¿Continúa el psicoanálisis vigente? ¿Es una teoría válida para el futuro? Con motivo del 150 aniversario del nacimiento de Sigmund Freud, considerado padre del psicoanálisis, son muchas las incógnitas que se plantean respecto a una corriente que vivió su momento de esplendor a finales del sigo XIX, pero que en la actualidad ha sido puesta en tela de juicio por algunos autores. De un lado, se acusa al psicoanálisis de carecer de base científica y de recurrir a un tratamiento excesivamente largo -puede durar hasta seis años. Del otro, los defensores de las teorías freudianas aseguran que se encuentra en plena vigencia, y que mientras haya quien quiera comprender el origen de un trastorno en lugar de recurrir a psicofármacos para calmar la ansiedad o hallar solución a su problema, el psicoanálisis no desaparecerá.
Origen y evolución
A finales del siglo XIX, Josef Breuer, médico internista vienés, y su colega, el neurólogo Sigmund Freud, descubrieron que un número nada despreciable de sus pacientes histéricos lo eran como consecuencia de las vivencias traumáticas vividas en el pasado. La idea surgió de una conversación entre ambos a raíz de Bertha Pappenheim, conocida defensora de los derechos de la mujer y los niños que pasaría a la historia con el nombre de Anna O. Breuer la trataba desde años atrás a causa de un cuadro de histeria y había descubierto el alivio que suponía para la mujer conversar sobre su enfermedad, lo que ella denominaba «cura por la palabra». Breuer decidió entonces someterla a hipnosis y constató que, durante el trance, la mujer recordaba cosas que no era capaz cuando estaba consciente, y que eran precisamente estos episodios los que la estaban ayudando a superar su problema. Los resultados suscitaron el interés de Breuer y Freud, que comenzaron a reflexionar sobre un nuevo método de tratamiento. Había nacido el psicoanálisis.
En los años posteriores, Freud se dedicó a profundizar en esta nueva corriente, hasta tal punto que hoy se le reconoce mundialmente como el padre del psicoanálisis. Por ello, cuando se cumplen 150 años de su nacimiento (6 de mayo de 1856) el clima de celebración es unánime en muchos países del mundo. Grandes ciudades como Viena, París, Roma, Londres o Nueva York conmemoran este aniversario con múltiples exposiciones, conferencias y debates.
Que la cultura occidental preste tanta atención a Freud y a su teoría podría considerarse algo así como «una buena señal» sobre la importancia de su legado, dice Eduardo Chamorro, profesor en la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, director de un Máster en Teoría Psicoanalítica y coordinador de un Programa de Doctorado en Psicoanálisis. «Pero conviene ser críticos», advierte. «Hoy, en un momento de escasez de creatividad, de desconcierto, en el que la cultura se pregunta qué papel le corresponde, es explicable que se vuelva hacia su propio pasado e intente reconocerlo como propio y así reconocerse», continúa.
La plena vigencia del psicoanálisis se mantiene hasta la llegada de la psicobiología, mediada la década de los 70
A modo de síntesis, se puede considerar que el psicoanálisis nació en 1895, con las investigaciones sobre Anna O. En los años posteriores, se asentó como tratamiento de cura de pacientes histéricos o con angustias y triunfó entre un buen número de sectores que estudiaban la salud mental.
Aurelio Argaya, director de la Asociación Española de Psicoanálisis Freudiano y del centro Oskar Pfister, recuerda que el psicoanálisis tuvo hacia 1920 una «época dorada» en Europa y en Norteamérica. «Fueron momentos extraordinarios en los que [el psicoanálisis] se extendió por muchos países», explica. El auge siguió, y aunque a partir de 1934 experimentó un pequeño declive, después de que Freud se viera obligado a emigrar tras la anexión de Austria por la Alemania nazi, el psicoanálisis recuperó su influencia. En buena parte, como consecuencia de la obligada diáspora de intelectuales de origen judío, como era el caso del propio Freud. En esta época, muchos psicoanalistas que ya se habían formado se marcharon a Estados Unidos, Inglaterra, Francia y diversos países de Sudamérica. Fue entonces cuando llegó el esplendor del psicoanálisis, con algunas vertientes y corrientes que empezaban a marcar diferencias con las freudianas originarias.
Pese a la muerte de Freud en 1939, el psicoanálisis mantuvo su vigencia hasta 1970, con la introducción de elementos nuevos y cambios. A partir de los años 40, las corrientes de Jacques Lacan y otros autores cobraron fuerza en países como Francia y desplazaron en parte a las teorías freudianas, que, sin embargo, no llegaron a extinguirse. En esta época, destacaron también los trabajos de discípulos de Freud, como Carl G. Jung, Alfred Adler u Otto Rank, y los de psicoanalistas como Karen Horney o Melanie Klein, que introdujo importantes novedades en el psicoanálisis infantil. Posteriormente, desde mediados de los 70, en las facultades de psicología y en los estudios de psiquiatría se va tomando una orientación biológica con la aparición de nuevos fármacos y se empieza a dejar en segundo plano la psicoterapia, «a favor de las corrientes cognitivo-conductuales que, de alguna manera, cuestionan al psicoanálisis», señala Argaya.
Conceptos clave
Freud desarrolló también el concepto de pulsiones o instintos. Explica Eduardo Chamorro cómo para el psicoanalista las pulsiones sexuales fueron las fuerzas inconscientes presentes en cada persona desde la infancia y que habían sido reprimidas. Precisamente, esta represión era la fuerza que impedía el acceso hacia la conciencia y que aparecía en forma de sueños, «como un disfraz al que uno se ha acostumbrado, hasta el punto de que el sujeto olvida su verdadero rostro». Por este motivo, el tratamiento consiste en «ayudar a quitarse el disfraz y tolerar lo que aparezca detrás», señala Chamorro. La represión fue considerada un esfuerzo por desalojar de la mente aquello que tenía que ver con el deseo sexual. De hecho, Freud no renunció a creer que las pulsiones sexuales eran la clave del inconsciente y que la mejor manera de descubrirlo estaba en la psicoterapia.
Freud sostuvo que las pulsiones sexuales eran la clave del inconsciente y la psicoterapia era la mejor manera de descubrirlo
A lo largo de varias sesiones semanales, en tratamientos que duraban (y duran) años, los pacientes eran ayudados a comprender que detrás de gestos a los que se prestaba una escasa atención había algo más, y que ese algo más sólo podía conocerse si uno se disponía a escuchar lo que los pacientes decían. «Ése fue el acierto de Freud, el término escucha dice muy bien lo que el psicoanálisis pretende», asegura Chamorro. Se trata de una manera de pensar el psiquismo y de actuar sobre él, que suscitó una intensa polémica cuando nació, a comienzos del siglo XX. «Y esa polémica no ha cesado desde entonces».
El tratamiento psicoanalítico puede resultar una experiencia muy difícil para el paciente, una mezcla de satisfacción y sufrimiento, pero en la que va perdiendo esa repulsa inicial a admitir lo inconsciente. Por su parte, el psicoanalista tiene la misión de acompañar al paciente en esa experiencia y ser testigo de su transformación. «El paciente sabe que ha encontrado un espacio muy peculiar en el que sus preocupaciones, sus angustias, sus sentimientos más íntimos, están siendo escuchados por alguien que acepta sin más, sin juzgar, sin condenar, sin aplaudir», revela Chamorro.
Los psicoanalistas tienen como objetivo hacer comprender el porqué de un trastorno psicológico para conseguir liberar al paciente. «Hay personas que sufren angustia, se toman un ansiolítico y creen que todo está solucionado, pero otras quieren saber por qué les ocurre eso, no quieren soluciones basadas sólo en la medicación o en un tipo de tratamiento donde se les anima a realizar determinadas conductas, sino que necesitan entender por qué les pasa lo que les pasa», explica Aurelio Argaya, para quien «sólo cuando se comprende se pueden empezar a incluir alternativas y ampliar el campo de libertad». No obstante, los psicoanalistas reconocen que, en ocasiones, se puede recurrir a tratamientos combinados con otras terapias o psicofármacos, como en el caso de personas con una depresión grave, que no pueden esperar a que el psicoanálisis, con terapias que se prolongan hasta seis años, descubra el origen del trastorno.
La libido, relacionada con el instinto sexual; el complejo de Edipo, estudiado como los sentimientos del niño enamorado de la madre y el complejo de Electra, el de la niña enamorada del padre; o el ello, el yo y el superyó (tendencias impulsivas, la percepción y el esfuerzo por superar el complejo de Edipo, respectivamente), fueron otros términos acuñados por Freud y que durante muchos años han servido de base a otros investigadores para continuar el estudio del psicoanálisis y su utilidad como tratamiento en pacientes depresivos, con angustias, ansiedad, fobias, obsesiones o trastornos de identidad.
Presente y futuro del psicoanálisis
En España, según Chamorro, los propios psicoanalistas «están divididos» sobre su eficacia y vigencia, aunque considera que «si el psicoanálisis continúa es porque, a pesar de todo lo que está lloviendo, hay hombres y mujeres que desean ser escuchados y que eso, simplemente eso, les va a hacer más llevadera la existencia». Por su parte, Mario Sobreviela también insiste en la idea de que «cada vez hay más necesidad de poder pensar con alguien que pueda ayudar a ello», y advierte de que el actual ritmo es más propenso a necesitar del psicoanálisis.
La vigencia del psicoanálisis se explica ‘por el deseo de ser escuchado’ sin juicios ni reproches, sostienen sus defensores
A juicio de Sobreviela, nada puede sustituir a las sesiones con el psicoanalista, en un lugar adaptado, con el mítico diván que utilizaba Freud «para detener la máquina y escucharse a uno mismo, cosa que prácticamente ni hacemos». Asegura que en los últimos 30 años han aparecido más autores y más escuelas de psicoanálisis, que asientan su futuro, y destaca que, aunque las líneas de investigación pueden ser varias y diversas, todas tienen como eje elemental a Freud. «La principal ventaja del psicoanálisis no es que acaba con el síntoma, sino con la enfermedad», dice. Es igual que cuando tenemos fiebre si tomamos sólo un antitérmico en lugar de tomar antibiótico contra la infección. «La fiebre baja, pero la infección continúa». En este sentido, la crítica habitual que se hace al psicoanálisis es que es muy lento, pero se necesita de esta lentitud para encontrar aquellas causas que preocupan y que son inconscientes. Elaboradas esas cuestiones, «la persona está mejor», agrega.
En esta línea, los más románticos aseguran sentirse salvados por aquellas personas que no se conforman con que se les calme el dolor psíquico, mientras eluden escuchar a quienes cuestionan sus técnicas. «Hemos perdido vigencia en centros académicos y hemos quedado reducidos a centros privados, pero el número de pacientes sigue siendo alto». Nadie de los que se dedican a ello prevé la desaparición del psicoanálisis. «Al contrario, porque siempre habrá un número de personas que no se conformará con no entender, no comprender las causas de su sufrimiento, frente a aquellos que quieren que se les calme y no investigar la razón por la que surgió». Como siempre va a haber esa categoría de personas que quieren comprender las razones de su sufrimiento, «la terapia psicoanalítica no va a desaparecer en el futuro», augura Argaya.