A veces el placer sexual puede convertirse en dolor. Las relaciones íntimas no siempre son deseadas por todos e, incluso, pueden resultar muy angustiosas para algunas personas. Es el caso de la aversión al sexo y a cualquier acto que tenga ver con él, desde la masturbación a la penetración. Este trastorno puede darse tanto en el hombre como en la mujer, que lo padecen desde siempre como consecuencia de un pensamiento irracional o a partir de un determinado momento de su vida en el que son sometidos a una situación de mayor estrés o tienen una mala experiencia íntima. El resultado de esta fobia al sexo conlleva que la persona afectada decida permanecer virgen para siempre, en lugar de intentar superarlo, o que una pareja no llegue a consumar su unión. Como media, una persona tarda tres años en reconocer lo que le ocurre y acudir a un especialista.
Reconocer el miedo
La aversión al sexo no entiende de edad. Puede afectar tanto a adolescentes como a adultos, a los que les avergüenza reconocer su problema, basado en una resistencia feroz a mantener relaciones sexuales. En este caso, el miedo puede estar relacionado tanto con la penetración como con el más mínimo contacto genital, puesto que hay diferentes grados y diferentes causas. Según los doctores Mariano Rosselló y Rosana Rodríguez, del Centro de Urología, Andrología y Sexología de Madrid y Palma de Mallorca, respectivamente, «las causas psicológicas son las más frecuentes, aunque en el caso de las mujeres perimenopáusicas, que se encuentran en la etapa previa a la menopausia o la tienen hace poco, las causas hormonales son muy comunes debido a niveles bajos de estrógenos, que les puede causar sequedad vaginal y dolor en el coito, o niveles bajos de andrógenos, que provoca falta de deseo sexual. En el caso de los hombres, la aversión al sexo suele estar relacionada también con problemas de hipogonadismo, es decir, con el déficit hormonal de testosterona».
El origen de este trastorno puede ser primario o secundario, lo que significa que quien lo padece ha tenido desde siempre aversión al sexo o que éste ha surgido en un momento determinado por algún problema personal o de pareja, una situación de estrés o abuso sexual, o un problema hormonal. Para el psicólogo-sexólogo Xud Zubieta, del Instituto Espill de Valencia, «aunque la causa pueda deberse a traumas concretos, lo más común es que responda a pensamientos irracionales, que suelen carecer de lógica científica o tener una lógica subjetiva. Se trata de pensamientos que la persona desarrolla o adopta en un momento determinado de su vida y que pueden suponer que alguien, por ejemplo, asocie la noche con algo malo, con lo que no necesariamente todo el mundo lo asocia». «Además, al tratarse de una fobia, su origen puede estar relacionado con cualquier aspecto que forma parte de las relaciones sexuales, cualquier punto concreto del proceso de la relación sexual, desde la aversión a aspectos visuales, olfativos o de texturas, casi siempre relacionados con pensamientos o ideas irracionales», añade el experto.
El rasgo esencial es un temor desmedido e irracional a las experiencias sexuales y un deseo desmedido a evitarlas
Son precisamente estos pensamientos los que determinan los síntomas de la aversión, que pueden provocar en el paciente depresión, ansiedad o crisis de pánico en el momento de enfrentarse a una situación relacionada con el sexo u otra que también le asuste. En este sentido, la persona afectada puede experimentar los mismos síntomas en relación con la limpieza corporal y sentir obsesión por lavarse las manos multitud de veces al día, cada vez que cree que toca algo sucio, o ducharse siempre antes de practicar sexo. «Los síntomas principales de la aversión al sexo son variables, pero los más frecuentes son la ansiedad a la hora de realizar el acto sexual, el miedo al embarazo, la contractura vaginal, experiencias sexuales muy traumáticas o frustrantes y ‘conductas de evitación’ a la situación de contacto sexual, lo que hace que la calidad de vida de este paciente y su pareja se deteriore o que, en el caso de que la persona no tenga pareja, dificulta mucho que la encuentre», reconocen Rosselló y Rodríguez.
En definitiva, el rasgo esencial de la aversión al sexo es un temor desmedido e irracional a las experiencias sexuales y, en consecuencia, un deseo compulsivo de evitarlas. El miedo abarca desde el hecho de ser vistos desnudos hasta el rechazo al contacto con el semen, la masturbación, el sexo oral y la penetración. Lo que para unas personas es sinónimo de placer, para otras supone una verdadera angustia que se esconde detrás de frases como ‘no le doy importancia al sexo’ o ‘mi pareja y yo nos queremos como dos hermanos’. Afecta por igual a hombres o mujeres, aunque parecen ser ellas quienes lo reconocen con mayor frecuencia, tal y como aseguran los expertos consultados. «Claramente, las mujeres tienen menos vergüenza a reconocer su problema, sobre todo las mujeres posmenopáusicas. Esto coincide con el hecho de que los hombres, aunque padecen también este problema, no tienen tanta aversión al sexo, sino que su rechazo a las relaciones sexuales está más relacionado con problemas de identidad sexual o disfunciones. En los hombres la aversión es más puntual», explica Rosana Rodríguez.
Consecuencias
El comportamiento habitual en una persona que padece aversión al sexo es evitar cualquier contacto sexual, mientras que el resto de su vida cotidiana lo vive con normalidad porque, apunta Zubieta, «para muchos pacientes incluso el rechazo al sexo es normal, porque lo han sentido desde siempre». En sus relaciones de pareja, se inventan excusas o supuestos dolores para no mantener relaciones y son capaces de acostarse en la cama sólo una vez que han comprobado que el otro ya está dormido. Se trata de retrasar una situación que, en realidad, esperan que no se produzca nunca, para lo que provocan discusiones en el momento previo de irse a acostar o descuidan su higiene personal buscando ser rechazadas por su pareja. Xud Zubieta explica que estas reacciones pueden evolucionar y causar en mujeres y hombres determinados comportamientos. En mujeres, un miedo desmedido al coito, que provoca que la vagina se contraiga y la penetración sea prácticamente imposible. En hombres, fobia a la penetración, a tener o mantener el pene dentro de la vagina, lo que provoca en la mayoría de los pacientes disfunción eréctil.
Son personas que suelen evitar las parejas y las relaciones largas o que, cuando las tienen, no logran una compenetración sexual
«Algunas personas han sido educadas en un condicionamiento o ambiente de rechazo al sexo no reproductivo y extramarital. En términos generales, se les ha hecho sentirse culpables en torno a su sexualidad y distanciarse de lo que sería una buena salud sexual», explica Zubieta, quien asegura que la mayoría de estas personas «optan por permanecer vírgenes durante toda su vida». Incluso en los casos en los que llegan a casarse, es posible que el matrimonio no se consuma porque por parte de los dos miembros de la pareja se muestra repulsión al sexo y sólo se deciden a acudir a un especialista cuando se plantean el deseo de tener un hijo y necesitan el coito para procrear. «Esto no es algo extraordinario ni lo más común», matiza Zubieta, «pero hay que tener en cuenta que la mayoría de las parejas con problemas no acuden a una consulta, por lo que desconocemos su problema, y, entre quienes sí acuden, ésta es una de las razones más habituales».
La aversión al sexo hace que quien la padece esté en un permanente estado de alerta y traduzca cada posibilidad sexual en un peligro. Por ello, se trata de personas que suelen evitar las parejas y las relaciones largas o que, cuando las tienen, no logran una compenetración sexual, hecho que les desanima. «Puede darse el caso de que cuando la mujer quiere mantener relaciones, el hombre no consiga la erección, o que cuando quiera el hombre, la mujer no consiga relajarse y los músculos de la vagina se contraigan e impidan la penetración. Existe un miedo importante a hacer o sufrir daño en los genitales», explica Zubieta, quien tampoco descarta que el rechazo al sexo pueda deberse al hecho de que uno de los dos miembros de la pareja sea homosexual y no lo haya reconocido, «aunque no suele ser lo habitual. Tampoco puede decirse que una persona sea feliz con su condición, es decir, sin practicar sexo, aunque su pareja lo acepte. Cada persona es un mundo y lo vive de una manera, pero siempre que hay un problema, hay una preocupación en mayor o menor grado», aclara.
Superar el problema
El primer paso para superar un problema es reconocer que se tiene. Sin embargo, según afirma Zubieta, «hay mucha gente que no acude nunca a una consulta y que opta directamente por no tener pareja o que, cuando ya vive con otra persona, tarda hasta tres años en visitar a un médico». «No es necesario que los dos miembros de la relación padezcan una disfunción, a veces, sólo uno presenta el problema. Y esto es lo más curioso, porque hay personas que pueden tardar diez o veinte años en acudir a una consulta, la mayoría de las veces porque al desarrollar este tipo de fobia o disfunción tienen un condicionamiento, una forma de pensar, que les da vergüenza admitir. Temen reconocer esa sensación de incomodidad con su sexualidad», añade.
En este sentido, el doctor Mariano Rosselló distingue un tratamiento para cada causa, que puede estar basado en psicoterapia o en una prescripción farmacológica, psicosedante, o de hormonas en parches, geles, pastillas o inyecciones. A las mujeres posmenopáusicas se les administra dosis de andrógenos en gel, que se extiende en la piel de la pantorrilla para que sea absorbido al torrente sanguíneo y le ayude a tener un mayor deseo sexual. En cuanto a las pastillas, inyecciones y parches de hormonas, se utilizan más en hombres, mientras que siempre que se puede se evita recetar antidepresivos o ansiolíticos porque producen el aumento de la hormona del estrés, que contribuye a que haya más aversión al sexo.
En cuanto a la duración del tratamiento, ésta depende de la causa de la aversión sexual, así como del diagnóstico y de la respuesta a los tratamientos. Cuando el grado de aversión no es muy alto, el paciente supera su problema en apenas unos meses, siempre y cuando sea constante y siga las recomendaciones del médico. «De lo contrario, puede darse cierto índice de deserción porque el afectado no experimenta ningún avance o teme que puedan pasar varios años hasta que consiga no sentir temor al sexo», matizan desde la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología.
El objetivo del tratamiento es descubrir si el miedo al sexo tiene un origen fisiológico o psicológico
La terapia con el psicólogo comienza a menudo con una entrevista en la que se elabora una historia sexual del paciente y se intentan detectar las ideas o pensamientos irracionales que provocan la fobia, una aversión que, para Zubieta «experimentan como al total del sexo, pero que en realidad es sólo a un punto o varios puntos concretos de la relación sexual». Existen varios grados y, mientras que algunos son más llevaderos y el paciente logra adaptar su fobia a su situación, otros grados son más intensos, más complejos, y están entretejidos con otros problemas. «Dependiendo del grado hay pacientes muy difíciles y otros que realmente son admirables porque están muy abiertos a la terapia, siguen las instrucciones, hacen los deberes que se les piden y que consisten en pequeños ejercicios para ir superando el problema hasta que, en cuestión de meses, logran resolverlo, frente a otros que pueden estar en terapia años, perder motivación y acabar desertando», asegura Zubieta. «Cuando una persona abandona el tratamiento la razón más común suele ser una falta de confianza en que puede curarse o a que las ideas que le llevan a padecer la aversión al sexo están muy arraigadas y superan el deseo de curarse», añade.
El objetivo del tratamiento es descubrir si el miedo al sexo tiene un origen fisiológico o psicológico. En el primer caso, cuando se produce una disfunción sexual, hay eyaculación precoz o se detecta que la medida del pene en erección es menor de 7,1 centímetros (micropene), hay que averiguar por qué se produce este trastorno, ya sea por causas hormonales, endocrinológicas, o de la presión sanguínea, entre otras. El siguiente paso es derivar al paciente al especialista que pueda ayudarle a resolver ese problema. Cuando se trata de un problema psicológico, el tratamiento pasa por cambiar el pensamiento de quien siente esa aversión irracional, no fundada en un problema físico, y hacerle ver que el dolor, por ejemplo, no se produce porque existe una herida, sino porque los nervios bloquean el cuerpo. Hay que darle la confianza que necesita y hacerle ver que sus miedos no tienen un fundamento lógico. «Hay personas que tienen un grado de ansiedad tan grande que sienten la necesidad de recurrir a los fármacos, pero sólo para disminuir la ansiedad, ya que la mejor manera de curar una fobia es con terapia. Cada especialista puede emplear un tratamiento u otro, pero los medicamentos suelen actuar, en muchos casos, como un placebo que les puede ayudar a sentir una cierta confianza en que pueden resolver el problema, pueden ayudar al paciente a llegar a un estado en el que se puede trabajar en terapia», explica Zubieta, para quien el ‘punto fuerte’ del tratamiento debe ser la reconducción y reestructuración de los pensamientos irracionales, hasta que el paciente los transforme en ideas racionales.
Se trata de aplicar una terapia de reestructuración cognitiva conductual, que conlleva un tratamiento breve y enfocado a superar el trauma concreto. No obstante, también se puede recurrir a otras terapias, como el psicoanálisis, aunque éstas requieren más tiempo y un tratamiento más largo, que puede extenderse durante años, lo que provoca que el paciente abandone con más frecuencia la terapia al perder motivación. «Según el caso, se recomienda psicoterapia, con o sin medicamentos, mientras que si se trata de un problema hormonal, por ejemplo, lo general es que se prescriba un tratamiento sólo con medicamentos. No obstante, es necesario estudiar cada caso concreto y no dar por sentado un tratamiento u otro, porque lo que a priori puede parecer un problema psicológico, puede tener un trasfondo fisiológico que requiera incluso intervención quirúrgica», afirma la doctora Rodríguez.