El deterioro de la salud de nuestro planeta es palpable. Casi todas las personas son conscientes de la gravedad de la situación y de cómo el futuro de la Tierra se ha visto comprometido en los últimos años. En general, la sociedad ha ido modificando sus conductas con la adquisición de costumbres ecológicamente más respetuosas. El ahorro energético, el reciclado y reaprovechamiento de todo tipo de productos, un mayor uso del transporte colectivo, la reducción de plásticos o el consumo consciente son algunas de las acciones que buscan el cuidado del medio ambiente.
Para algunas personas, sin embargo, esta contribución individual es insuficiente. Perciben con miedo el declive del ecosistema, hasta el punto de experimentar ansiedad por esta situación irremediable. Este fenómeno es conocido como ecoansiedad.
Las nuevas generaciones son más sensibles a la ecoansiedad. Según un estudio publicado por la revista The Lancet, un 56 % de los adolescentes entrevistados creía que la humanidad estaba condenada. Los participantes señalaban a los gobiernos como los grandes responsables. “No hacen lo suficiente para evitar una catástrofe climática”, opinaba el 65 % de los encuestados.
Qué es la ecoansiedad
La ecoansiedad no es un fenómeno nuevo. La preocupación por el medio ambiente lleva instaurada en las mentes de muchas personas desde hace muchos años. En 2011 dos doctoras en psicología del College of Wooster de Ohio (EE.UU.) publicaron un artículo advirtiendo acerca de cómo el cambio climático tendría un poderoso efecto psicológico en la sociedad. Entonces su tesis no fue muy tenida en cuenta, pero, un tiempo después, podríamos decir que ha sido más que refrendada.
La American Psychology Association (APA) describe la ecoansiedad como “el temor crónico a sufrir un cataclismo ambiental que se produce al observar el impacto aparentemente irrevocable del cambio climático y la preocupación asociada por el futuro de uno mismo y de las próximas generaciones”. Esta interiorización de los problemas ambientales puede tener secuelas psicológicas en algunas personas.
¿Cuáles son sus síntomas? Para Elena Daprá, psicóloga clínica, experta en coaching y vocal de la Sección de Psicología del Trabajo, Organizaciones y Recursos Humanos del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, aquellos que padecen ecoansiedad muestran “una preocupación asociada por el futuro propio y ajeno, por las generaciones venideras. El que esté catalogada como una afección crónica por la APA es muy importante a nivel clínico, porque la percepción de la persona es que no puede hacer nada por cambiar lo que sucede”.
¿Por qué padecemos ecoansiedad?
Casi nadie es ajeno a las consecuencias del cambio climático. Basta con encender la televisión para estar al día de todos los desastres naturales que se están produciendo en todo el planeta por nuestra inapropiada manera de actuar.
Para muchas personas esta sobrexposición informativa puede ser fuente de ansiedad. “La ecoansiedad, como todas las ansiedades, tiene que ver con el miedo. Lo único que cambia es el objeto: en este caso es el pánico a la situación medio ambiental y a dejar un mundo sin futuro para los que vienen”, explica la especialista.
El miedo, según Daprá, hace que veamos las cosas con una visión catastrofista que solo nos lleva a sentir emociones desagradables. “Si me paso todo el día viendo las noticias, al final acabo muy agobiado. A partir del confinamiento han cambiado muchas cosas. La gente cree que está bien, pero no es así. El que más o el que menos ha polarizado sus opiniones. Ahora ya no hay grises, es todo blanco o negro. Esa polarización ha hecho que se produzca una radicalización. En los casos en los que yo estoy a favor de algo, como el medio ambiente, ocurre esto mismo”, reflexiona la experta.
Cómo superar la ecoansiedad
La mejor manera de enfrentarse a la ecoansiedad es actuar individualmente para mejorar (o al menos no empeorar) la salud de planeta. “La forma de trabajar esos pensamientos irracionales es trabajar dentro de la esfera personal, que es donde podemos intervenir, y dejar de lado aquello que no está dentro de nuestro control”, opina Daprá. Poner en práctica la regla de las tres erres (reducir, reciclar y reutilizar) puede ser un buen comienzo. También apuntarse a alguna organización o asociación que actúe preservando el medio ambiente.
“Debemos vivir asumiendo y aceptando determinadas cuestiones, lo que no significa que tengamos que asumir el deterioro del planeta como irrevocable, sino que debemos ser conscientes de lo que podemos y no podemos hacer. Es la manera de vivir mucho mejor. No debemos obsesionarnos por cosas que no están en nuestra mano, ya que lo único que nos genera es sufrimiento”, expone la psicóloga.
Momento de acudir a terapia
Hay tres criterios determinantes para saber si debemos acudir a un especialista: la cantidad, la intensidad y el tiempo. “Si la ecoansiedad va subiendo en intensidad, si es un pensamiento que nos ocupa varios momentos del día y si se alarga en el tiempo, necesitamos ver a un profesional. Luego hay otros signos. Por ejemplo, si cambio mis hábitos diarios o si mis conductas se ven limitadas por la ansiedad que padezco”, apunta Daprá.
Ante cualquier duda, la profesional sugiere solicitar una asesoría psicológica antes de iniciar un tratamiento. “Es la manera de saber si el problema es real, y por tanto es necesaria la psicoterapia, o es un proceso normal, que se va a solucionar siguiendo unas pautas de comportamiento que pueden facilitarse en esa misma asesoría”, concluye.
Dicen experimentar pensamientos angustiosos que afectan a su vida cotidiana, como tristeza, miedo, rabia, impotencia, culpa, vergüenza, desesperación, dolor, pena y depresión.
Entre las conclusiones, el estudio destaca cómo el 56 % de los adolescentes afirma que “la humanidad está condenada”, un 75 % estima que “el futuro es aterrador” y un 45 % considera que la preocupación por el clima “afecta de forma negativa a su vida cotidiana”. Para el 65 % de los encuestados, los culpables de esta situación son los gobiernos: “No hacen lo suficiente para evitar una catástrofe climática”. Mientras, el 61 % considera que “no me protegen a mí, al planeta o a las generaciones futuras”.