El tópico de que las embarazadas deben «comer por dos» parece que tiene los días contados. Nuevas evidencias científicas ponen de manifiesto que el riesgo de obesidad se gesta ya durante el embarazo y la lactancia, por lo que las futuras madres deben prestar mayor atención a su dieta. Lo mismo ocurre con el riesgo de padecer enfermedades de raíz metabólica o incluso cardiovasculares.
Un estudio financiado por la Unión Europea con 26,5 millones de euros asegura que por medio de un control dietético de las madres durante el embarazo pueden prevenirse obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares. El estudio abarca a 38 centros de 16 países y, aun reconociendo la dificultad de pautar cambios de estilo de vida durante el embarazo, corrobora que el efecto de tales cambios, en especial la dieta ajustada y ejercicio físico, puede tener una dimensión muy importante en materia de salud pública.
Michael Symonds, jefe de la División Académica de Salud Infantil de la Universidad de Nottingham (Reino Unido), que tomó parte en este estudio, subraya que la alimentación de la madre durante el embarazo y la lactancia, así como los primeros alimentos que esa madre administra a su bebé, «marcarán la salud del hijo a largo plazo». Añade Symonds que a medida que vivimos más años y estamos expuestos a mayores riesgos de salud, en cuanto a episodios cardiovasculares o enfermedades degenerativas, mayor importancia reviste empezar con buen pie.
Efecto paradójico
El equipo de Symonds, además de tomar parte en este estudio, ha investigado el efecto de modificaciones dietéticas sustanciales en animales de laboratorio y en condiciones de embarazo. Para ello se ha servido de ovejas embarazadas, «cuyo desarrollo fetal es muy similar al de los humanos», y ha comprobado que si las ovejas hacen frente a restricciones alimenticias durante el último mes de embarazo (cuando el feto se desarrolla con mayor rapidez) sus bebés nacen desproporcionadamente obesos, en comparación con los de ovejas que han seguido una alimentación equilibrada.
Los bebés en gestación se adaptan a la energía recibida de la madre en la última fase del embarazo
En opinión del responsable de la investigación, la explicación a este fenómeno reside en que el organismo en gestación desarrolla «una adaptación perfecta a la poca energía recibida de la madre», por lo que cuando ésta empieza a alimentar la cría con normalidad «sobra energía por todas partes».
En la actualidad, Symonds investiga el efecto contrario, el de una sobrealimentación de la madre durante el último mes de embarazo. No obstante, afirma no disponer aún de conclusiones sobre los efectos que pueda provocar.
La primera cuchara
Que los primeros pasos andados en alimentación tienen un efecto sobre la futura salud del hijo o de la hija lo demuestra el hecho de que determinados suplementos administrados a mujeres embarazadas o a lactantes inciden de manera decisiva sobre el riesgo de complicaciones como cardiopatías, diabetes, obesidad, metabolismo óseo, sistema inmune, desarrollo cognitivo y salud mental.
El coordinador del estudio europeo, Berthold Koletzko, investigador de la Universidad de Munich, proclama que la evidencia aportada con los datos obtenidos debe ser de utilidad para investigar nuevos programas nutritivos de aplicación en los periodos más precoces del desarrollo humano. El objetivo es «optimizar la supervivencia y alargar el bienestar», asegura.
Con todo, admite que no se trata de un hallazgo nuevo. Un seguimiento de 8.760 habitantes de Helsinki (Finlandia), nacidos entre 1934 y 1944, permitió discernir que no es el grado de obesidad, sino la facilidad con que el organismo puede ganar peso, el determinante de futuros problemas de salud como coronariopatías, diabetes, depresión o crisis respiratorias. «Los niños y niñas con un índice de masa corporal de crecimiento más rápido fueron los más expuestos a complicaciones de salud en la vida adulta», puede leerse en las conclusiones del estudio finlandés.
Equilibrar la dieta es tanto o más importante que equilibrar el peso corporal, y no bastan los buenos propósitos de sólo nueve meses. Una gestante sana se concibe ya desde su misma gestación, pasando por la infancia y la adolescencia, aprendiendo a comer de todo y en su justa proporción. Rosa Corcoy, del Departamento de Endocrinología y Nutrición del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau (Barcelona), afirma que el problema no es tanto la obesidad como la adiposidad. «El riesgo de que madres embarazadas den a luz futuros niños con riesgo de malformaciones congénitas u otros problemas de salud no obedece tanto al hecho de que se trate de mujeres obesas como a que almacenen más energía o nutrientes de los que su organismo utiliza; es así de simple».
Antiguamente se pensaba que la delgadez extrema era tan perjudicial como la obesidad extrema, pero la realidad es distinta. El riesgo no se distribuye en forma de U, sino de J, de manera que cuanta menos adiposidad se tiene, más garantías existen de que no habrá tampoco un exceso de azúcar, de aminoácidos o triglicéridos. Cuanta mayor adiposidad en el organismo, mayor resistencia a la insulina. La vigilancia de la adiposidad no se lleva a cabo en la balanza, sino que se hace visible a simple vista y a flor de piel. Una mujer adiposa tiene una celulitis visible en forma de «piel de naranja», causada por una hiperpolimerización de los mucopolisacáridos y una hipertrofia de los adipocitos. Se produce entonces una disminución de los intercambios metabólicos, endurecimiento de las fibras, enlentecimiento circulatorio y sobrecarga adipocitaria.
La transformación se da en cuatro etapas: aumento de la consistencia de la piel y mayor congestión de la zona, formación semejante a la piel de naranja, aparición de micronódulos (fibras disociadas que forman haces hinchados por degeneración del colágeno) y aparición de macronódulos de consistencia más dura y rígida. En esta última fase hay dolor permanente, aún sin tocar la piel, puesto que la fibrosis llega al extremo de comprimir vasos y nervios. La piel de naranja celulítica, adiposa, puede tener carácter generalizado o localizado. La generalizada aparece casi exclusivamente en personas obesas y desde la pubertad. En las niñas, la piel aún no presenta aspecto acolchado, aunque carece de elasticidad y está menos irrigada. La presentación más común es la que se localiza en muslos, caderas y región glútea.
«Tampoco se trata de propiciar adelgazamientos súbitos en el momento del embarazo», advierte Corcoy, «puesto que la hipoglucemia y los cuerpos cetónicos también han demostrado ser perjudiciales para la salud del recién nacido». La especialista celebra que el 90% de las embarazadas españolas consuman folatos de forma regular en el embarazo, pero critica que sólo un 9% lo haga fuera de él. «Se debería educar en el sentido de que la dieta equilibrada y el ejercicio no sólo favorecen la salud del individuo sino también la de su descendencia». De nada servirán iniciativas como las de fortificar las harinas con ácido fólico «si no conseguimos que la adiposidad se controle desde etapas anteriores a la gestación», concluye.