Desde que descubrimos que el cociente intelectual no es todo en la vida, todos ansiamos tener una buena inteligencia emocional y transmitírsela a nuestros hijos, aunque no siempre sepamos de qué va el concepto. Todos nacemos con ella, pero al igual que ocurre con otras inteligencias, como la lógica matemática o la lingüística, tenemos que desarrollarla para alcanzar su máximo potencial. Para ello, nos tienen que enseñar, y las familias no siempre tienen las herramientas para hacerlo. Canarias es la única comunidad autónoma que cuenta con una asignatura específica de educación emocional, pero mientras el Gobierno planea extenderla al resto del territorio, muchos centros educativos voluntariamente han implementado programas de entrenamiento de las emociones. La idea es frenar el aumento de los problemas de salud mental entre los jóvenes, aunque saber identificar y controlar las emociones tiene otros beneficios para los adolescentes: menos bullying, más motivación y un mejor rendimiento académico. Te contamos cómo lo están haciendo.
El origen del concepto ‘inteligencia emocional’
Se han cumplido algo más de tres décadas desde que, en 1990, se publicara el primer artículo científico con el título de Inteligencia Emocional, un concepto que de forma vertiginosa se fue introduciendo en nuestras vidas. Irrumpió de golpe en la sociedad asegurando que el éxito personal y profesional no dependía tanto de las notas que sacaran nuestros hijos, sino de su habilidad para manejar sus emociones.
Aunque los autores de aquel primer artículo fueron dos profesores estadounidenses –Peter Salovey, actual presidente de la Universidad de Yale, y John D. Mayer, docente de la Universidad de New Hampshire– toda la gloria se la llevó cinco años más tarde Daniel Goleman, un escritor de libros de autoayuda que popularizó el concepto gracias a su libro Emotional Intelligence (1995). En concreto, venía a decir que, en el mejor que los casos, el cociente intelectual solo representa el 20 % de los factores que determinan el éxito en la vida y que para llegar realmente lejos, esos rasgos deben completarse con habilidades socioemocionales como la motivación, la perseverancia, el control de los impulsos, los mecanismos de afrontamiento y la capacidad de retrasar la gratificación.
Pablo Fernández-Berrocal, catedrático de Psicología y director del Laboratorio de Investigación y Desarrollo sobre Emoción y Cognición de la Universidad de Málaga, cuenta que el concepto que dibuja Goleman está en entredicho hoy en día por muchos investigadores, precisamente porque se aleja de la propuesta inicial. “Goleman agrupaba todas las características alternativas al cociente intelectual. A la gente lo que le llegó es esa distinción entre lo cognitivo (razonamiento, lenguaje, memoria, planificación, atención, solución de problemas) y lo no cognitivo (autoestima, asertividad, empatía, comunicación no verbal, disciplina y creatividad). Pero lo cierto es que dentro de todos esos conceptos que engloban lo no cognitivo hay muchas cosas que no son inteligencia emocional, sino rasgos que tienen que ver más con la personalidad de cada persona”, matiza el catedrático.
En definitiva, esa visión no cabe en la definición que hacen los investigadores de la inteligencia emocional, que es la capacidad para reconocer, comprender y regular nuestras emociones y las de los demás.
Cómo potenciar la inteligencia emocional
¿Nacemos con inteligencia emocional? Sí, al igual que se nace con otros tipos de inteligencia: la musical, la espacial, la corporal-kinestésica, la lógico-matemática o lingüístico-verbal. Como todas ellas, la emocional también se pueden desarrollar. Pablo Fernández-Berrocal lucha porque la educación en las emociones se incluya en el sistema educativo y, junto a su equipo de investigadores de la Universidad de Málaga, ha diseñado un programa de entrenamiento de las emociones (Intemo) para jóvenes entre 12 y 18 años, que ya se implementa con éxito en varios institutos de Secundaria en Andalucía.
“Muchos padres me dicen: ‘Eso de las emociones ya se lo enseñamos en casa’. Y sí, es cierto que la inteligencia emocional se puede aprender de forma implícita. Nuestro cerebro aprende por imitación, copiando cosas, por lo que nuestros hijos aprenden de nosotros cuando nos ven en acción, cómo nos relacionamos con otras personas o nos dirigimos a ellas. Pero también se aprende de forma explícita. Es igual que aprender a jugar al tenis o un idioma”, explica el catedrático.
Imagen: Yan Krukov
➡️ Cuándo se debe empezar a aprenderla
El programa de entrenamiento de las emociones originalmente fue desarrollado para adolescentes, pero con el tiempo se ha ido adaptando a la etapa de infantil y primaria. “Cuando se trabaja con niños pequeños de tres o cuatro años, a los seis meses ya notas en ellos efectos positivos. Con los mayores, sin embargo, se necesita más tiempo para ver los resultados”, cuenta Pablo Fernández-Berrocal.
Se suele comenzar a trabajar con chicos y chicas de Secundaria porque es a esa edad cuando los problemas dan la cara. “Las administraciones han comenzado a financiar estos programas porque han visto un incremento de la agresividad en las aulas, además de problemas con el consumo de alcohol y drogas, bullying, depresión, y quieren afrontar estos problemas apostando por la educación en las emociones”, comenta el catedrático.
➡️ Qué necesitamos para trabajarla
En estas clases, se tratan los problemas que se presentan en los jóvenes –como envidia, celos, amor, ira u odio–, de forma lúdica, a través de juegos. “No puedes hacerlo como algo teórico (por ejemplo: definición de emoción, apuntad) porque no funcionaría”, aclara el experto.
Los jóvenes tienen que entender que el primer paso para conocer las emociones de otra persona es conocer las suyas propias: cómo se sienten, cuándo y por qué se enfadan, qué provoca ese enfado, cuánto duran estas emociones… Si los padres de estos adolescentes no tienen esas habilidades, no conocen sus propias emociones, difícilmente podrán entender las de sus hijos.
¿Quién realiza la formación en inteligencia emocional?
Igual ocurre con los profesores. En España no hay personal preparado para educar en inteligencia emocional. De momento, los colegios se acogen a estos programas que financian sus respectivas comunidades autónomas de manera voluntaria, aunque lo que se pretende es que en un futuro se implante como asignatura obligatoria en los colegios. Pero cuando esto ocurra, nos encontraremos que no tenemos profesionales preparados para impartirla. “Debería incluirse en todas las facultades de educación, ya que así los futuros docentes tendrán competencias para poder aplicarlo en las aulas”, propone Pablo Fernández Berrocal.
Vicenta Ruiz Baeza, pedagoga experta en inteligencia emocional y formadora de la Junta de Andalucía, nos cuenta que ella prefiere formar al profesorado, ser su asesora, y que sean ellos quienes impartan el programa a los alumnos. “Los formadores somos un sujeto extraño para el alumnado, pero si los chavales trabajan directamente con su tutor, los efectos serán mucho mejores, más rápidos. Esto es así porque su vínculo está más establecido, tienen más confianza y los alumnos se muestran más naturales cuando son dirigidas por el profesor que ya conocen”, apunta.
Hay centros escolares, sin embargo, que prefieren a profesionales externos para impartir el programa, porque a lo mejor no todo el profesorado en ese centro está igual de implicado. “Hay colegios en los que hay dificultades para trabajar, con absentismo escolar y un nivel socioeconómico bajo, y hay veces que se prefiere que vengan de fuera para que los alumnos lo encuentren como algo más novedoso, se impliquen más y presten más atención”, explica Ruiz Baeza.
Cómo se enseña inteligencia emocional en los colegios
Imagen: Zen Chung
La pedagoga detalla cómo se trabaja en los colegios que de forma voluntaria se acogen a este programa de educación en las emociones. La sesión se organiza una vez por semana (en algunos colegios cada dos, pero siempre como mínimo dos sesiones al mes) y se imparte durante 13 sesiones, que tienen lugar siempre en el aula y durante la hora de tutoría. En esas sesiones realizan ejercicios muy prácticos, a través de un banco de actividades, que se reparten en cuatro bloques:
- 1. Percepción y expresión emocional. Se desarrolla la capacidad para identificar emociones en uno mismo, la habilidad para reconocer los estados emocionales de otras personas y la capacidad para expresar emociones en el lugar y el modo adecuado. “El amor es lo que más les cuesta expresar a los jóvenes. Es curioso porque tienen mucho contacto físico, pero luego les es difícil expresar el agradecimiento, el amor… Son emociones que suelen camuflar”, reconoce la experta.
- 2. Asimilación de las emociones. Se trabaja cómo las emociones influyen en nuestro pensamiento, en nuestro procesamiento de la información y viceversa. Una vez son percibidas las emociones, estas pueden ayudar a los jóvenes a desarrollar el procesamiento cognitivo y a reconocer la información más relevante. Las emociones facilitan también la formación de juicios y el análisis de los problemas, tanto personales como grupales desde diferentes perspectivas.
- 3. Comprensión y vocabulario emocional. Se realizan actividades que ayuden a comprender y razonar la información emocional, entendiendo la relación existente entre las emociones, el contexto, las transiciones de unas a otras y la simultaneidad de sentimientos. De la misma manera, incluye la capacidad para etiquetar emociones, relacionando las palabras con su significado. Esta habilidad nos permite comprender tanto nuestras emociones como las de los demás. “Explicamos a los alumnos que si quieren tener inteligencia emocional deben tener vocabulario, deben saber etiquetar y poner nombre a las emociones”, explica la experta.
- 4. Gestión o regulación de las emociones. La habilidad para regular emociones es la parte más compleja. En concreto, porque su efectividad dependerá en gran medida del éxito de los procesos emocionales anteriores. Una vez llegados a esta fase, para regular el mundo emocional propio y ajeno es necesario estar abierto a los sentimientos tanto agradables como desagradables. Alcanzar dicha tolerancia permitirá reflexionar acerca de los sentimientos.
¿Qué resultados se obtienen?
Tras un año de implantación de este programa en un colegio público sevillano, el equipo del Laboratorio de las Emociones ha hecho un seguimiento para evaluar los resultados. Al comparar el grupo de estudiantes que no había participado en el programa con los estudiantes que sí lo había hecho, advirtieron efectos en la salud de los jóvenes participantes, tanto física como mental. Tenían menos estrés, el nivel de agresividad había disminuido, habían mejorado sus relaciones interpersonales y su rendimiento académico se había igualmente incrementado.
Esto encaja con lo que la evidencia científica ha ido recogiendo a lo largo de los años: las personas con más inteligencia emocional rinden mejor. “Cuando uno está equilibrado emocionalmente y sabe cómo gestionar sus sentimientos, tiene más capacidad de rendir en el aula, de aprender, de memorizar. La clave es aprenderlo lo antes posible, aunque es cierto que también se puede potenciar cuando se es adulto. Cuesta más trabajo, pero es posible. Muchos de los problemas de los adultos surgen por primera vez en la adolescencia y si tienes esas competencias emocionales, los jóvenes van a sufrir menos”, matiza Vicenta Ruiz Baeza.