Dos equipos de investigadores estadounidenses han desvelado el complejo mecanismo por el que los priones eliminan las células nerviosas del cerebro. Como consecuencia de este proceso, favorecen la aparición de ciertas enfermedades neurodegenerativas.
Según ha detallado en la revista «Science» Susan Lindquist, del Instituto de Investigación Biomédica Whitehead, en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, y Jiyan Ma, de la Universidad de Ohio, pequeñas cantidades de priones que se acumulan en la parte líquida del citoplasma destruyen a las neuronas en experimentos in vitro y en roedores transgénicos. Los ratones sufrieron un proceso neurodegenerativo y pérdida del control muscular. Estos síntomas son similares a los de pacientes que sufren la enfermedad de Creutfeldt Jakob y otras encefalopatías espongiformes transmisibles, que están causadas por priones patógenos.
Según explica ahora la investigadora estadounidense Susan Lindquist, generalmente, los priones se encuentran en la superficie de la célula pero si uno se pliega de manera defectuosa antes de que llegue a la superficie, los mecanismos de control de calidad de la célula lo envían al citosol para su destrucción. En estos estudios se demuestra que si el sistema de control de calidad no es suficiente para eliminar las proteínas deformadas, pequeñas cantidades de priones destruyen las células nerviosas.
Los trabajos coordinados por Lindquist y Ma han conseguido determinar un mecanismo por el cual un prión normal puede convertirse en una forma altamente tóxica para las neuronas, y cómo la malformación puede contagiarse a otras proteínas.
Susan Lindquist ha utilizado en sus experimentos inhibidores de los proteosomas, que se encuentran aún en fase inicial de experimentación para demostrar que son capaces de aniquiliar a las células cancerosas. En sus conclusiones sugiere que estas drogas podrían incrementar el riesgo de enfermedad por priones en aquellas personas que se expongan a ellas.
Cabe recordar que esta investigadora trabajaba antes en la Universidad de Chicago y en agosto del año 2000 publicó otro trabajo en «Science», en el que explicaba que los priones producen fibras amiloideas para perpetuarse, por medio de un sistema que Lindquist denominó «conversión de conformación nucleada». En aquella ocasión, reconoció que «si no hubiéramos tenido a tres personas en el laboratorio haciendo el mismo experimento y consiguiendo los mismos resultados, no lo hubiera creído».
Un año después, el profesor Stanley Prusiner, que fue recompensado con el Nobel de Medicina en 1997 por descubrir que los priones son causantes de las encefalopatías espongiformes transmisibles, anunciaba que iba a iniciar los ensayos clínicos con humanos de dos fármacos utilizados contra la malaria y la esquizofrenia -quinacrina y chlorpromazina, respectivamente-, ya que los resultados que había obtenido en roedores habían demostrado una alta capacidad para destruir los priones patógenos.
La clave de la acción de estas drogas parece estar en una característica estructural común que comparten en su parte central y, aunque no fueran eficaces en humanos, aportarían datos suficientes como para diseñar nuevas moléculas de estos compuestos tricíclicos.
Los priones están constituidos por partículas proteínicas que carecen de ácido desoxirribonucléico (DNA), por lo que pueden replicarse sin genes. Los investigadores estiman que este agente patógeno es más pequeño que la mayoría de los virus y es altamente resistente al calor, rayos ultravioleta, radiación ionizante y a desinfectantes comunes.