Las emociones y los estados de ánimo no son un intangible del alma, sino una utilísima habilidad creada por la evolución para ayudarnos a desenvolvernos mejor en el medio. Los neurocientíficos profundizan cada vez más en esta idea, y no sólo están desvelando los sustratos biológicos de las emociones, sino que están descubriendo su papel esencial en muchas otras tareas que desempeña el cerebro como, por ejemplo, en la de imaginar acontecimientos futuros.
Imaginar en positivo
Un grupo de científicos ha propuesto recientemente una explicación a por qué las personas sanas tienden a ser optimistas y, haciéndolo, ha dado con una posible causa de la depresión. Otros investigadores, por su parte, buscan la explicación, y parece que la encuentran, a por qué a menudo nos creamos expectativas que resultan falsas, ya sean sobre una película o sobre el próximo encuentro con un amante.
«Los humanos esperan acontecimientos positivos en el futuro incluso cuando no hay evidencias que apoyen estas expectativas», escribe Elisabeth Phelps, del departamento de Psicología de la Universidad de Nueva York (EE.UU.), en un artículo en la revista ‘Nature’. Por ejemplo, estudios psicológicos realizados hasta ahora muestran que «la gente espera vivir más tiempo y en mejor estado de salud que la media, que subestiman sus posibilidades de divorciarse y que sobreestiman sus probabilidades de tener éxito en el mercado de trabajo». Esto, afirman los investigadores, es un hecho. La pregunta es, ¿por qué el cerebro humano muestra esta inclinación natural al optimismo?
Un optimismo ‘moderado’ se asocia a una buena salud física y mental
Una respuesta inmediata -y simplificada- es que, de no ser por un mínimo de optimismo, el ser humano no se esforzaría por encontrar sustento y pareja con la que reproducirse y tener éxito evolutivo. El optimismo vendría a ser, por tanto, una estrategia evolutiva. Una estrategia que debe estar bien ajustada, como explica Phelps: «un optimismo extremo puede ser peligroso, porque lleva a subestimar los riesgos y planificar mal. Por el contrario, una visión pesimista de las cosas se correlaciona con la gravedad de los síntomas de la depresión». De hecho, un optimismo ‘moderado’ se asocia a una buena salud física y mental.
La siguiente pregunta es ¿cómo se organiza el cerebro sano para ser optimista? La cuestión está relacionada con la capacidad de imaginar acontecimientos futuros, que a su vez depende de otra función: recuperar datos del archivo cerebral de acontecimientos pasados -la memoria, sea ésta consciente o no- y emplearlos para recrear, para generar una simulación, del futuro. Esto implica la activación de determinados circuitos cerebrales. Así, la hipótesis del equipo de Phelps para explicar el optimismo es que «en los optimistas, los circuitos neurológicos para simular el futuro son más activos cuando se imaginan acontecimientos positivos que negativos».
Para analizar esta idea los investigadores sometieron a varios sujetos a pruebas de resonancia magnética funcional, en las que se observaba el funcionamiento del cerebro mientras rememoraban experiencias personales pasadas positivas o negativas y, también, imaginaban acontecimientos futuros. Después de los escáneres cerebrales los sujetos respondieron a tests en los que valoraban lo positivo o no de las experiencias recordadas o recreadas (algo esencial para correlacionar lo que mostraban los escáneres con el estado de ánimo percibido).
Estos tests ya revelaron una mayor facilidad y disposición a simular los acontecimientos futuros positivos que negativos, algo que casa bien con el ‘sesgo’ cerebral hacia el optimismo. «Los acontecimientos futuros negativos fueron experimentados con una sensación subjetiva de pre-experimentación más débil [que los positivos], y era más común imaginarlos desde un punto de vista externo», escriben los investigadores. Esta tendencia era mucho más clara en los participantes catalogables -por otras pruebas psicológicas- como muy optimistas.
Áreas cerebrales implicadas
En cuanto a los escáneres cerebrales realizados, éstos revelaron que las áreas más implicadas en el estado de ánimo optimista son la amígdala y el núcleo cingulado anterior rostral. La amígdala es una región clave sobre todo a la hora de ‘teñir’ de emociones los recuerdos, y en la toma de decisiones. Los resultados del trabajo de Elisabeth Phelps (departamento de Psicología de la Universidad de Nueva York) indican, en opinión de los investigadores, que además es importante en la simulación de acontecimientos futuros emocionales pero no de cualquier acontecimiento futuro, sino de los que impliquen emociones.
El núcleo cingulado anterior rostral está muy bien conectado con la amígdala y otras regiones que proporcionan información emocional. Ha sido asociado a tareas que implican reflexionar sobre uno mismo, como pensar en sueños e ilusiones, indicar preferencias o juzgar el grado de confianza que inspiran otras personas. Pero con los datos del trabajo ahora publicado Phelps sugiere que, a la hora de simular el futuro, este núcleo se ocupa de valorar la información autobiográfica, emocional y motivacional.
Y creen que es precisamente de esta área cerebral de donde parte la inclinación del cerebro hacia el optimismo: «en la actividad del núcleo cingulado anterior rostral durante la imaginación de acontecimientos futuros […] subyace un sesgo en la atención dedicada a los acontecimientos futuros positivos frente a los negativos», escriben.
Errores a la hora de ‘experimentar’
Al simular un acontecimiento futuro se piensa sólo en los primeros momentos de ese hecho
Puede que el cerebro sea en general optimista respecto a los grandes planes de la vida. Pero las pequeñas decisiones de la vida cotidiana también hacen trabajar la capacidad humana de ‘pre-experimentar’ el futuro: ¿voy o no a esa película? ¿Me gustará, o no? ¿Me lo pasaré bien en la cena de Navidad de la empresa? En este tipo de valoraciones el cerebro simplemente echa mano de la experiencia acumulada previamente (películas previas de ese director o actor; cenas de otros años), rememora si fue placentera o no, simula el acontecimiento futuro y en función de los datos disponibles emite un veredicto.
Un veredicto que a menudo se demuestra erróneo, porque al final la peli resulta aburrida o la cena a la que se asiste por obligación, muy divertida. Estos errores de juicios no son enteramente casuales. Psicólogos como Daniel T. Gilberth y Timothy D. Wilson, de las universidades de Cambridge y Virginia (EE.UU.) respectivamente, han estudiado por qué ocurren. Las conclusiones se han publicado en la revista ‘Science’ el pasado septiembre. Estos expertos explican que nuestras simulaciones del futuro no son representativas. Para simular y pre-experimentar el futuro recurrimos a los recuerdos, pero no a todos. Lo habitual es recordar más la última experiencia, o la peor o la mejor, con lo cual no nos estamos basando en recuerdos de grado emocional ‘medio’, sino en los extremos, no representativos. Eso introduce distorsiones en la simulación.
También revelan que sólo se simula lo esencial. Cuando imaginamos el concierto de ópera de la semana próxima pensamos en la música, el vestuario… pero no en las dificultades de encontrar aparcamiento, por ejemplo. Y estos detalles no esenciales pueden influir mucho en la experiencia real. Esto es especialmente acusado cuando se simulan acontecimientos muy lejanos en el tiempo, y por eso es tan frecuente el arrepentirse (o que dé pereza) de un determinado compromiso asumido tiempo atrás.
Asimismo, los psicólogos explican que las simulaciones son abreviadas. Al simular un acontecimiento futuro se piensa sólo en los primeros momentos de ese hecho, y se suele despreciar la capacidad de adaptación del organismo. Gilberth y Wilson ponen como ejemplo la simulación de quedarse paralítico tras un accidente. Es muy común imaginarse siendo mucho menos feliz de lo que lo son realmente las personas que no pueden caminar, por la tendencia a recrear sólo los primeros días tras el accidente.