La Navidad despierta emociones encontradas: a muchas personas les encanta y otras prefieren que pase cuanto antes. Las circunstancias personales pesan con frecuencia en esa vivencia, pero también influyen otros factores, como la personalidad, las expectativas que cada uno se crea o las experiencias vividas en las celebraciones familiares. Luis Gutiérrez Rojas, psiquiatra del Hospital Clínico San Cecilio de Granada y profesor de Psiquiatría de la Universidad de Granada, aporta en esta entrevista algunas pautas para que las Navidades no nos dejen secuelas. Igual que podemos controlar nuestra salud física vigilando lo que comemos, también podemos cuidar nuestra salud psíquica en estas fechas señaladas.
¿Tenemos idealizada la Navidad?
Depende de la personalidad y de los valores o el concepto que cada persona tenga de la Navidad. Sí es una época con un aire nostálgico y en la que hay cierta obligación de ser feliz. En ese sentido, las expectativas son muy altas y eso hace que muchas personas se depriman, fundamentalmente porque es un periodo en que se echa de menos a los que no están. Además, el frío, la falta de luz y tener que estar metido en casa también le produce tristeza a algunas personas.
¿La clave está en dónde se pone el foco?
Lo importante es cómo afronte uno la Navidad, qué es para cada cual. Para muchas personas se ha convertido en una fiesta un tanto consumista, donde parece que uno tiene que gastar por gastar y todo gira en torno a las comidas, los regalos y salir a la calle. Para otras, en cambio, es un periodo de cercanía, de solidaridad. Para muchas también es una fiesta religiosa y tiene esa parte trascendente en la que el Niño Jesús nos recuerda que somos débiles y de alguna forma tenemos que enfrentarnos a esa dificultad.
Estos días se dan pautas para evitar llegar con tres o cuatro kilos de más al 7 de enero. ¿Qué recomienda para conservar o mejorar la salud emocional?
Hay que intentar que la Navidad no sea una época estresante. Muchas personas acaban completamente agotadas o deseando que pasen estos días porque les supone un gran esfuerzo, tienen que organizar un montón de cenas, pensar en regalos, etc. Que se junten las familias para mucha gente es una fuente de estrés. Por tanto, una primera pauta para conservar la salud emocional sería: la Navidad no es estresante. Si para uno lo es, tiene que aprender a decir ‘no’ y a repartir responsabilidades. Hay familias en las que la madre, generalmente, se encarga de todo y al final acaba agotada.
Controlado el estrés, ¿qué más podemos hacer más?
En segundo lugar, hay que ver las expectativas que uno alberga. Cada persona tiene que plantearse qué quiere hacer en Navidad, no todo tiene que girar en torno al consumo materialista. También es una época de descanso, para estar más tiempo unos con otros, en familia, y disfrutar de esa compañía, para salir a la calle, visitar belenes, cantar villancicos y pasarlo bien.
¿Cómo se puede manejar la intensidad emocional que acompaña a la Navidad?
Hay que abogar por un cierto equilibrio sentimental. Esa tercera pauta es fundamental. Las personas equilibradas no suelen tener grandes bajones anímicos, pero tampoco grandes subidones. Hay que tener cuidado con una cierta hipertrofia sentimental en la que vivimos, a la que es muy dada también la Navidad. Es un periodo con tendencia a las grandes emociones y los grandes llantos, algo que las campañas publicitarias explotan hasta la saciedad. Frente a esto, hay que decir que tampoco tiene que ser todo tan intenso porque, cuando lo es, evidentemente luego uno sufre.
¿Una persona que le gusta mucho la Navidad puede aprovechar de alguna manera ese subidón emocional que le proporciona?
Vivimos en una sociedad muy individualista, donde cada uno se plantea si lo pasa bien, si hace lo que le apetece y si los demás hacen lo que les ha pedido que hagan. Eso al final gira también en torno al egocentrismo. A esa persona que tiene un cierto subidón le invitaría a compartirlo con otros. ¿De qué forma? Por ejemplo, echando una mano a aquellos que lo están pasando mal, no solo desde el punto de vista material, sino también sentimental. El que piensa en los demás y se preocupa por el sufrimiento ajeno sufre menos.
¿Aumentan en estas fechas los trastornos psicológicos y psiquiátricos?
Influyen más los cambios de estación. Por supuesto, en otoño se registra un cierto aumento de la incidencia de cuadros depresivos. El hecho de que algunas personas pasen las Navidades en soledad sí provoca un cierto incremento de conductas adictivas, como el consumo de alcohol y drogas. También se produce un repunte de intentos de suicidio.
¿Qué puede hacer una persona que tiende a venirse abajo anímicamente en Navidad?
Hay gente que dice: “Le temo a la Navidad como a una vara verde”. Pero esa situación de miedo que anticipamos con esa frase se puede prevenir. Por ejemplo, si una persona va a estar sola muchos días, puede programar actividades. Hay docenas de cosas que puede hacer, incluso a través de las redes sociales. A veces, las propias expresiones que utilizamos encierran un cierto tono de queja. Hay personas que pasan toda la Navidad sufriendo por el motivo que sea sin haber hecho nada por remediarlo.
En sus charlas y monólogos el humor es muy importante. ¿Puede ser una buena herramienta en Navidad?
Por supuesto, estos días son propensos a la paz, al sosiego, a la risa, a pasarlo bien, a decir cosas agradables. En Navidad nos deseamos suerte, nos decimos que lo mejor está por llegar. Comemos las 12 uvas con el mejor espíritu positivo. Aparte del humor, es importante ese ánimo que nos lleve a dar lo mejor de nosotros mismos el año que viene.
Esa es una de las ideas que pivota en su libro ‘La belleza de vivir’.
Sí, quería reflejar que en los momentos de crisis, de mayor sufrimiento, en los que hay que enfrentarse a mayores dificultades, uno puede descubrir que la vida es bella. Puede parecer una paradoja, pero no lo es. Lo hemos vivido con la catástrofe de la pandemia. Somos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos cuando nos lo ponen difícil, y esa es una lección fundamental en la vida. De hecho, un niño que lo tiene todo regalado suele ser alguien caprichoso e insoportable en el carácter, muy débil y con muy poca capacidad para afrontar el trauma.
¿En qué reside exactamente la belleza de vivir? ¿A qué se refiere?
La belleza de vivir no está en que la vida es maravillosa, sino en que la vida es como es. Tiene cosas muy malas, complejas, traumáticas, que precisamente hacen que la persona que la vive sea capaz de dar lo mejor de sí misma. Se entiende muy bien comparando el amor humano con una rosa. Huele muy bien, sí, y al mismo tiempo pincha. En el amor, si nos quedamos solo en lo que me da el otro, es muy fácil que llegue la frustración porque, por un motivo u otro, lo que se espera es posible que no se cumpla en su totalidad.
En general, también en Navidad, ¿lo pasamos mal por cosas que no merecen la pena?
En la consulta me doy cuenta de que hay personas que sufren mucho por nimiedades. Hay cosas insignificantes que nos quitan la paz sin justificación alguna. Es una constante de nuestro tiempo. Estamos en un mundo donde prima lo superficial. La gente dice que no es falsa porque desde el principio explica que no quiere una relación de compromiso y solo pretende pasar el rato, pero eso nos deja muy vacíos.
¿Nos falta educación emocional?
Tenemos que transmitir que disfrutar no puede ser lo único. Cuando uno lo tiene todo, lo material pierde importancia, deja de ser placentero. Es algo a tener en cuenta en los regalos que les llegan a los niños en Navidad. Vivimos una época de hipertrofia emocional en muchos ámbitos, por ejemplo, en la educación. Si a un hijo solo le das de comer lo que le gusta, no le estás haciendo un favor, al contrario, le estás perjudicando porque va a ser una persona caprichosa toda la vida. Hay que abogar por amar a los hijos con locura y ponérselo difícil, apretarles las tuercas, señalarles el error, decir que se enfrenten a lo que les cuesta. Esa es la clave de la educación.
Las comidas familiares son para muchas personas un momento para ejercitar el músculo de la paciencia, pero con frecuencia bajan la guardia y en la reunión se suscitan discusiones interminables que las convierten en un infierno. Para afrontar esta situación Luis Gutiérrez Rojas aporta una primera idea: “Intentar no dramatizar, las reuniones familiares no son para tanto y dos no se pelean si uno no quiere”. Una buena estrategia suele ser no sacar temas conflictivos como la política o el fútbol. “Introducir elementos de tranquilidad, de buen rollo, de energía positiva es relativamente fácil, y cuando se introduce en una familia, funciona”, explica Gutiérrez Rojas.
¿Qué hacer cuando en la reunión hay una persona especialmente conflictiva empeñada en provocar? La receta del psiquiatra del Hospital Clínico San Cecilio de Granada consiste en echar mano de la diplomacia: “No hay que entrar al trapo a sus provocaciones, es la mejor manera de desarmarle”. Las personas más estables emocionalmente son aquellas que controlan su impulsividad y no pierden la calma. “La solución está mucho más en nosotros de lo que puede parecernos”, apunta Gutiérrez Rojas.