Únicamente 13 de los 1.223 fármacos desarrollados desde 1975 se destinan a enfermedades de las llamadas ‘olvidadas’. ¿Por qué? ¿Es sólo cuestión de invertir más dinero en investigar sobre ellas, o hay más factores en juego? Varios artículos abordan el problema esta semana en la revista Nature y una de las conclusiones expuestas es que falla el proceso de traslación de los resultados de la investigación académica a fármacos concretos. También, basándose en encuestas a expertos de varias áreas, se propone un modelo para estimar el éxito de las biotecnologías aplicadas a la salud en el Tercer Mundo.
En lo que respecta al desarrollo de fármacos contra enfermedades del Tercer Mundo no todo son malas noticias. Nunca antes se han destinado tantos recursos al problema. En los últimos años, gracias a donaciones y a asociaciones entre organismos públicos y privados, han surgido varias iniciativas gestionadas como si fueran privadas pero sin ánimo de lucro. La sociedad británica con fines caritativos Wellcome Trust financia un programa de cinco años de duración y 182 millones de dólares para promover el desarrollo de fármacos contra estas enfermedades, empleando las mismas técnicas avanzadas de la industria farmacéutica. Y desde 2005, diversos proyectos de investigación biomédica orientada al Tercer Mundo han recibido 450 millones de dólares de la Fundación Bill y Melinda Gates.
Investigación sin rentabilidad
Al calor de donaciones como éstas ha surgido por ejemplo la ‘Malaria Vaccine Initiative’, que financia nueve proyectos de vacuna contra la malaria, entre ellas el dirigido por el investigador español Pedro Alonso y que se desarrolla en Mozambique con la participación de la compañía farmacéutica Glaxo-Smithkline Beecham. También son una muestra la Medicines for Malaria Venture, en Ginebra; la alianza para el desarrollo de fármacos contra la tuberculosis (Global Alliance for TB Drug Development); o la Drugs for Neglected Diseases Initiative, también en Ginebra, dedicada a los fármacos contra las ‘olvidadas entre las olvidadas’, como son la enfermedad del sueño (tripanosomiasis africana), la enfermedad de Chagas o la leishmaniasis.
Pero los analistas en Nature creen que se podría conseguir mucho más en este terreno si se revisaran algunos de los modos de actuación tradicionales en la investigación en universidades y centros públicos. En la respuesta a por qué no hay más fármacos contra enfermedades olvidadas, uno de los elementos clave -y obvios- es que estos medicamentos no son rentables y por tanto no son el objetivo de las compañías farmacéuticas.
La clave en la falta de medicamentos es que no son rentables y, por tanto, no son el objetivo de las compañías farmacéuticas
La investigación en estas enfermedades, por tanto, queda en manos de las instituciones públicas, y aquí aparece otro problema: la investigación pública está orientada a la publicación científica de un resultado, no al desarrollo de un fármaco. La investigación sin fondos privados consigue en el mejor de los casos dar pistas sobre por dónde puede ir un futuro proyecto farmacológico, pero no más allá. Conclusión: «hay un ‘bache traslacional’ en el que resultados prometedores de la investigación se quedan en el estante, y no se desarrollan los potenciales fármacos y vacunas», escribe Declan Butler en Nature.
Abordar el problema
Una vía es reconsiderar qué se entiende por un resultado de investigación exitoso. Butler cita a Mel Spigelman, director de investigación de la alianza para el desarrollo de fármacos contra la tuberculosis, quien resalta que en la cultura actual no se premia el esfuerzo por parte de los investigadores para acercar sus resultados a la clínica, porque es un trabajo que no genera publicaciones en revistas científicas de prestigio. Además, según Spigelman, la naturaleza competitiva de la investigación académica y del sistema de recompensa basado en las publicaciones puede conducir también a una innecesaria duplicación de esfuerzos, y dificulta el intercambio de información científica.
El experto en leishmaniasis Luis Rivas, del Centro de Investigaciones Biológicas (CIB) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), coincide en general con el diagnóstico. Los centros públicos de investigación deberían dedicar más esfuerzo a facilitar la transferencia del conocimiento generado en los laboratorios.
Otra cuestión que la investigación en universidades y centros públicos debería revisar, apuntan los expertos consultados por Nature, es la política de patentes. «Durante las pasadas dos décadas las instituciones académicas se han esforzado sobre todo en crear riqueza. Las universidades patentarán todo lo que puedan, con la esperanza de obtener más recursos. Pero estas patentes hacen que los grupos que tratan de desarrollar nuevos fármacos y vacunas para enfermedades olvidadas simplemente no puedan permitirse llevar a cabo la investigación necesaria». En varias universidades, como la Universidad de California (Berkeley, EEUU), ya se ha producido un cambio de política relativa a patentes sobre hallazgos con implicaciones en fines humanitarios.
A pesar del problema que supone el sida en África, los ensayos del fármaco anti-VIH tenofovir en Camboya, Camerún y Nigeria han sido interrumpidos recientemente tras alegaciones de falta de información a las comunidades afectadas. También es reciente el rechazo del gobierno de Zambia a alimentos donados por EEUU por ser o contener transgénicos. En opinión de Peter Singer, del Programa de Ciencias de la Vida, Ética y Política del Centro McLaughlin-Rotman para la Salud Global en Toronto, estos hechos muestran que abordar el problema de las enfermedades olvidadas no consiste sólo en dar con un fármaco efectivo.
El equipo de Singer ha llevado a cabo un estudio basado en 70 entrevistas a expertos del mundo académico e industrial en el Tercer Mundo y a miembros de colectivos sociales, para tratar de dar con los factores más importantes en juego. Además, con esos datos en la mano han desarrollado un modelo con el que estimar qué grado de éxito podría tener la implantación de biotecnologías en el ámbito sanitario. Han concluido que los factores importantes pueden resumirse en cuatro: científicos, sociales -incluyendo éticos y culturales-, financieros y políticos. Para los encuestados resultaba crucial, por ejemplo, la colaboración entre científicos de países más y menos favorecidos, pero evitando que los programas de formación o cooperación robaran cerebros a países ya depauperados.
También destacaron la importancia de implicar a los agentes sociales, de informar y de tener en cuenta el contexto sociocultural. En el ámbito económico, resulta clave pensar en medios de producción a un coste asequible. El colofón del trabajo ha sido «un modelo que puede ser usado para estimar el éxito potencial de una determinada biotecnología relacionada con el ámbito de la salud […]. Además de con cuestiones obvias relacionadas con la ciencia y la financiación, nuestro modelo resalta que deben ser tenidos en cuenta muchos otros aspectos -éticos, sociales, culturales y políticos- cuando se trata de mejorar la salud en el mundo en desarrollo», escriben los autores.