Un 40% de los europeos tendrá predisposición a desarrollar alergias para 2040, según la Academia Europea de Alergia e Inmunología Clínica (EAACI), cuyos miembros han pedido en el Parlamento Europeo que las alergias se incluyan en el Programa de Investigación de la Unión Europea (UE) «Horizonte 2020».
Durante la presentación esta semana de los datos actualizados sobre las alergias en Europa, EAACI ha señalado que su objetivo es aumentar la concienciación sobre el problema de alergias que sufren muchos europeos, sobre todo niños. Por ello, apuestan por invertir en investigación e innovación que reduzca el impacto y mejore la calidad de vida de estos pacientes.
La academia está «preocupada porque las propuestas para la investigación futura en la UE en el marco de ‘Horizontes 2020 y la Estrategia de Salud para el Desarrollo no incluyen las alergias», ha afirmado la responsable de EAACI Antonella Muraro. «EAACI pide a los miembros del Parlamento Europeo que incluyan las alergias como un área para investigación futura en la UE durante sus actuales deliberaciones sobre estos programas», ha expresado.
La prevalencia de las alergias aéreas y el asma en Europa se ha multiplicado por cuatro en los últimos 30 años, hasta afectar a entre el 15% y el 40% de la población. Los más jóvenes son quienes más sufren la creciente incidencia de las alergias, con uno de cada tres menores afectados. En los últimos 10 años, las reacciones alérgicas en niños se han multiplicado por siete. Las alergias se han convertido en un agujero de pérdidas económicas. Según la Declaración Europea de Inmunoterapia, publicada por EAACI, el coste farmacéutico del asma es de 3.600 millones de euros anuales y el coste sanitario 4.300 millones de euros al año.
En total, el 15% de la población europea recibe tratamiento a largo plazo por alergias o asma, lo que convierte a estas dos enfermedades en las razones más comunes para recibir fármacos entre el grupo de edad de los jóvenes. El asma y la rinitis hacen perder más de 100 millones de días de trabajo y escuela en Europa. Si no se controla adecuadamente, sus crecientes costes podrían deteriorar la economía de la salud pública.