La falta de deseo sexual no es un estado pasajero que ‘como viene se va’, sino una enfermedad según la Organización Mundial de la Salud, que en su clasificación de patologías la encuadra dentro de las disfunciones sexuales no orgánicas con el nombre de Ausencia o Pérdida del Deseo Sexual. Esta falta de interés para emprender relaciones sexuales, desechadas las causas médicas o fisiológicas (problemas endocrinos, trastornos hormonales, insuficiencia renal o tratamientos farmacológicos) y las psicológicas (una educación excesivamente estricta o baja autoestima, por ejemplo), se encuentra muy a menudo ligada al modo de vida de quien padece apatía sexual. El estrés, el exceso de cargas laborales o familiares y la incapacidad para afrontar la ansiedad que estas situaciones generan explican a menudo la inapetencia sexual.
Cuestión de hormonas
El estrés puede terminar “matando” la libido, aunque de manera lenta y gradual. La causa está en la testosterona, principal agente del deseo sexual. Si ésta disminuye, también es menor la libido. Pero, además, el estrés hace que aumente el nivel de cortisol en la sangre, una hormona esteroide producida por la corteza suprarrenal. El alto nivel de cortisol reprime la mayoría de las funciones orgánicas, incluyendo las funciones sexuales y reproductivas. “Siempre que aparecen síntomas de apatía sexual en hombres que solían tener la libido alta, hay que prestar atención al cansancio, ya que el ritmo de vida, los problemas cotidianos y la fatiga hacen que las ganas de mantener relaciones sexuales disminuyan notablemente”, tal y como asegura Carlos San Martín, pedagogo y terapeuta sexual de la Fundación Sexpol, de Madrid.
Cuando se acumula tensión, si las situaciones nos superan, se produce un bloqueo. Y el plano sexual no es una excepción. Por ello, generalmente, El estrés influye en el deseo, favoreciendo la apatía e inhibiendo la respuesta sexual.
El estrés influye en el deseo, favoreciendo la apatía e inhibiendo la respuesta sexual
Principales síntomas
Para diagnosticar que la inapetencia sexual esté causada por la acumulación de tensión y preocupaciones hay que tener en cuenta varios factores, según indican los psicólogos, entre los que se encuentran la falta de interés en iniciar actividades sexuales, ya sea con una pareja o en solitario, o la frecuencia de las relaciones, si es muy inferior a lo que se puede esperar por la edad y el contexto correspondiente o si es menor que en etapas anteriores de la vida. En cualquier caso, los especialistas deben descartar que esta persona padezca depresión.
Cuando los síntomas y el ritmo de vida indican con claridad que el estrés es la causa de la disfunción sexual, hay que tener en cuenta cómo le afecta a cada persona, en lo que tendrá mucho que ver el género de quien lo sufra. Y es que aunque puede afectar tanto a mujeres como a hombres, la respuesta de cada uno es muy distinta. Así, como explica la psicóloga María Rodríguez, en los hombres pueden aparecer o agudizarse, si ya existían, problemas como la eyaculación precoz y la disfunción eréctil. La disminución del rendimiento sexual conlleva, además, miedo al fracaso, según indica la experta de la madrileña clínica Matesanz, lo que da lugar a una “disminución del número de relaciones, con lo que el problema se transforma en un círculo vicioso que termina por provocar de manera casi irremediable la pérdida de deseo”.
Por su parte, en las mujeres, la ansiedad del estrés provoca que las relaciones sexuales se espacien y que surjan graves problemas como el vaginismo y la anorgasmia. Gloria Arencibia matiza que la mujer es más vulnerable que el hombre a perder el apetito sexual, no sólo por el estrés sino también por otras circunstancias de su propia vida, como la educación, las actividades de los niños, la doble jornada laboral… El cansancio y el agobio suelen ser una queja habitual de las mujeres, porque no tienen tiempo para sí mismas, lo que afecta muy seriamente su autoestima e inevitablemente a las relaciones sexuales. Teniendo en cuenta que la tensión provoca la pérdida de apetito sexual, ¿puede ésta pasar de se un trastorno pasajero a convertirse en un mal de duración indefinida? ¿Cómo es posible ponerle solución?
Soluciones
El escaso o inexistente deseo sexual puede durar más o menos tiempo en función de la importancia que cada persona conceda a su vida sexual,
El escaso o inexistente deseo sexual puede durar más o menos tiempo en función de la importancia que cada persona conceda a su vida sexual
Por esta razón, la mejor solución, en la que coinciden los tres expertos, es acudir cuanto antes a un especialista porque no sólo podrá resolver el problema de deseo, sino también “mejorar la calidad de las relaciones y su vida sexual”, subraya Arencibia. Además, al acudir a una consulta, quien sufre el problema se da cuenta de que no es un “bicho raro” y que son muchas las personas que se encuentran en su misma situación. Y, según explica la psicóloga donostiarra María Rodríguez, con intervenciones terapéuticas breves, los resultados suelen ser exitosos en una gran proporción.
El tratamiento terapéutico, detalla el terapeuta sexual Carlos San Martín, se basa sobre todo en la enseñanza de nuevos hábitos que ayudan a manejar el estrés, como la respiración, la relajación o la revisión de la escala de valores del individuo afectado. Los cambios conductuales que proponen los expertos para llegar a la superación del trastorno sexual se basan en técnicas para combatir el estrés:
- Razonar: No se debe dejar pasar de largo el problema, sino afrontarlo y reflexionar sobre los motivos que llevan a sentir la angustia y la ansiedad que bloquean los sentidos. Tomar conciencia de que no sólo afecta al plano sexual, observar qué otros aspectos de la vida cotidiana se ven resentidos.
- Relajarse: Darse cuenta de que el estrés es variable y no durará siempre y relativizar la importancia de no sentir deseo sexual en algunos momentos determinados. Lo peor es obsesionarse.
- Tener calidad de vida: Eliminar los excesos, tanto en el trabajo como en la realización de actividades físicas agotadoras.
- Establecer prioridades claras: No siempre está en nuestras manos eliminar preocupaciones como enfermedades, problemas económicos o familiares. Pero sí depende de cada uno de nosotros ‘saber vivir a pesar de’, poniendo un orden de prioridades y dando a cada situación y problema la importancia que merece, no más.