Lesiones provocadas por la epidermólisis bullosa o por microorganismos procedentes de latitudes tropicales son grandes desconocidas para la mayoría de los profesionales sanitarios. Sin embargo, lo cierto es que poco a poco van pasando de ser de “baja prevalencia”, por casi inexistentes, a tener un lugar incipiente en la atención sanitaria de atención primaria y hospitalaria. En el caso de las lesiones “tropicales”, este aumento se asocia tanto al turista ávido de aventura que no sigue las recomendaciones de prevención adecuadas como al flujo migratorio.
Enfermedades tropicales que aparecen junto con heridas de larga evolución (úlceras) como signo principal o secundario son, cada vez, más frecuentes en los centros de asistencia sanitaria. Leishmaniosis cutánea, amebiasis, dracunculosis, lepra, oncocercosis, Pian o úlcera de Buruli son algunas de ellas, según se ha puesto en evidencia en el último congreso organizado por el Grupo Nacional de Estudio y Asesoramiento de Úlceras por Presión y Heridas Crónicas (GNEAUPP), celebrado en Tarragona y que ha reunido cerca de 1.900 expertos de España y Latinoamérica.
Tan lejos, tan cerca
La inmigración creciente que huye de la pobreza y de un país carente de las medidas sanitarias necesarias para hacer frente a estas enfermedades y sus complicaciones inherentes (la desnutrición, por ejemplo, no hace sino aumentar la morbilidad) es un factor de peso. Como lo es también lo que los expertos denominan el «efecto llamada», momento en que el inmigrante mejora su situación económica y atrae a familiares, sobre todo ancianos, afectados por alguna de estas enfermedades. Tanto Gago como García, especialistas en heridas crónicas, concluyen que son muchos los interrogantes que plantean este tipo de lesiones. Los especialistas dicen desconocer con exactitud el tratamiento de estas úlceras en el ámbito local y general, y no saben tampoco cómo se ha abordado en el país de origen.
Información y formación son los dos pilares en los que sustentarse para dar respuesta a las úlceras tropicales
Pero no hay que olvidarse de los turistas, ya que en los últimos años se ha incrementado el número de viajeros que cada año en verano se desplazan a países tropicales, exóticos o en desarrollo, y que no siguen las medidas de prevención recomendadas por las autoridades sanitarias. El Ministerio de Sanidad y Consumo, que cada año lanza la campaña «La Salud también viaja», insiste en que hay que vacunarse con la suficiente antelación para que la profilaxis sea efectiva.
Además, en el regreso, los turistas deberían informar a su médico de cualquier síntoma relacionado con el viaje, ya que muchas de las enfermedades tropicales no se manifiestan de forma inmediata. También se insiste en que hay que tomar precauciones para disminuir el riesgo de mordedura de serpiente.
Estos dos especialistas tienen claro, no obstante, que las úlceras tropicales ya están en nuestro sistema sanitario y que para dar una respuesta adecuada es necesario apoyarse en dos pilares básicos: la información y la formación.
Epidermólisis bullosa
Con el nombre de «piel de mariposa» se conoce el conjunto de alteraciones dermatológicas y crónicas provocadas por determinadas mutaciones de los genes responsables de la estructura de la piel. Esta enfermedad está considerada como rara debido a su baja incidencia: en España los últimos datos disponibles estiman que hay unos 1.000 afectados de epidermólisis bullosa.
La epidermólisis bullosa se caracteriza por una piel frágil por la falta de proteínas de anclaje, las que proporcionan en condiciones normales resistencia al tejido donde están determinados tipos de colágeno, la proteína estructural más importante del organismo. Se hace más evidente en el mismo momento del nacimiento o durante la lactancia.
Se trata de una afectación congénita que se caracteriza por la aparición constante de ampollas en la piel de forma espontánea o al mínimo roce. Empieza con pequeñas vesículas que, al romperse, dejan lesiones parecidas a las quemaduras con una evolución dificultosa. La piel de los afectados aparece con multitud de cicatrices que provocan una alta disfuncionalidad por sus importantes retracciones.
Estas lesiones, aparte de la piel, pueden darse en membranas y mucosas complicándose el tracto intestinal (boca, esófago e intestino), el aparato respiratorio y las vías urinarias, además de aparecer problemas de desarrollo, de visión y dentales. La severidad con la que aparecen está asociada al gen afectado. Para la mayoría de pacientes, su calidad de vida depende de manera exclusiva de los cuidados de enfermería, «que van mucho más allá de curar una herida», afirma Elisabete Gonçalves, enfermera de la Asociación Española de Epidermólisis Bullosa.
Son conscientes de que es necesario divulgar estos cuidados al mayor número de profesionales, muchos de los cuales desconocen las características de la enfermedad y su evolución. «En ocasiones, la mera aplicación de un producto no adecuado en la piel predispone a que una herida desarrolle una infección y complicaciones posteriores», insiste Gonçalves.
A pesar de que las mordeduras de serpiente son frecuentes en áreas tropicales y subtropicales, sobre todo en primavera y otoño, en Europa viven también dos grupos de serpientes venenosas: las culebras (Colubridae) y las víboras (Viperidae). De las cinco especies de víbora que hay en el continente europeo, en España sólo se encuentran tres: la víbora áspid, la europea y la víbora común. La forma de la mordedura son dos incisiones paralelas de unos dos milímetros de longitud y separadas entre sí por seis milímetros. La mortalidad por picadura en España, sin embargo, es menor del 1%, y el 50% de las mordeduras no da sintomatología.
De las diez especies de culebras que se encuentran en España sólo tres son venenosas: la serpiente de Montpellier o bastarda, la coagulla y la culebra de agua. Sus mordeduras se caracterizan por tener forma de “U”. Éstas provocan un adormecimiento de la zona lesionada e inflamación local, pero pocas veces efectos generales. De la misma manera, serpientes como la de cascabel (género Crotalus), la Bothrops jararaca -una especie venenosa de la subfamilia Crotalinae endémica de Brasil-, el surucucu (Lachesis muta) o la conocida cobra coral son algunas de las más venenosas y habituales en Brasil, uno de los destinos turísticos más demandados, donde se registran cerca de 20.000 accidentes con ofidios cada año.
El veneno que inoculan con una mordedura puede ser de dos tipos: proteolítico, que actúa en las proteínas de las células que las destruye de forma inmediata, y neurotóxico, que actúa sobre los neuroreceptores y produce fallo pulmonar y cardiaco. Repartidos por el mundo hay una gran cantidad de laboratorios que elaboran sueros antiviperinos para la gran mayoría de las serpientes venenosas; se especializan en sueros concretos para las serpientes más comunes del lugar. El veneno de la serpiente puede provocar, en la zona de la mordedura, inflamación, lesión muscular y nerviosa, sangrado, muerte del tejido (necrosis) y, de forma generalizada, problemas hematológicos (sangrado gingival, epistaxis, vómito sanguinolento e, incluso, hemorragia uterina, entre otros) por destrucción de las células sanguíneas, daño neurológico que puede acabar en parálisis, coma y muerte.
Es importante llevar a la persona afectada al centro sanitario más próximo y tener en cuenta una serie de recomendaciones:
- No dejar que la persona haga esfuerzos.
- Abstenerse de darle bebidas o alimentos.
- No levantar el lugar de la mordida por encima del nivel del corazón.
- No aplicar torniquetes.
- No manipular el área de la mordedura ni cortar con un cuchillo.
- No aplicar compresas frías en el lugar de la mordedura.
- No administrar estimulantes ni analgésicos sin indicación médica.
- No tratar de succionar el veneno con la boca.