A muchos padres les gustaría que sus hijos se mostraran siempre felices y contentos. Sin embargo, la realidad demuestra que los menores, como los adultos, sufren a menudo y se angustian. Tanto es así, que estudios recientes apuntan que el 8% de la población infantil española y un 15% de los adolescentes padece depresión. Datos que se repiten en países desarrollados como Estados Unidos o el resto de Europa, y que son preocupantes en zonas de Sudamérica, como Puerto Rico, México o Guatemala.
Deprimirse es algo sofisticado, argumentan los expertos. Los ciudadanos de sociedades desarrolladas tienden a padecer la enfermedad en mayor medida que los habitantes del Tercer Mundo (África, por ejemplo), ya que en el sur del planeta predominan los hábitats rurales, donde hay problemas más acuciantes que el éxito profesional o material, al que se concede la importancia justa. Existen verdaderas necesidades. En cambio, la sociedad de consumo crea unas expectativas que luego no pueden realizarse y genera gran ansiedad.
Influencia del entorno
El entorno familiar y escolar determina la estabilidad emocional del pequeño. Familias cada vez más reducidas, con ambos padres trabajando fuera de casa, y colegios más competitivos y exigentes condicionan la salud mental de los chavales. Cualquier fleco suelto que quede en este contexto, ya de por sí frágil, puede dar al traste con una personalidad aún en formación. «Muchos padres no ven a sus hijos hasta las nueve de la noche. Se les quita tiempo a los niños y se dedica en exceso al trabajo», señala el psicólogo Bernabé Tierno. «Además, en el colegio deben estar a la altura de las exigencias académicas y de los compañeros más aventajados».
Demasiada soledad y una exagerada presión. Los niños se ven engullidos por una situación ajena a su inocencia y a los mayores les cuesta entender que cada etapa tiene sus normas y las de los más pequeños están aún por escribir. Lo dice Victoria del Barrio, profesora titular de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y miembro de la Sociedad Española de Psicología, quien asegura que «los datos son preocupantes, sobre todo porque se trata de un problema emocional que se le presenta al niño en la etapa en que más afecto necesita».
Los padres juegan un papel clave en el crecimiento sentimental del menor. Es imprescindible que los progenitores gocen de buena salud mental y transmitan optimismo a sus hijos. Si están deprimidos, sus vástagos lo sabrán y, muy probablemente, lo sufrirán. Si están contentos, sucederá igual. Los progenitores son insustituibles. «Conviene que los padres no se lleven el trabajo a casa y que no trasladen su agobio a los niños», aconseja Bernabé Tierno, para quien la calidad de la relación entre unos y otros influye en el estado de ánimo de los más débiles.
Pero no se trata únicamente del trabajo. Un aspecto que inquieta a los especialistas es la rápida transformación que se viene produciendo en la última década en el modelo social español. Con una tasa de familias unipersonales y monoparentales próxima al 21% -se calcula que este porcentaje se doblará en dos décadas- y un índice de divorcios del 28%, resulta preciso averiguar si los padres de hoy, acostumbrados a una educación a la antigua usanza, en clanes familiares que seguían cánones tradicionales, están preparados para afrontar los nuevos vacíos que se abren a sus hijos.
Soledad y tristeza
Parece claro que la muerte o alejamiento de una persona querida puede crear una sensación de soledad y tristeza en los niños, que se hace extensible a la separación de los cónyuges o a la pérdida de la persona responsable de su cuidado. «En una ocasión, acudió a la consulta una niña de cinco años -relata la doctora Del Barrio-. Estaba muy deprimida porque, al casarse su cuidadora, ésta abandonó el empleo. La niña la echaba mucho de menos y era incapaz de sobreponerse a su ausencia». Es decir, un hecho que para unos progenitores pudiera resultar nimio, para un pequeño puede ser una experiencia traumática.
Y es que la soledad es el regalo que un niño nunca quiere recibir. La integración laboral de la mujer ha supuesto un avance importante pero, al mismo tiempo, ha dejado a los menores al cuidado de abuelos y canguros, o les ha condenado a insufribles horas de espera en el hogar hasta que los padres entran de nuevo por la puerta. La sociedad actual impone la regla de disfrutar de un elevado nivel de vida, que exige invertir gran parte del tiempo tratando de ganar dinero y de mantener una vida social relevante.
«No se les da tiempo a los niños. Queremos poseer dos o tres casas y mantener ese nivel supone tener unos ingresos altos y trabajar en exceso. El gran problema es la prisa», concluye el psicólogo Bernabé Tierno.