El tratamiento de la leucemia mieloide crónica ha experimentado un giro de 180 grados en los últimos años, gracias al desarrollo de píldoras que permiten frenar este cáncer de la sangre de manera más cómoda y que han aumentado de forma notable la esperanza de vida de las personas que lo padecen. El 85% de los pacientes tratados con una de estas cápsulas, imatinib, siguen vivos después de ocho años, el máximo seguimiento que se ha realizado con una de estas pastillas. No obstante, en la actualidad, se han desarrollado otras de segunda generación que parecen tener incluso mejores resultados.
La leucemia mieloide crónica (LMC), que supone el 15% de todos los casos de leucemias, se puede tratar con comprimidos que se administran una o dos veces al día, según su posología, y con resultados de supervivencia muy buenos. Esta opción terapéutica actual nada tiene que ver con la del pasado. Antes, el tratamiento se basaba en una quimioterapia suave de hidroxiurea o en la administración de interferón subcutáneo, con numerosos efectos secundarios y que solo alargaba un poco la supervivencia de los pacientes.
«No se evitaba que esta enfermedad crónica se transformara en aguda y que el paciente muriera. Lo único que podía impedirlo era el trasplante de médula ósea, que se aplicaba en pacientes jóvenes y que tenía una tasa de mortalidad respetable», recuerda Francisco Cervantes, médico consultor sénior del Servicio de Hematología del Hospital Clínic, de Barcelona, y presidente del comité científico de la LIII Reunión Nacional de la Sociedad Española de Hematología y Hemoterapia (SEHH) y del XXVIII Congreso Nacional de la Sociedad Española de Trombosis y Hemostasia (SETH), que se han celebrado recientemente.
Imatinib, la primera pastilla contra la leucemia
Con el tratamiento en comprimidos, los pacientes con leucemia pueden llevar una vida normal, aunque con algún efecto secundario
El contexto actual de la terapia de la leucemia, una enfermedad temida, ha cambiado de forma importante. La aprobación en España de imatinib (Glivec ®), el primero de los fármacos orales desarrollados, «supuso una auténtica revolución», a juicio de Cervantes. En la actualidad, se dispone de un seguimiento con este fármaco de once años en primera línea (es decir, como primer tratamiento que se administra a los pacientes con LMC) y de trece años como terapia de segunda línea.
«A pesar de que este medicamento no cura la enfermedad, tiene un efecto muy intenso, que reduce mucho el número de células leucémicas en la mayoría de pacientes, de forma que tenemos que utilizar métodos muy sofisticados para detectarlas. A estos pacientes les queda una enfermedad mínima residual y tienen que seguir con los comprimidos, porque si los dejan, la leucemia rebrota. Si los toman pueden hacer vida normal y, después de los años que llevamos de seguimiento, podemos decir que muy pocos han fallecido por causa de la enfermedad. El fármaco tiene un efecto mantenido a lo largo del tiempo», explica Cervantes.
No obstante, una tercera parte de los pacientes que reciben imatinib padecen ciertos efectos secundarios, como retención de líquidos (edema alrededor de los párpados y ojos hinchados), calambres musculares, diarreas y la posibilidad de que alguna persona sea alérgica a él, aunque rara vez sufren una afectación de sus órganos. Por ello, se han desarrollado otras sustancias, nilotinib y dasatinib, de la misma familia (inhibidores de la tirosincinasa) pero de segunda generación, con menos efectos indeseables y que también parecen obtener mejores resultados de supervivencia.
Medicamentos de segunda generación
Los nuevos fármacos para la leucemia, nilotinib y dasatinib, están por ahora en segunda línea, es decir, se administran como segunda opción terapéutica, cuando ha fallado imatinib. Gracias a ellos, se puede rescatar a la mitad de los pacientes que no responden al primer medicamento o que no lo pueden tomar más por sus efectos secundarios, según informa Cervantes.
La principal ventaja de estas pastillas de segunda generación es que tienen menos efectos secundarios y que son diferentes entre ellos, algo que permite escoger el medicamento mejor tolerado por cada paciente. En cuanto a la superioridad de dasatinib y nilotinib, por ahora, es discreta y la comunidad médica analiza, con otros estudios, si serían convenientes como primera opción.
¿Cuál es en realidad el éxito de estos medicamentos orales para la leucemia mieloide crónica? Sin duda, el desiderátum de todos los pacientes con algún tumor, ya sea sólidos o de la sangre, es tener una mayor supervivencia. Hasta la aprobación de los nuevos comprimidos, al cabo de cinco años habían fallecido la mitad de los pacientes, que se sustituían por otros pacientes diagnosticados, por lo que la proporción de casos de LMC en la población se mantenía constante. Ahora, en cambio, el éxito de los nuevos fármacos hará que aumente la prevalencia (proporción de casos que hay en una población determinada) porque los pacientes sobreviven más tiempo, explica el especialista Francisco Cervantes.
Según datos aportados por este especialista, relativos al máximo seguimiento disponible hasta ahora con este medicamento, el 85% de los pacientes tratados con imatinib están vivos a los ocho años y muy pocos fallecen debido a la patología en sí, ya que solo entre un 7% y un 8% de los casos de leucemia mieloide crónica se transforman en aguda y provocan la muerte de los afectados; el 93% mueren por otras causas, como otro cáncer, un infarto o un accidente.
Estos resultados exitosos no son todavía hoy extrapolables a otros tipos de leucemias. “Estas sustancias bloquean un marcador molecular muy específico de la LMC, que tienen más del 95% de los pacientes. En otras no hemos hallado un aspecto tan característico, salvo en la forma aguda promielocítica. Ojalá encontremos otros para el resto de ellas”, expresa Cervantes.