las jornadas «Deporte y enfermedades oncológicas, una alianza en beneficio del paciente», organizadas en Madrid por la Escuela de Estudios Universitarios Real Madrid-Universidad Europea, los expertos españoles recalcaron la importancia de la actividad física frente al cáncer como método para mejorar de manera sustancial la calidad de vida.
Beneficios del entrenamiento
Quince minutos diarios de actividad física reducen el riesgo de muerte un 14% por cualquier causa y aumentan la expectativa de vida en tres años
La disminución en la capacidad funcional que experimentan cerca de un tercio de los pacientes oncológicos puede atribuirse a las condiciones hipocinéticas (falta de movimiento) por una inactividad física prolongada. Esta situación puede reducir la energía habitual para realizar tareas cotidianas o provocar un desequilibrio hormonal y desencadenar en un mal funcionamiento de varios sistemas en el organismo. Con todo, aumenta más la sensación de fatiga. Varios estudios realizados con anterioridad ya habían sugerido el propio entrenamiento para tratar esta pérdida energética.
Los beneficios para el enfermo oncológico son cuatro: mejora las defensas del organismo, contribuye a la recuperación y evita complicaciones clínicas colaterales; mejora la motivación personal y la autoestima; incrementa las relaciones sociales y la empatía; y aumenta el bienestar del afectado. Además, cuando se lleva a cabo junto con quimioterapia o radioterapia (tratamientos invasivos), puede reducir algunos de los efectos secundarios, como fatiga, depresión, osteoporosis o enfermedad cardíaca. También se ha sugerido que disminuiría los coágulos sanguíneos y la pérdida de masa muscular propia de la inactividad física. En resumen, con el ejercicio se pueden afrontar las alteraciones (físicas y psíquicas) asociadas a la enfermedad y a su tratamiento, y alcanzar un estado emocional positivo.
Recomendaciones de los expertos
La Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) lanza una serie de consejos antes de incorporar la actividad física en el plan de tratamiento del cáncer. En primer lugar, se recomienda hablar con el oncólogo sobre la posibilidad de realizarla y, sobre todo, seguir sus consejos. Es necesario que el paciente recapacite acerca de qué tipo de entrenamiento le apetece hacer. Si es posible, es mejor acudir a un gimnasio y pedir a un amigo o familiar que sea el acompañante habitual (el apoyo social es importante y puede ayudar a cumplir con el objetivo).
También debe planificar su tiempo y fijar una hora para practicar la actividad elegida. En los días de tratamiento y los posteriores, o en caso de agotamiento, debe reducir tanto la intensidad como el tiempo (a 5 o 10 minutos al día). El ejercicio ayuda a minimizar los síntomas. El objetivo no debe ser acabar agotado, sino lograr los beneficios de una vida activa. Según la AECC, basta con 30 minutos diarios.
Siempre con precaución
Los investigadores que han redactado el informe británico abogan por incluir el ejercicio en el plan de tratamiento de cualquier cáncer. Si bien es evidente que el ritmo y frecuencia debe ser reducido, recomiendan aumentar de forma progresiva los niveles, hasta cumplir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) relacionadas con el deporte en personas sanas. El entrenamiento y su intensidad deben determinarse según el estado de salud del enfermo, del tipo de cáncer que padece, el tratamiento y la edad. Para ser efectiva y segura, la actividad física debe tener en cuenta cinco criterios básicos: estado del individuo, tipo de ejercicio, intensidad, frecuencia y duración.
¿A qué se refieren los expertos cuando indican que es importante determinar el tipo de ejercicio según el tipo de cáncer? Un ejemplo: ante una neoplasia ósea o con riesgo de osteoporosis, se evitarán aquellos que supongan contacto o con demasiado impacto; y ante un importante descenso de glóbulos rojos (hematíes), hay que obviar los de mucha intensidad.
Quince minutos diarios de actividad física disminuyen el riesgo de muerte un 14% por cualquier causa, reducen un 10% las probabilidades de morir a causa de cáncer y aumentan la expectativa de vida en tres años. Así concluye un estudio llevado a cabo por científicos en Taiwán, entre más de 400.000 personas, y publicado en la revista “The Lancet”. Otra investigación reciente publicada en la revista “British Journal of Sports Medicine” extrae resultados parecidos, pero desde otra vertiente: ver la televisión una media de seis horas al día puede reducir la esperanza de vida hasta cinco años. En el estudio se ha relacionado el sedentarismo con un alto riesgo de parada cardiaca o derrame cerebral.