Miedo al rechazo, al abandono, deseo de complacer a los demás y sobre todo a la propia pareja… Estas son algunas de las causas que se encuentran tras el llamado ‘Síndrome de Wendy’. Una compleja conducta que a simple vista no tiene patología alguna y guarda una estrecha relación con el más conocido ‘Síndrome de Peter Pan’, descrito por el psicólogo Dan Kiley en 1983 y que hace referencia a todos aquellos hombres y/o mujeres que no quieren crecer.
¿Quién es Wendy?
Wendy es aquella mujer u hombre que se encuentra detrás de un Peter Pan. Y es que, como relata el psicólogo clínico Ángel Marín Tejero, “tras un Peter Pan siempre tiene que haber una persona, hombre o mujer, dependiendo del caso, que se encargue de hacer todo aquello que no hace él. Peter Pan no existe si no hay una Wendy que le aguante”. Pese a ello, el psicólogo Marín Tejero asegura que no se puede hablar del Síndrome de Wendy como una patología. “Hay trastornos de la personalidad que se podrían asemejar a éste síndrome, pero éste síndrome como tal no es una patología clínica, lo que no quiere decir que con el tiempo no acabe produciendo desajustes y sufrimiento, tanto en la persona que lo sufre como en quienes le rodean”.
El Síndrome de Wendy se puede definir como el conjunto de conductas que realiza una persona por miedo al rechazo, por necesidad de sentirse aceptado y respaldado, y por temor a que nadie le quiera. En definitiva, por una necesidad imperiosa de seguridad. “Cuando el sujeto actúa como padre o madre en su pareja o con la gente más próxima, liberándoles de responsabilidades, podemos hablar de Wendy”, explica la psicóloga Pilar Arocas, quien añade que “estas conductas pueden darse tanto dentro del núcleo familiar, en los roles de padre-madre sobreprotectores, como en las relaciones interpersonales, con aquellas personas muy cercanas”. La madre que despierta todos los días a su hijo para que no llegue tarde a clase, aquella que le hace los deberes, le resume las lecciones o subraya los apuntes, la esposa que asume todas las responsabilidades domésticas? es una Wendy en el núcleo familiar. Lo mismo ocurre en la relación de pareja si es ella o él quien toma todas las decisiones y asume las responsabilidades, actúa como madre o padre y como esposa-esposo o justifica la informalidad de su pareja ante los demás.
Las conductas más significativas que acompañan una persona que padece este síndrome los las siguientes:
- Sentirse imprescindible
- Entender que el amor es sacrificio y resignación
- Evitar a toda costa que alguien se enfade
- Intentar continuamente hacer feliz a la pareja
- Insistir en hacer las cosas por la otra persona
- Pedir perdón por todo aquello que no ha hecho o que no ha sabido hacer
- Necesidad imperiosa de cuidar del prójimo
- Convertirse en un progenitor o progenitora en la pareja
Los psicólogos aquí consultados aclaran que en algún determinado momento de la vida todas las personas pueden actuar de esta forma. Por tanto, “para hablar de un verdadero Síndrome de Wendy habría que tener en cuenta que todas estas acciones se basan en ese miedo al abandono y son constantes en el tiempo”, explica la doctora Arocas.
Origen del trastorno
Actualmente no existen estudios epidemiológicos que arrojen unos datos fiables sobre el porcentaje de la población que puede sufrir este síndrome. No obstante, sí se han establecido las diferentes variables que pueden desencadenar su aparición. “Lo primero que hay que tener en cuenta es que puede afectar tanto a hombres como a mujeres, aunque es cierto que es más frecuente en ellas”, comenta Ángel Marín Tejero.
Afirmación que corrobora la psicóloga Pilar Arocas, quien añade que “esta diferencia entre los sexos puede ser debida, entre otras cosas, a la cultura en la que estamos inmersos. Queramos o no, todavía sigue siendo la figura de la mujer quien tiene más peso en el cuidado de los miembros de la familia y esas ideas que se nos inculcan en el proceso educativo tienen su respuesta en la vida adulta”.
Y es que el Síndrome de Wendy no depende de un sólo factor, sino de un conjunto de variables, entre las que destacan la educación recibida, la personalidad y las circunstancias que rodean a la persona. No obstante, la doctora Arocas reconoce que ninguna de estas variables por separado sería la responsable de su aparición. “Por ejemplo, la educación recibida no determina necesariamente este tipo de conductas. En ocasiones, tener una madre o un padre sobreprotector puede crear en sus hijos o hijas un gran deseo de independencia. Aunque es cierto que también hay ocasiones en las que se perpetúan los patrones de conducta adquiridos y vistos durante la infancia y adolescencia, continuando el ejemplo de los superiores”, subraya.
¿Se trata de un síndrome de la nueva sociedad? “Rotundamente, no. Lo que ocurre es que hace años no se planteaban estos asuntos. Las cosas eran así, y así estaban bien”, asegura el doctor Marín Tejero. “Ahora la mujer sale de casa a trabajar y es consciente de que existen más cosas, además del hogar. Se carga con nuevos roles, sin abandonar los antiguos, se satura de responsabilidades y ni se plantea que podría negociar con su pareja su nueva situación, y al final acaba sintiéndose mal, sin identificar exactamente qué le ocurre. Algunas mujeres, en este punto, piden ayuda profesional, pero muchas sufren en silencio sin saber que hacer”, añade el psicoterapeuta. Se trata, según los expertos, de un cambio en los roles que cuesta asumir tanto al hombre como a la mujer.
Lo que tampoco resulta sencillo es su detección. La mayoría de las mujeres y de los hombres acuden a la consulta del especialista porque se sienten ‘quemadas’ y ‘quemados’, no están felices con su vida y siente una insatisfacción total en sus relaciones de pareja. Sólo a través de las sesiones de terapia van descubriendo la razón de malestar. Una sensación que también afecta a aquellas madres que ven que sus hijos no quieren crecer y evitan tomar responsabilidades acordes con su edad. “Es por ello que este síndrome de Wendy se relaciona con el de Peter Pan, pues es frecuente que madres ‘Wendy’ generen hijos ‘Peter’”, aclara Pilar Arocas.
Sin embargo, no existe una edad definida a la que pueda aparecer, aunque es en los últimos años de la adolescencia, cuando están ya formadas las características de la personalidad, cuando se pueden observar los primeros signos que delatan que la persona pueda sufrir este síndrome en algún momento de su desarrollo evolutivo.
Cómo superarlo
En muchas ocasiones son los propios afectados los que acuden por su propia voluntad a la consulta del psicólogo, “aunque no son conscientes de lo que les sucede. No son capaces de comprender qué les pasa”, asegura Ángel Marín Tejero. Para quienes sufren este trastorno su forma de actuar es una necesidad y no consideran que lo estén haciendo mal, sino que simplemente con su actitud cubren unas necesidades de afecto, pertenencia y seguridad.
Su superación depende en un alto porcentaje de la capacidad de quien lo sufre y de reconocer que sus conductas son equivocadas. “Deben reconocer sus propios miedos y a partir de ahí aprender a tener su propio sitio. Transigir pero con cautela, ser flexible, tolerar al prójimo, pero sin aceptar por ello todo lo que le digan”, explica la psicóloga Arocas.
Se trata, en definitiva, de:
- Establecer relaciones equitativas con las personas: escuchar activamente los problemas de los demás, pero sin sentirse obligado por ello a resolverlos.
- Incrementar la autoestima personal.
- Acostumbrarse a decir NO.
- Aprender a madurar, a pensar que cada uno es responsable de su vida.
- No asumir los deberes y responsabilidades del otro.
- Ser consciente de que los cambios de hábitos son lentos, no se producen de la noche a la mañana.
Estas pautas sirven como prevención y superación de este trastorno. La conducta de cualquier ‘Wendy’ está basada en el miedo al rechazo personal, en el complejo de inferioridad y el impulso por agradar a todos. Por tanto, si en el proceso educativo se enseña a la personas conductas asertivas -aquellas que defienden los propios derechos, sin agredir a los demás ni dejarse avasallar-, se enseña a desarrollar una sana autoestima, a aprehender unas adecuadas habilidades sociales que hagan de las relaciones sociales un foco de satisfacción y gratificación, las personas estarán más cualificadas para evitar el sufrimiento que a la larga supone este síndrome.