La terapia farmacológica contra el cáncer está registrando grandes avances. La última novedad en este campo son unas nanopartículas que portan fármacos antitumorales y que pueden ser dirigidas a voluntad del médico a través del torrente circulatorio.
Los responsables de este hallazgo han sido científicos del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), dirigidos por la doctora Sangeeta Bhatia. Estos expertos explican en la revista «Advanded Materials» que las nanopartículas se dirigen por «control remoto» hacia el tejido tumoral para liberar, una vez allí y en el momento elegido por los médicos, los fármacos que portan, de forma que actúan en el lugar preciso y en la dosis elegida, minimizando los efectos adversos para el resto del organismo.
Anteriormente, el equipo de la doctora Bathia había desarrollado nanopartículas con propiedades magnéticas que, una vez inyectadas en el caudal circulatorio, podían ser dirigidas a voluntad hasta concentrarse en torno a las células tumorales. Estas nanopartículas, cargadas con iones de hierro, facilitaban la visualización del tumor con imágenes de resonancia magnética.
Ahora, los científicos estadounidenses han ido un poco más allá y han logrado que estas mismas nanopartículas lleven incorporados fármacos antitumorales -en forma de moléculas activas- por medio de dos «hebras» de ADN unidas por enlaces de hidrógeno. Una vez que se han concentrado en el tejido tumoral, las nanopartículas son expuestas a un campo magnético de baja frecuencia generado en el exterior del cuerpo, de entre 350 y 400 kilohercios. Estas ondas atraviesan los tejidos sin causar daño, y el calor generado en las nanopartículas provoca la rotura por fusión del enlace de hidrógeno que mantenía unidas las dos «hebras» de ADN, de manera que una de ellas queda adherida a la nanopartícula, mientras que la otra es liberada junto con las moléculas que actúan como fármacos.
Este hallazgo todavía está lejos de ser utilizado en humanos, pero en roedores ya ha sido probada su eficacia. El equipo del MIT implantó en un ratón de laboratorio un gen con las propiedades de un tumor. Luego hizo llegar hasta él un torrente de nanopartículas cargadas con fármacos anticancerígenos y aplicó, mediante una bobina eléctrica, impulsos magnéticos sobre la zona de actuación. Las medicinas quedaron liberadas y actuaron eficazmente sobre el tejido tumoral.