Enfermedad de Lyme: síntomas y causa
María pasó de trabajar y criar a su hija pequeña a acabar cada dos o tres días en la cama, sin apenas poder moverse. En agosto de 2018, su cuerpo colapsó. “Mi estómago era fuego y sufría unos dolores muy fuertes. En una semana perdí unos siete kilos, se me caía el pelo e incluso sentada me sentía débil”, recuerda. Un año antes, en una excursión por el campo, María se apoyó en unos matorrales y notó un picotazo en el brazo. Pensó que eran las propias plantas que pinchaban, y se quitó con la mano unas bolas diminutas. Dos días después, el picor persistía y apareció en su piel una marca con forma de diana. “Pensé que era una reacción alérgica”, admite.
Fue solo el principio de lo que estaba aún por llegar: problemas cardiacos y digestivos, molestias en las articulaciones, dolores de cabeza, apatía, depresión. El médico atribuyó todos estos síntomas a un cuadro de estrés. Las visitas a la consulta se sucedieron. También las pruebas de todo tipo: resonancias, test de VIH, análisis de varicela…
Hasta que María se topó en Internet con un vídeo sobre la enfermedad de Lyme y todo empezó a cuadrar. Finalmente, contactó con un centro especializado en esta patología, donde le diagnosticaron la infección. “Mi cuerpo estaba descontrolado totalmente y al Lyme se sumaban otras afecciones como candidiasis intestinal, intestino poroso, Helicobacter pylori y el virus de la varicela, que también se había activado”, relata.
Como ella, miles de personas padecen la enfermedad de Lyme, una de las infecciones con mayor incidencia transmitida por garrapatas. Y su progresión es imparable. En las dos últimas décadas, se han confirmado más de 360.000 casos en suelo europeo.
¿Hay más picaduras de garrapata que nunca?
España tampoco se libra: las hospitalizaciones por la enfermedad de Lyme han aumentado un 191,8 % entre 2005 y 2019, tal y como demuestra un estudio del Centro Nacional de Epidemiología del Instituto de Salud Carlos III. El documento revela que esta incidencia ha subido en todas las comunidades autónomas, excepto en Extremadura, con Navarra, Cataluña, País Vasco y Murcia a la cabeza de ingresos hospitalarios.
Varios motivos explican este incremento de hospitalizaciones en determinados territorios. “La mayoría de las regiones con mayor incidencia disponen desde hace tiempo de un sistema de vigilancia y protocolos para la detección de la enfermedad de Lyme”, explica Rosa Estévez, una de las autoras del informe. Es decir, se detecta antes porque hay más (y mejor) conocimiento médico y concienciación sobre una patología que ha pasado durante años casi desapercibida.
Que se diagnostiquen más casos en el norte que en el sur también tiene su lógica. “En esas zonas conviven gran cantidad de especies reservorios [fauna silvestre, fundamentalmente mamíferos o aves] en bosques y se da la climatología propicia para que las garrapatas se infecten y diseminen la enfermedad entre las poblaciones animales”, añade esta especialista en zoonosis. Estévez aporta un último argumento: en estos lugares, hay mayor actividad agropecuaria y forestal, por lo que aumentan las posibilidades de que se transmita la patología a los seres humanos.
➡️ Qué hay detrás del aumento de casos
El Centro Europeo para el Control de Enfermedades actualiza cada cierto tiempo la distribución geográfica de estos arácnidos en el continente y ha confirmado que en los últimos años se han expandido por muchos países. Detrás de esto está el cambio climático, muy vinculado a la destrucción de ecosistemas y de hábitats naturales. Al reducirse determinados territorios, todos los animales, humanos y patógenos se circunscriben a un área más pequeña, por lo que crecen los contactos entre ellos y se multiplica la transmisión de enfermedades.
Los expertos son unánimes: uno de los principales impactos de la globalización y de la crisis climática va a ser el aumento y la traslación de vectores —como garrapatas y mosquitos— que contagian determinados patógenos. “Pequeños cambios de temperatura van a permitir su propagación. Con el calor, encuentran oportunidades para sobrevivir y extenderse”, señala el profesor de Veterinaria de la Universidad de Zaragoza, Juan José Badiola.
El calentamiento global equivale a inviernos más suaves, lo que amplía los periodos de reproducción de este parásito, cuya actividad es mayor en los meses cálidos. En primavera, además, estos arácnidos suelen proliferar debido a que hay más vegetación en el campo y en los entornos rurales. Desde aquí pueden llegar con facilidad a la ciudad a través de las mascotas o de las personas. “El calor favorece las migraciones de algunas especies de aves procedentes de África, que transportan las garrapatas a través de Europa”, prosigue Badiola. Al llegar a suelo europeo, los parásitos se hospedan sobre todo en ciervos, jabalíes y fauna silvestre, y se expanden por el monte.
También influyen otros factores como el turismo, la ganadería y determinados comportamientos humanos, entre ellos, un menor cuidado de bosques y zonas verdes. Siempre que el agente encuentre unas circunstancias propicias para multiplicarse y mamíferos o aves susceptibles para alimentarse de su sangre, va a intentar instalarse en ese hábitat.
Qué infecciones transmiten las garrapatas
Lo habitual es que las picaduras de garrapatas afecten, sobre todo, a la fauna. De hecho, no todas contagian enfermedades ni pican a seres humanos. En la península ibérica apenas hay cinco géneros de estos parásitos que sí lo hacen: las de tipo Ixodes, Haemaphysalis Dermacentor, Rhipicephalus e Hyalomma.
Uno de los motivos por los que nuestra especie está cada vez más expuesta a los peligros de esta amenaza diminuta —algunas son tan pequeñas como la cabeza de un alfiler— radica en las sobrecargas del sistema inmune. “Nuestras defensas son menos eficientes y esto facilita que este tipo de infecciones se activen”, apuntan en la Fundación Sos Lyme.
En España, las enfermedades más frecuentes transmitidas por garrapatas son infecciones como la fiebre botonosa, la enfermedad de Lyme o la Debonel/Tibola. Otras menos habituales son la anaplasmosis humana o la babesiosis. Además, de forma esporádica se han descrito casos de tularemia y la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo.
Casi todas estas patologías son de declaración obligatoria y, por tanto, están controladas por la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica. Hace ya seis años que no se ha añadido ninguna otra enfermedad a este listado, pero no se debe bajar la guardia, ya que las garrapatas se adaptan a nuevos entornos.
En muchos casos, su picadura es indolora y puede pasar desapercibida. “Es un parásito peligroso que transmite virus, bacterias, protozoos, hasta hongos. Incluso se ha comprobado que el síndrome de alfa-gal, que es una alergia alimentaria a la carne roja, se contrae a través de la picadura de una especie concreta de garrapata”, alerta Juan José Badiola.
Lyme: la enfermedad más común
La enfermedad de Lyme es la patología más común transmitida por estos parásitos. Fue en 1975 cuando se definió como tal, tras investigar un extraño (y elevado) número de casos de artritis reumatoide infantil en la localidad de Old Lyme (Estados Unidos). Los investigadores concluyeron que la infección se había contraído a través de la bacteria Borrelia burgdorferi, transmitida por la picadura de una garrapata.
Esta enfermedad está presente en unos 80 países alrededor del mundo, su incidencia en Europa es cada vez mayor y su diagnóstico resulta complejo, ya que algunas veces la primera manifestación de la dolencia, que es la característica mancha roja en la piel con forma de diana denominada Eritema migrans, ni siquiera aparece. El periodo de incubación oscila entre 3 y 32 días y los síntomas recuerdan a un cuadro gripal, con dolor de cabeza, décimas de fiebre, molestias en las articulaciones y rigidez de cuello.
El retraso en el diagnóstico es fatal. Si no se trata con antibióticos en su primera fase, la infección avanza por el organismo, con una sintomatología que se confunde con otras enfermedades, desde la artritis hasta la depresión. Por eso, muchos pacientes reciben diagnósticos de síndrome de fatiga crónica, fibromialgia o esclerosis múltiple sin que los tratamientos lleguen a ser eficaces.
Con el paso del tiempo, la enfermedad deriva en un síndrome de infección multisistémica, que es como se conoce al Lyme crónico. Esta fase puede durar incluso años y conlleva desde artritis persistente a problemas digestivos, erupciones cutáneas, meningitis, arritmias, vértigos, migrañas, mareos, trastornos del sueño, confusión mental, descoordinación cognitiva y motora, fatiga severa… María González-Camino preside la Asociación de Lyme Crónico de España (ALCE) y denuncia otro estigma que sufren estos enfermos. “Muchos padecen síntomas psicológicos que van a peor porque demasiadas veces no se les cree”, lamenta.
El año pasado, la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC) reconoció por primera vez que esta infección la pueden transmitir las mujeres embarazadas al feto a través de la placenta. Es algo poco habitual, pero puede pasar. No obstante, si en la primera fase de la enfermedad se trata al paciente de manera correcta con los antibióticos apropiados, “se cura en el 85 de los casos”, admite González-Camino.