El diseño de nuevas formas cristalinas de insulina, que permiten un mejor control de glucosa en sangre, es detallado por un equipo de investigadores de Eli Lilly . Se trata de una versión menos soluble de insulina «C8-HI» que, al igual que las comercializadas, también se mezcla con cinc y protamina. El investigador Mark Brader explica que, al modificar el ratio de la insulina humana soluble y otras versiones menos solubles, se consiguió un cristal estable que libera la hormona a un ritmo mucho más lento que la NPH. En los experimentos de laboratorio realizados con perros a los que se les había inducido la enfermedad, los investigadores han constatado que una única inyección de estos cristales consiguió un control sostenido de los niveles de glucosa durante veinticuatro horas, sin las fluctuaciones habituales. Las nuevas tecnologías para la administración de fármacos, como es el caso de los hidrogeles, liposomas y microesferas, se utilizan con el fin de proporcionar una matriz controlada -señalan estos científicos-, pero en ocasiones las fórmulas se traducen en el efecto contrario, es decir, disminuir la eficacia de la proteína terapéutica.
En las conclusiones de este trabajo, el doctor Brader destaca que la composición de esta nueva estructura cristalina de insulina es útil para eliminar estos problemas, convirtiéndose en una alternativa más eficaz a las insulinas que se comercializan actualmente.
El próximo otoño se cumplirán ochenta y dos años de la hipótesis expuesta por el cirujano Frederick Banting para analizar la secreción endocrina del páncreas mediante la ligadura del conducto pancreático exocrino. En principio fue rechazada por la Universidad Western Ontario, en Canadá, pero sí fue acogida con entusiasmo por el profesor Mac Leod, de la Universidad de Toronto. Charles Best, entonces estudiante en ese campus, ayudó en sus investigaciones a Banting y, finalmente, publicaron sus trabajos con la perra «Marjorie». Luego, el inicio de los primeros ensayos clínicos con humanos y, en 1923, el Instituto Karolinska de Estocolmo concedía a Banting y Best el premio Nobel de Medicina.
Un año antes, en mayo de 1922, el científico español Rosendo Carrasco, que trabajaba en el Instituto de Fisiología de la Mancomunidad de Cataluña, se trasladó a Boston para trabajar con Elliott Joslin. Allí solicitó del profesor Mac Leod el protocolo para aislar isletina del páncreas. Cuatro meses después Carrasco inició la preparación de extractos pancreáticos que contuvieran insulina y un año más tarde se administra la primera dosis de la hormona a un niño de Barcelona. Este paciente diabético tenía siete años y sobrevivía gracias a una dieta exenta de hidratos de carbono. Según detalló Rosendo Carrasco, «pesaba 21 kilos y presentaba un mal estado general. Le inyectamos veintidós unidades diarias de insulina y, cada mes, su ganancia ponderal media fue de 409 g a partir del inicio del tratamiento. A los siete meses, se había recuperado».
Los primeros extractos de insulina utilizados en la terapia de la diabetes mellitus procedían del páncreas bovino. En 1926, en la Universidad Johns Hopkins se consiguió la primera insulina regular. Sin embargo, las múltiples impurezas que contenía hacían imprescindible un pH bajo con el fin de disolver las proteínas extrañas. Tenían que transcurrir cerca de cuarenta años hasta que los investigadores consiguieran que la pureza de esta hormona fuera lo suficientemente elevada para permitir la fabricación de una solución neutra de insulina rápida